domingo, 16 de diciembre de 2018

YULI El arte como camino para la revolución

España-Reino Unido-Cuba-Alemania-Francia 2018 109 min.
Dirección Icíar Bollaín Guión Paul Laverty Fotografía Álex Catalán Música Alberto Iglesias Intérpretes Carlos Acosta, Santiago Alfonso, Keyvin Martínez, Edison Manuel Olvera, Laura de la Uz, Yeilín Pérez, Mario Elías, Andrea Doimeadiós, Carlos Enrique Almirante, César Domínguez Estreno en el Festival de San Sebastián 23 septiembre 2018; en salas comerciales 14 diciembre 2018

A estas alturas gustarán más unas películas que otras de Icíar Bolláin, pero lo que no se le puede negar es que sabe hacer cine y que generalmente sus películas son buenas. Esta no es una excepción. Desde el primer momento se observa que está muy bien rodada, que la directora sabe muy bien lo que hace, conoce todos los secretos de un buen rodaje y maneja la cámara con total soltura y seguridad. Esos son ya elementos que hacen disfrutar sobremanera su propuesta, a lo que añadir un guión firme y decidido de su pareja, Paul Laverty, y una intención concreta a la hora de contar su historia, no hace sino aumentar el interés de una cinta en la que la realizadora se nota que ha puesto un enorme cariño y sabe transmitirlo. A través de la historia personal de Carlos Acosta, el primer hombre de color que ha sido primer bailarín durante quince años del Royal Ballet de Londres, Laverty y Bollaín tejen un manifiesto antirracista, una crónica de la lucha del hombre por revolucionar la historia y lograr justicia en un mundo al que este concepto se le queda grande y tarda siempre demasiado en emerger. Nuestro protagonista se desdobla en cuatro intérpretes, el Yuli maduro al que da vida el propio homenajeado, sus versiones niño y joven y otro bailarín que lo personifica en el espectáculo sobre su vida que sirve de pretexto para el regreso a su Cuba natal y para los números de danza que salpican el drama de su azarosa vida. Podría pensarse que la actriz y directora ha aprovechado esta historia para tener su particular aventura cubana, como han hecho muchos de sus colegas, si no fuera por el fuerte compromiso que suele tener con causas de toda índole social y personal, y que en este caso le va como anillo al dedo. Estamos ante un ser singular que no desea dedicarse al baile, cuyo padre lo obliga a veces de manera incluso cruel convencido de ver en él un talento desbordado, y nos sorprendemos del sacrificio que ambos y su familia hacen para que alcance la cima. Porque para él este reto no supone más que alejarse de su entorno, del lugar y el ambiente en el que es feliz y se siente libre, mientras para el padre y el resto de la familia el éxito de Yuli en la lejanía no les reporta ni beneficio económico ni afectivo alguno, sino todo lo contrario, dada la situación de la isla. Sólo queda la revancha, la oportunidad del padre para cerrar siglos de esclavitud ante el colono que los trajo de África para someterlos a una vida infame y de martirio. Y es ahí donde el discurso de Laverty con la mano firme de Bollaín aciertan y logran el éxito de su empresa, que complementada con una puesta en escena clara y elegante, unas interpretaciones extraordinarias y una estupenda dosificación de los episodios y los inevitables complementos sociales y políticos, consiguen una película entretenida y militante, pero sin excesos ni lugares comunes. Sólo en un determinado momento parece estar metiendo el dedo en la llaga del desencanto revolucionario, simbolizado en las ruinas que una vez fueron prodigio arquitectónico para albergar el más ambicioso proyecto educativo y cultural; pero la impresión dura poco y se nos invita a seguir compartiendo las emotivas vivencias de este niño convertido en hombre que no quería bailar, pero con cuyo talento para hacerlo logró salir de esa mediocridad a la que el hombre blanco parecía haber condenado a su antiguo esclavo. Alberto Iglesias, que tiene experiencia en componer piezas para ballet, debe haber disfrutado mucho ilustrando las postales coreográficas que salpican esta hermosa película, combinando vanguardia, percusión y lirismo pero sin ahondar en fáciles elementos folclóricos, completando así una rica banda sonora en la que no faltan los clásicos del repertorio de Chaikovski, Prokofiev, Adam o Minkus.

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