Este
año, siempre manteniendo la cita pre Año Nuevo que les caracteriza, ha sido un
estrecho colaborador de Daniel Barenboim, el
joven y ambicioso Thomas Guggeis, quien se ha encargado de extraer tanto
brillo, furia y color a esta formación, con resultados a nuestro juicio sobresalientes, no sólo desde el punto
de vista técnico, sencillamente impecable, sino desde una sensibilidad y una
capacidad expresiva portentosa, lograda a través de la potenciación de cada
detalle y cada matiz. Todo ello teniendo en cuenta las características tan diferentes de cada obra en los atriles.
Encanto
místico y fusión de la voz
Un
profundo sentimiento místico,
traducido en formas ceremoniosas, se introdujo en las Variaciones sobre un tema de Haydn de Brahms, con maderas sublimando el arranque, y a
partir de ahí el trabajo minucioso y responsable de la cuerda, elevando la
pieza al pódium del sinfonismo brahmsiano más
relajado, noble y elegante. Atisbamos ya entonces la enérgica expresividad
de Guggeis, batuta en mano y deslizándose como si pintara las líneas melódicas,
esbozando armonías y fraseando con una
encomiable gracia, ya fuera en los pasajes más líricos y pausados como en
los más agitados, hasta endemoniados. Impecable la respuesta de los y las
integrantes de la orquesta.
Para
Shéhérazade de Ravel, se contó con la
también joven mezzosoprano Corinna
Scheurie, que supo impregnar de sensualidad la página, aunque con cierto
recato y limitación expresiva que lastró las posibilidades de una música que en directo cobra mayor relieve y capacidad
de fascinación que en su escucha doméstica. La mezzo posee una voz de bello
timbre, pero quizás le hubiera venido bien un pelín de mayor cuerpo.
Aún
así, cabe apreciar cómo supo fusionarse
a la perfección con una orquesta en la que pudimos disfrutar de cada acorde,
de su misterio y su fuerte carga erótica, todo lo cual Guggeis supo manejar con
tanto acierto que la joven plantilla
parecía haber alcanzado una increíble madurez. Entre las aportaciones
solistas, destacaron el violín de la concertino, el oboe y la flautista, auténtica revelación de la noche, otra portento a
sumarse a cuantos van acaparando puestos en las más prestigiosas orquestas del
mundo.
El dolor del desgarro
A
estas alturas, y con interpretaciones memorables disfrutadas en este mismo
espacio, como la de John Axelrod y la ROSS hace un buen puñado de años, no hace
falta ahondar en las circunstancias de gestación de la Sinfonía nº 5 de Shostakovich, para dejarse embaucar por su poder de fascinación y el desgarro que
provocan sus dolorosas páginas, aún teñidas de pasajes grotescos y de una
ironía tan sutil como arriesgada.
A
la suntuosidad del moderato inicial,
con sus pasajes mecidos y los que desatan la fuerza y la amenaza, con un trabajo excelente de las trompas a las
puertas del infierno, se sumó el carácter ácido e irónico del allegretto, defendido por Guggeis ya sin
batuta pero con los mismos movimientos espasmódicos y un cuidado extremo por cada línea y detalle de la partitura. Luego,
pura emoción contenida en el largo,
una de las páginas más místicas imaginadas, que la orquesta resolvió
adaptándose a cada inflexión y a un creativo
juego de dinámicas.
Un
grito de angustia se apoderó del allegro
final, con una explosión de sonido
siempre controlado que acabó sacudiendo nuestras conciencias y elevando la
experiencia de escuchar música al grado de catarsis absoluta, y todo de la mano
de quienes todavía están limando sus
estudios y su preparación. Sin duda, el milagro de una formación esmerada y
el trabajo incansable de una juventud tan responsable y disciplinada... Nada
mejor para recibir un nuevo año con
esperanza y confianza.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía


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