domingo, 3 de julio de 2022

BRISAS DE VERANO CON MARTOS Y SOTELO

XXIII Noches en los Jardines del Real Alcázar. Alberto Martos, violonchelo. Myriam Sotelo, piano. Programa: Sonata para violín y piano en La mayor, de César Franck (arr. Jules Delsart); Sonata en La mayor para violín y piano Op. 100, de Brahms (arr. Alberto Martos). Sábado 2 de julio de 2022

Foto: Actidea

Hace una semana arrancaron las Noches del Alcázar, que tanto socorren de la ausencia de buena música a las noches estivales en la ciudad. Siempre atentos a las efemérides más destacadas del año, en esta ocasión hay ciclos dedicados al ochocientos aniversario del nacimiento de Alfonso X el Sabio, que celebrábamos el pasado noviembre, el trescientos cumpleaños del compositor barroco mallorquín Francisco Guerau, el ciento cincuenta de Scriabin, el centenario del inimitable contrabajista de jazz Charles Mingus, y el bicentenario de César Franck. A Scriabin y Franck ya dedicó el pasado miércoles un concierto el pianista italiano afincado en Sevilla Tommaso Cogato, y ahora son los granadinos Alberto Martos y Myriam Sotelo quienes rindieron tributo al autor belga, maridando su Sonata para violín y piano con otra compuesta el mismo año de 1886, también en verano, celebrando las excelencias de la estación del sosiego y el descanso por antonomasia, y en la misma tonalidad de La mayor. Nos referimos a la obra maestra absoluta Op. 100 de Johannes Brahms. Evidentemente se ofrecieron en oportunos arreglos para violonchelo, una práctica habitual, la de la transcripción, en estas refrescantes noches en los Jardines del Real Alcázar de Sevilla.

Desde nuestra posición no pudimos ver en ningún momento a la pianista, ni seguir sus gestos ni juegos de manos, por lo que tuvimos que conformarnos con escucharla para apreciar sus evidentes virtudes, lo que añadiendo la necesaria amplificación acabó resultando como si estuviésemos ante un violonchelista acompañado por una grabación. En parte la responsabilidad fue de la ubicación del solista, demasiado cerca de la pianista, lo que debió repercutir en la visión de prácticamente todo el flanco derecho de la platea. De cualquier forma atesoramos criterios suficientes para poder apreciar el talento de ambos intérpretes. A Martos le acredita, entre otros méritos, haber participado en alguna que otra edición de la Orquesta del Diván junto a Daniel Barenboim. Su autoridad al violonchelo está fuera de toda duda, y se corroboró con unas prestaciones excelentes frente al instrumento, del que supo extraer no solo virtuosismo sino también un sonido homogéneo, aterciopelado y sin estridencias, acompañado de una expresividad poética de alto alcance.

Sonatas de verano

De la sonata de Franck, en el recurrente arreglo de Jules Delsart, Martos ofreció una versión musculosa y profundamente melódica, dejando aflorar sus innumerables ideas con naturalidad y un trabajo armónico y contrapuntístico de impresionante ingenio y calado emocional. De la serenidad del allegro inicial pasó sin esfuerzo visible a la pasión palpitante y trágica inquietud del segundo movimiento y el libre desarrollo del recitativo fantasía, para desembocar en un brillante rondó final, de nuevo inquieto y apasionado, con la complicidad absoluta de Sotelo, entregada en alma con todo tipo de recursos a un piano pulsado con destreza y seguridad, a menudo a fuerza de toques tan efectivos como elocuentes. Sotelo y Martos exhibieron un equilibrio perfecto a lo largo de toda la pieza, aprovechando sus momentos de lucimiento sin hacerlo a expensas uno de la otra. Martos sacó mejor partido a las frases largas y generosas de la partitura que a las más alambicadas, objeto de un virtuosismo que exhala mejor con el instrumento agudo que con este más grave.

Que Brahms desechara a lo largo de su carrera tantas sonatas para violín y piano y solo se quedara al final con tres, da buena muestra de la excelsa calidad que perseguía con el género, lo que se traduce en tres obras maestras absolutas, de las que la segunda, el opus 100, es la más lírica y luminosa. La serenidad que debió experimentar a orillas del lago Thun, en Suiza, se tradujo perfectamente en una interpretación henchida de lirismo y emotividad, aunque por el camino la primorosa transcripción del propio violonchelista granadino se dejara por el camino parte de su encanto alegre y desenfadado, dado el mayor grado de musculatura y sobriedad del instrumento. Es lo que ocurre con las transcripciones, que desvirtúan aunque sea parcialmente la intención del compositor, si bien en este tipo de manifestaciones lúdicas lo que prima es la conexión con el público y la satisfacción del intérprete, aunque el primero no supiera reprimir su tendencia y atrevimiento a aplaudir entre movimientos, rompiendo la unidad de la pieza, lo que en el caso de Franck, dado su carácter eminentemente cíclico, revistió especial gravedad. Martos se plegó a todas las inflexiones expresivas de una página que deambula entre la pasión exacerbada y una poética serenidad que se manifiesta principalmente en el andante central, mientras su arco exhibió ternura y cierta melancolía en un allegretto grazioso final que Sotelo acompañó con idéntica complicidad y precisión con que lo hizo en la pieza anterior del homenajeado de la noche.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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