Mucho
celebró el público que finalmente se decidiera interpretar Paz en la Tierra
antes de la Novena, y no entre el tercer y el cuarto movimiento de la
sinfonía, como fue hasta ese momento la intención inicial. No era algo
descabellado, algunas batutas prestigiosas han experimentado con estas combinaciones sofisticadas que rompen la
unidad de la obra principal. Sin embargo, probando en clave doméstica se
percibe lo desafortunado que podría haber sido continuar con el experimento.
Lo
cierto es que la obra de Schoenberg
reviste una gran dificultad, lo que le obligó a componer una versión
alternativa con orquesta que sirviera de punto de apoyo al sufrido coro. El del
Maestranza optó por la versión original, con toda la dificultad que reviste, y los resultados fueron notables. Es
verdad que García Calvo se decantó por un ritmo algo acelerado, lo que quizás
enturbió en parte las texturas y líneas melódicas de una pieza que tanto bebe
de los estertores del romanticismo
que aún cultivaba su autor a edad temprana, como de las nuevas corrientes
atonales que enrarecen y refuerzan el
carácter histriónico de la obra.
Poco
tardó el coro en pasar del espíritu místico
del principio al más arrebatado e incluso rabioso que le sigue, combinando
ambas estéticas con desigual porcentaje, primando el lado sombrío y furioso de la pieza frente al más relajado y
espiritual que sugieren la mayoría de los textos en los que se apoya. De
cualquier forma, el coro firmó una
versión impecable.
Volumen e intensidad
Coincidió
esta primera interpretación de las cuatro programadas con la clausura de la cumbre de la ONU celebrada
en Sevilla, apenas cubierta por las televisiones en favor de la más morbosa y
sensacionalista entrada en la cárcel de Santos Cerdán. Una coincidencia muy
particular, por cuanto la obra musical apuesta
por la fraternidad y la solidaridad entre los pueblos, objetivo principal y
fundamental de la organización con sede en Nueva York, cuyas resoluciones, aún
pareciéndonos peregrinas, debieran paliar mucho del sufrimiento que tanto asola
al planeta y para el que no parece
existir un antídoto inmediato.
Este
latido fundamental de la música occidental encontró en el prestigioso García Calvo la mano firme y la inspiración precisa
que le hiciera deambular con la fuerza arrolladora que sus premisas exigen. No
hubo en su batuta capricho dionisiaco alguno, sino una contundencia y un sentido del drama y el ritmo apabullante,
logrando una carga atmosférica de una densidad extrema. Así pasamos de un
rabioso y autoritario allegro inicial
a un scherzo más centrado en la ironía
que en el juego y el artificio. Quizás resultó algo más endeble el adagio, al que faltó una pizca de
ensimismamiento y unas líneas melódicas
más mórbidas y estremecedoras.
Pero
finalmente, el presto y su
concatenación de momentos estelares seguidos del vivace, centrado en un
espíritu diferente, presuntamente alegre y optimista, resultó un dechado de
virtudes, con la orquesta respondiendo al máximo, la batuta segura y decidida,
y el cuarteto de voces solistas
rindiendo a gran nivel, especialmente un contundente José Antonio López y un Airam
Hernández de hermoso y potente timbre. Sandra
Ferrández, de cuya Carmen de
Bieito guardamos tan grato recuerdo, quedó eclipsada por la voz airosa e híper
proyectada de Jacquelyne Wagner, un
defecto de coordinación que apenas enturbió el feliz desenlace de una pieza en
la que, como en tantas otras ocasiones, brilló
el Coro del Maestranza.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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