USA 2014 114 min.
Dirección Edward Zwick Guión Steven Knight Fotografía Bradford Young Música James Newton Howard Intérpretes Tobey Maguire, Michael Stuhlbarg, Peter Sarsgaard, Liev Schreiber, Lily Rabe, Robin Weigert, Conrad Pla, Seamus Davey-Fitzpatrick, Evelyne Brochu, Sophie Nélisse Estreno en el Festival de Toronto 11 septiembre 2014; en Estados Unidos 25 septiembre 2014; en España 12 agosto 2016
Sorprende que con una carrera triunfal a sus espaldas, que incluye títulos tan taquilleros como Tiempos de gloria, Leyendas de pasión, El último samurai y Diamantes de sangre, Edward Zwick haya tardado tanto en encajar su última película, sin contar una nueva entrega aún no estrenada de las aventuras de Jack Reacher, en nuestra cartelera. Hasta dos años ha tenido que esperar El caso Fischer para estrenarse entre nosotros, y resulta que es de lejos su mejor película, aún sin ser completamente redonda. Su objeto es el controvertido y carismático jugador de ajedrez Bobby Fischer, cuya figura inspiró ya el excelente film de Steven Zailian En busca de Bobby Fischer, centrada en otro jugador adolescente que huye de la misantropía del campeón de referencia. Como en tantas otras ocasiones el homenajeado es abordado desde el prisma del trastorno y la neurosis; ya se sabe, no hay genio sin tara psicológica. Claro que en esta ocasión la operación está totalmente justificada, no en vano Fischer no sólo destacó como genio del ajedrez y único norteamericano en lograr el liderazgo mundial en una época de absoluta hegemonía soviética, sino también como hombre trastornado capaz de abandonar una carrera de éxitos y encaminarse a la deriva cual marginado social. Como campeón mundial del ajedrez le precedió Boris Spaski, su rival, y le sucedió Karpov sin siquiera enfrentarse a él una vez decidió definitivamente alejarse del juego. Unas pinceladas sobre sus antecedentes en la infancia, con una madre de arrolladora personalidad casi vampirizante, y el trauma que supuso en el niño su abandono, sirven de prolegómeno a la que quizás haya sido la partida de ajedrez de mayor cobertura mediática de la historia, que enfrentó al americano con Spaski en Islandia en plena Guerra Fría, erigiéndose cada combatiente en representante del liderazgo mundial de las potencias en lidia. Y ese es el contexto que sirve al guionista de Locke y Redención para tejer un inteligente discurso sobre la precisión matemática del genio, la manipulación del poder y la neurosis del protagonista acerca de su papel como peón de una estrategia ideológica política; precisamente uno de sus movimientos más polémicos, que a punto estuvo de hacerle perder el campeonato, algo para lo que psicológicamente no estaba preparado, fue el sacrificio del peón al que alude metafóricamente el título original de la película. Zwick se limita, que no es poco, a escenificar ese casi perfecto guión, si no fuera por su carácter discursivo y a menudo reiterativo, con abundantes dosis de elegancia y sacando el máximo provecho de un elenco ejemplar, destacando el trabajo de Maguire, tan involucrado en el papel que hasta ejerce labores de productor. Sobre la misteriosa desaparición de la vida pública de Fischer y su desgraciado y errático periplo posterior, al límite de la marginación, la cárcel y el extremismo antisemita, la película sólo sienta la base y precedentes para comprender tan polémico carácter. Al tono casi enfermizo de la empresa se adapta también la soberbia banda sonora de James Newton Howard, en la que es su cuarta colaboración con el director.
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