El equipo técnico y artístico del Espacio Turina se adelantó a los Reyes Magos y nos regaló uno de esos conciertos que se quedan en la memoria para el resto de nuestros días, con tres no reyes magos pero sí sensacionales intérpretes unidos por todo lo que saben hacer en música, que es precisamente eso, todo. Aunque han colaborado juntos más de una vez, no forman entre sí un conjunto concreto, lo que nos invita una vez más a destacar el trabajo en equipo y la compenetración cuando no se trata de un trío, en este caso, convencional, sino tres excepcionales músicos unidos para la ocasión.
Con un programa ecléctico y variado, que tuvo como arranque y epílogo la Música para tres instrumentos de cuerda del prolífico compositor alemán Wolfgang Rhim, fallecido el año pasado, el trío de ases repasó sonoridades y expresiones de distinto calado, con especial énfasis en la música contemporánea y escalas en el barroco, el clasicismo y el romanticismo para poner en relación diversas estéticas y dar algún respiro al desasosiego generalizado que provocan los compositores del siglo XX programados para la ocasión. Fuertemente agitados, con una precisión extrema que se percibió a lo largo de todo el concierto, el trío llevó a la práctica los abundantes silencios y pausas que caracterizan el trabajo de Rhim, mientras pudo advertirse la furia desatada, especialmente por Altstaedt, quien se convirtió en un auténtico rompe cerdas de arco.
El alemán Nicolas Altstaedt es el único de los tres que ya conocía las virtudes del Espacio Turina, su idoneidad para la música de cámara. Fue en la edición más atrevida y complicada del Femás, en plena crisis de la pandemia, en marzo de 2021. Entonces interpretó de una sola tacada las seis suites para violonchelo de Bach, dejándonos a todos y todas boquiabiertas. Ahora, junto al violinista ruso Ilya Gringolts y el violista británico Lawrence Power, desgranaron con enorme compenetración, intensidad y concentración, un programa en el que destacaron las dinámicas marcadas y los fuertes contrastes de Signs, Games and Messages de György Kurtág, a punto de cumplir cien años, la muy expresiva y galopante gramática del trío de cuerdas del muy cinematográfico William Alwyn, la más impulsiva y a la vez esquemática de Roman Hardenstock-Ramati, o los mecánicos pizzicati de Webern.
Todos ellos alternados, sin interrupción, con los más amables acordes de Byrd, Purcell y Boccherini, leídos con idéntica pulcritud, capacidad de comunicación y apasionamiento con que abordaron las piezas más duras y complejas del pasado siglo. Hasta que unas imaginativas y espectrales onomatopeyas extraídas de La reina de las hadas, introdujeron los muy enrevesados y agresivos acordes del trío de cuerdas de Sándor Veress.
Con aires de fandango de la mano del Timón de Atenas de Purcell, arrancó una segunda parte algo más distendida, en la que pudimos seguir apreciando el porte aristocrático de Power, el fraseo fluido y ágil de Gringolts y el empuje endemoniado de Altastaedt, en un recorrido que nos llevó a Sibelius, cuyo trío de cuerdas en sol menor disfrutó de una interpretación soberbia y descomunal, pura emoción de una extrema intensidad. Dos invenciones a tres voces de Bach sirvieron, en su brevedad, para reponernos del efecto catártico que nos dejó Sibelius, mientras la liturgia elegíaca de Kodály y el espíritu zíngaro de Veress y su Szatmári Táncok, nos prepararon para el fascinante broche final, el séptimo movimiento de la Música para tres instrumentos de cuerda de Rhim, pieza con la que se inició el concierto, que reza enérgico y al que el trío protagonista llevó hasta las últimas consecuencias, especialmente unos repetitivos y bruscos acordes finales alternados con elocuentes silencios que terminaron por hacer a un público extremadamente respetuoso estallar en entusiastas aplausos.




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