jueves, 27 de diciembre de 2018

EL REGRESO DE MARY POPPINS Una secuela con forma de espejo

Título original: Mary Poppins Returns
USA 2018 130 min.
Dirección Rob Marshall Guión David Magee, según los libros de P. L. Travers Fotografía Dion Beebe Música Marc Shaiman y Scott Wittman Intérpretes Emily Blunt, Lin-Manuel Miranda, Ben Whishaw, Emily Mortimer, Nathanael Saleh, Pixie Davies, Joel Dawson, Julie Walters, Colin Firth, Meryl Streep, David Warner, Dick Van Dyke, Angela Lansbury Estreno en Estados Unidos 19 diciembre 2018; en España 21 diciembre 2018

No podemos criticarle al regreso de la famosa institutriz mágica que se trate de una mera operación comercial. Es legítimo que así sea, y así parece comprenderlo Disney, que desde hace más de una década lleva resucitando sus clásicos con el pretexto de convertir las películas animadas en cintas con personajes de carne y hueso. Con ligeras variaciones hemos visto desfilar por nuestras pantallas nuevas versiones de Blancanieves a La bella y la bestia, y pronto lo hará Dumbo, algunas con ligeras variaciones respecto al original, otras con cambios más sustanciales. En el caso de Mary Poppins no se trataba de convertir animación en imagen real, así que partiendo de varios de los libros de Pamela Lyndon Travers, que ahora que está fallecida ya no supone ningún obstáculo para la adaptación de su obra como ilustraba Al encuentro de Mr. Banks con respecto al clásico de 1964, se ha confeccionado una especie de secuela que en realidad parece más bien un remake. Han pasado más de veinte años y los niños de los Banks son ahora mayores y tienen hijos, a los que Mary Poppins asistirá con el pretexto de ayudar a su padre, que ha perdido la visión inocente de las cosas desde la muerte de su esposa y padece además los efectos de la Gran Depresión. A partir de ahí el esquema es idéntico al de su predecesora, la colocación de números musicales igualmente y el estilo narrativo y visual muy parecido, aunque tras más de cincuenta años el acabado técnico y artístico resulte lógicamente más depurado, trascendiendo unos efectos visuales que en su día causaron verdadero impacto. El espectáculo entretiene y está hecho con buen gusto, el desarrollo argumental parece más sólido y trabajado, pero el resultado final no es más que un remedo de sí mismo, simpático y atractivo pero sin la magia del original, a pesar de lo cual merecen destacarse secuencias como la llegada de la protagonista, el paseo por la sopera ilustrada y el excelente número musical que lo corona, y el final feliz con globos. Emily Blunt funciona perfectamente en el papel que inmortalizara Julie Andrews, y se revela como excelente cantante y bailarina. Lin-Manuel Miranda salta del musical, donde ha triunfado con títulos como Hamilton, donde también era autor de la música, como lo fue de las canciones de Moana, para dar vida a un competente farolero que canta y baila como lo hacía Dick Van Dyke, aquí presente en un cameo como banquero, uno de los papeles que interpretó en la predecesora. El resto del reparto funciona eficazmente, incluidas Meryl Streep y Angela Lansbury en sus breves intervenciones. Y todo es amable y entretenido. Marc Shaiman, el compositor habitual de Rob Reiner, compone su primer musical directamente para la pantalla, tras triunfar en Broadway con las adaptaciones de Hairspray, Atrápame si puedes y Charlie y la fábrica de chocolate, siempre junto al letrista Scott Wittman, y logra emular el espíritu de las canciones originales de los hermanos Sherman, cuyo superviviente, Richard, ejerce aquí de asesor musical. Y Rob Marshall dirige como es habitual en él, sin personalidad pero con la eficiencia de un buen funcionario, logrando resultados en la línea de Chicago, Nine e Into the Woods, es decir, espectáculos vistosos y bien manufacturados, ingeniosos pero sin mucha sustancia.

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