lunes, 25 de marzo de 2019

DOLOR Y GLORIA Apéndice y testamento de una experiencia de vida

España 2019 113 min.
Guion y dirección Pedro Almodóvar Fotografía José Luis Alcaine Música Alberto Iglesias Intérpretes Antonio Banderas, Asier Etxeandía, Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia, Asier Flores, Nora Navas, Julieta Serrano, César Vicente, Raúl Arévalo, Cecilia Roth, Pedro Casablanc, Susi Sánchez, Eva Martín, Julián López, Rosalía
Estreno 22 marzo 2019

Almodóvar puso tan alta la cota emotiva y dramática con Julieta que resultaba difícil que pudiese repetir el reto, y menos en tan corto plazo de tiempo. Y sin embargo no sólo lo ha conseguido sino que lo ha superado con esta historia fabricada con retales de su propia biografía y otros detalles y datos puramente ficticios, con todos los cuales ha conseguido una cinta tan sobrecogedora en su fondo como brillante en su contenida y precisa forma. Como si de un apéndice de su obra, o si queremos llamarlo de otra manera un glosario de sus temas, fobias y adicciones favoritas, Almodóvar se parapeta aquí tras sus técnicos y artistas habituales para que mimeticen una vez más su particular universo estético y sonoro, y sobre ese tapiz construir una amarga crónica sobre la enfermedad, o si lo preferimos el envejecimiento y la muerte, que al fin y al cabo son una enfermedad. Antonio Banderas es su alter ego. Nadie mejor que él, que dio el salto a la fama internacional a la vez que el director manchego y de su mano, como Penélope Cruz, que como no podía ser menos aparece aquí también en un papel secundario pero relevante. Pero no todo lo que le ocurre en pantalla a Banderas le ha ocurrido a Almodóvar, ni sus circunstancias son enteramente las mismas; basta que se parezcan para que el realizador pueda introducir en su particular universo retazos de su vida, sus triunfos y sus miserias. Lo sorprendente es que lo que cuenta está tan bien descrito y tan magistralmente plasmado en el guion y en la pantalla que no lo sufrimos porque empaticemos con el personaje central, sino porque lo hacemos con la humanidad en general. Podemos identificarnos con el dolor que padece su protagonista sin necesidad de reflejarnos en él, y mucho menos sin sufrir por él. A veces, como en el excelente monólogo del imprescindible Asier Etxeandía, quizás un sosías aquí de Carmen Maura, a quien incluso emula en una dramatización de sospechoso parecido con La voz humana de Cocteau, el dolor se hace insoportable y casi entran ganas de abandonar la sala para entregarse al llanto más inconsolable. Es el dolor de la vida misma, esa que maquillamos a diario para sobrellevarla, hasta el punto de que muchos y muchas llegamos a convencernos de la felicidad sin darnos cuenta de todo el sacrificio y la renuncia que hemos dejado en el camino, especialmente los seres queridos que hemos perdido, bien por razones físicas o por las sentimentales. Almodóvar en su última película, a través del médium Banderas, nos habla por lo tanto más de dolor que de gloria, que esa ya la conocemos merced a los triunfos que su carrera ha cosechado dentro y, más, fuera de España, y de la que Banderas y su película ficticia Sabor, y su espléndido cartel publicitario, parecen querer ser un testimonio. Y es un dolor físico, provocado por la enfermedad, los desajustes corporales y la adicción al alcohol y las drogas, y es un dolor espiritual, cosechado a lo largo de una dilatada vida de satisfacciones y decepciones, de encuentros y abandonos, de descubrimientos y renuncias. Un elenco de lujo poniendo toda la carne en el asador completa un ejercicio impecable en su planteamiento y resolución, el testamento de alguien que sin embargo todavía tiene mucho que decir.

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