Y
en ese contexto pudimos disfrutar la noche del sábado de la exquisita propuesta
de nuestro buque insignia de la música
interpretada con criterios historicistas, una serie de números sueltos de
cantatas dedicadas a exaltar la figura de Cristo y su misión como representante
de Dios en la Tierra, compuestas por el genio de Leipzig no necesariamente para la época que celebramos, aunque con hincapié
en ésta, especialmente en relación al Adviento y la Epifanía.
Pero
es estrictamente la música lo que nos importa, más que su significado
religioso, por mucho que en los textos se reproduzcan los diálogos que hacen interactuar nuestra alma con lo
trascendental o puramente espiritual, y que esto se refleje igualmente en
la línea melódica y la estructura musical de cada pieza.
Una
cantata con sus más y sus menos
El
programa se inició con la Cantata Selig
ist der Mann (Bienaventurado sea el hombre), la única interpretada en su integridad, y que arrancó con el bajo
barítono Víctor Cruz, buen conocido
de la afición sevillana, desplegando su voz
rotunda y tan bien entonada como
modulada sobre una base de cuerda aún destemplada y algo titubeante, lo que
provocó algún que otro molesto desencuentro
entre graves y agudos.
La
aportación de Alfonso Sebastián al
frente del conjunto mejoró a partir de la chispeante segunda aria del barítono, Ja, ja, ich kann die Freunde schlagen.
Ya se sabe que nuestra orquesta se crece
en los pasajes más agitados. Y en el segundo aria de soprano brilló el solo
de violín de Ignacio Ramal, mientras
voz y orquesta alcanzaron una compenetración mágica.
Decálogo
de alimentos espirituales
El
resto de la propuesta consistió en una selección
de diez números de otras tantas cantatas, empezando por un hermoso solo de
oboe de Jacobo Díaz, si bien algún
traspiés observamos, recreando la famosa
melodía (coincide con el largo
del Concierto para clave BWV 1056) de
la sinfonía de la cantata Con un pie en
la tumba, al que siguió una enérgica
aria de soprano de Mi alma glorifica
al Señor, con Chauvin exhibiendo fuerza expresiva y la orquesta acompañando
con vehemencia y perseverancia.
Alejandro Casal se lució al órgano en la sinfonía de la
cantata Sólo a Dios encomiendo mi corazón,
pura majestuosidad que precedió al
aria Gelobet sei Gott de la cantata Alégrate, congregación redimida, que Cruz defendió con considerables agilidades.
Después,
ambos se embarcaron en Mein Freund ist
mein, uno de los maravillosos dúos que jalonaron el concierto, con sus voces complementándose de forma
admirable para exhibir esa dualidad entre lo terrenal y lo celestial que
sólo Johann Sebastian Bach era capaz de captar en su esplendorosa e inigualable música.
Y
como colofón, el precioso dúo Der ewige
reiche Gott de Demos gracias a Dios,
con ambas voces luciendo esplendorosas con el acompañamiento siempre ferviente, moderadamente apasionado y muy
disciplinado de Alfonso Sebastián, que se defendió con dignidad tanto al
clave como a la dirección de una eficiente orquesta que nos deleita desde hace ya cuarenta años.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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