viernes, 11 de abril de 2025

UN FLORISTÁN JUGUETÓN FRENTE A LA MAGIA DE EUN SUN KIM

Gran Sinfónico nº 9 de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Juan Pérez Floristán, piano. Eun Sun Kim, dirección. Programa: Concierto para piano y orquesta nº 1 SZ83, BB91, de Béla Bartók; Petrushka, escena burlesca en cuatro cuadros (versión 1947), de Ígor Stravinski. Teatro de la Maestranza; jueves 10 de abril de 2025


Un breve acorde citando la Danza rusa de Petruchka en el primer movimiento del Concierto para piano nº 1 de Bartók, pone en relación estas dos páginas maestras del primer cuarto del siglo pasado. A su vez, en dos semanas hemos tenido la oportunidad de disfrutar de los tres ballets fundamentales del compositor ruso, dos de ellos en los atriles de la ROSS. Y del mismo modo, en estos mismos conciertos hemos podido disfrutar del arte de los dos mejores pianistas españoles (y andaluces) del momento, Perianes y Floristán.

El joven sevillano debía haber interpretado el primero de los tres conciertos de Bartók en mayo de 2023, con Marc Soustrot a la batuta, pero fue suspendido por huelga del personal de la orquesta. El tercero protagonizó el último concierto de Soustrot como director titular de la Sinfónica, en junio pasado. La próxima temporada le tocará el turno al segundo de estos conciertos.

En el podio, una de las más renombradas directoras de orquesta, la surcoreana Eun Sun Kim, ampliamente laureada, con vasta experiencia dirigiendo algunas de las más prestigiosas orquestas del mundo, y depositaria de entusiastas críticas. Muchas razones para dejarse seducir por tan estimulante cita, a pesar de su brevedad, toda vez que del programa original de aquel mayo de 2023, se apeó Finlandia de Sibelius.

Pérez Floristán entusiasmado y en sintonía

Tras dos breves piezas de juventud para piano, una rapsodia y un scherzo, Bartók compuso sus tres conciertos para piano, fundamentales para el repertorio del siglo XX, entre 1923 y 1926. El primero es una página de considerable rigor rítmico y contrapuntístico, de considerable dificultad y una estética neoclásica evidente, en la que el piano asume a menudo el carácter de percusionista, junto a una representación de la sección en la que el veterano Gilles Midoux asumió su último concierto antes de jubilarse y tras pertenecer a su plantilla desde su fundación. Un dato que el director gerente de la orquesta, Jordi Tort, aprovechó para brindarle un merecido homenaje ante el público.

El carismático pianista pareció disfrutar a tope durante toda la interpretación de la página, jugueteando con el teclado, extrayendo de él su máxima expresividad, y evidenciando en su rostro una actitud de demoledora satisfacción. Una interpretación impecable, de ritmo preciso y a menudo brutal, si bien limando asperezas y haciendo hincapié en la brevedad de sus motivos y ese puntillismo a menudo presente en la partitura. Una interpretación intensa pero controlada, especialmente en su particular andante, abordado junto a maderas y percusión como si de un misterioso pasaje se tratase.

Igualmente controlado fue el trabajo a la dirección de Sun Kim, que estuvo muy atenta a la lógica de la construcción y a la estética del pianista, si bien echamos en falta algo más de incisividad y una mayor vehemencia a la hora de articular emociones. En realidad, fue ese aparente caos que deambula por la pieza lo que más echamos en falta, como si el empeño de la directora enturbiara el concepto que habitualmente tenemos de este icónico concierto.

Floristán decidió en la propina recuperar la participación de Sibelius en el programa original, interpretando con una sensibilidad extrema y una capacidad melódica excelsa, El abeto.

Una narrativa muy precisa

Por esos derroteros corrió también Petruchka, el segundo de los ballets que Stravinski compuso para Dhiagilev, de origen igualmente pianístico, instrumento del cual se hizo cargo, con la habitual fortuna que le caracteriza, Tatiana Postnikova. Todas las familias instrumentales, por cierto, brillaron a un nivel excepcional, con solos extraordinarios de Juan Ronda a la flauta, José Forte a la trompeta y toda una sección de trompas de extraordinaria resolución.


Aquí, el empeño de la directora por hacer que todo sonara con una brillantez y una limpieza absoluta, casó muy bien con la intención narrativa de la partitura, si bien faltó a nuestro juicio un toque más grotesco allí donde la pieza lo demanda. Por otro lado, su retórica quedó perfectamente plasmada, como un mickeymousing capaz de plasmar cada movimiento y fortuna de los personajes, especialmente ese Petruchka, marioneta desgraciada y miserable a la que el amor no correspondido lleva al abismo.

Toda la alegría de la fiesta y el carnaval, así como los pasajes más relajados y sentimentales y aquellos de carácter mayoritariamente circense, sus aspectos más humorísticos y hasta ridículos, quedaron perfectamente plasmados en esta impecable interpretación. La cuerda brilló por derecho propio en sus frecuentes pasajes fuertemente sincopados, dando todo el conjunto a las órdenes de tan esmerada batuta, una inconfundible sensación de magia, tan afín a la historia narrada y los movimientos imaginados de los y las danzantes.

Fotos: Marina Casanova
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

No hay comentarios:

Publicar un comentario