Desde
que desapareció el Teatro Imperial, antes cine, a la ciudad le falta un lugar
donde recalar los sainetes y comedias
que antes atendían a una parte importante de la ciudadanía, que acudía al
teatro simplemente a reír y entretenerse, sin más pretensión. Es cierto que las
salas independientes y algún intento en el antiguo cine Pathé de la calle Cuna,
reconvertido en teatro desde los tiempos de Jesús Quintero, han procurado
cubrir ese hueco, pero es quizás nuestra compañía zarzuelera la que mejor se ha prestado a satisfacer
una demanda que estaba dormida y ha encontrado en ellos y ellas una hábil
solución.
Este
Barbero de Sevilla se ha montado con mucha
gracia y desparpajo en el que, desde el cierre del Lope de Vega, se ha
convertido en su casa, el Espacio Turina,
como ya lo era de otras formaciones eminentemente sevillanas, como la Barroca,
la Bética o los conciertos de cámara de la Sinfónica. Allí incondicionales y
personas curiosas pudieron comprobar cómo un
género continuamente defenestrado y puesto en tela de juicio por su supuesto
toque rancio y casposo, puede satisfacer las más exigentes demandas, tanto en lo teatral como en lo estrictamente
musical.
Un
trabajo meticuloso de rehabilitación
No
es que lo ofrecido este puente de la Constitución haya sido fruto de una
reconstrucción, ni histórica ni estructural, sino de una revisión del mítico título de Gerónimo Giménez y Manuel Nieto
que acerca su contenido a un público más actual, sin chirriar ni resultar
estridente, dejando claro que es en el sainete
español en el que se basan fórmulas de éxito como Aquí no hay quien viva, pero sometiéndolo a criterios y delicadezas
que lo alejan de la mala baba
televisiva.

Sorara Méncid canta Me llaman la primorosa
La
soprano fue una vez más la encargada de poner en escena la obra, aprovechando
para ello decorados y figurines del repertorio de la compañía, con el buen juicio de no cambiarla de época,
pues no se hubiera entendido entonces aquella miseria de antaño por la que una mujer necesitaba el consentimiento
de un padre o un esposo para poder desarrollar una carrera profesional, o
aquella vergonzante costumbre
burguesa de mantener una amante sin desdeñar una esposa servicial y madre de
hijos, o la visión despectiva que se
tenía de los y las andaluzas. Su actualidad consiste en mantener vivo el
recuerdo de aquella época nefasta que perpetuó el franquismo, y recordarnos que
debemos evitar que vuelva.
Pero
nada de esto resultó tan evidente como para empañar lo que verdaderamente
importa, pasar un rato estupendo en
compañía de voces perfectamente educadas y entonadas y un libreto
chispeante llevado a tan buen puerto. En lo musical, Elena Martínez demostró una vez más saber cuál es el lenguaje
teatral, cómo acompañar y respetar las voces y potenciar el drama, en este caso
la comedia, con sentido del equilibrio y
la mesura. En este sentido logró además dar relieve a las texturas y matizar
los estratos musicales, aunque algún instrumento se fuera de tono. En conjunto,
el trabajo de la orquesta, con apenas
una veintena de integrantes, fue impecable.
Un
reparto perfecto

Sánchez-Rivas, García-Morales y Ortega
Soraya Méncid, que ha participado en varias de las producciones de la compañía, acude a
ésta con el prestigio y la admiración
que se ha labrado en los últimos tiempos. En apenas un mes se ha enfrentado
a un repertorio de canciones románticas en un recital para el recuerdo, al
legado barroco musical del Convento de Santa Clara hace apenas una semana, y
ahora al género lírico español por excelencia, más ligero y desenfadado. Una
proeza sólo al alcance de las muy
profesionales y curtidas. Toda su actuación fue prodigiosa, pero cantar Me llaman la primorosa como lo hizo ella
será difícil de repetir, cargada de difíciles ornamentaciones, con varios sobreagudos seguidos y una voz
brillante, de precioso timbre e impecablemente entonada.
A
su lado no desmerecieron Luz Gutiérrez, excelente comediante y más que competente
voz, Julio Nomdedeu, tan divertido
como estupendamente entonado bajo, Amando
Martín, ideal en su tesitura de barítono romántico, y la siempre
sensacional Marta García-Morales dando vida a La Roldán, con un Yo soy la tiple más eminente cargado de
sensualidad. Y junto a estas rutilantes voces, el sensacional trabajo cómico de Javier Sánchez-Rivas, cuyas
apariciones fueron destilando risas y diestro y siniestro, y el buen
acompañamiento de Carlos Ortega y
Joaquín Caballero, todos componiendo números de conjunto de incontestable
calidad, muy especialmente en ese cuadro
final en el que la escena se divide en tres apartados, cada uno congelándose cuando le toca el turno al otro, toda una
muestra de frescura y gracia a la hora de resolver una escena cómico-teatral.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

No hay comentarios:
Publicar un comentario