miércoles, 20 de marzo de 2013

A LATE QUARTET Emocionante reflexión musical sobre paisaje nevado

USA 2012 105 min.
Dirección Yaron Zilberman Guión Yaron Zilberman y Seth Grossman Fotografía Fredrik Elmes Música Angelo Badalamenti Intérpretes Philip Seymour Hoffman, Catherine Keener, Christopher Walken, Mark Ivanir, Imogen Poots, Wallace Shawn, Liraz Charhi, Madhur Jaffrey, Megan Maquillan, Marty Krzywonos, Anne Sofie Von Otter, Nina Lee

Este film supone el debut en la ficción del director israelí Yaron Zilberman, tras triunfar con el multipremiado documental Watermarks (2004) sobre un equipo femenino de natación austriaco y judío que se atrevió a desafiar a Hitler en los años 30. En esta ocasión se ha centrado en la emocionante historia de un cuarteto de cuerda que prepara un concierto con uno de los últimos cuartetos de Beethoven, el nº 14 opus 131, una obra maestra absoluta dentro de uno de los ciclos de música de cámara más apasionantes que jamás se han compuesto. El título en inglés de esta entrañable película se podría traducir, en el caso de que llegara a estrenarse en nuestro país, como Un cuarteto tardío, en referencia al subciclo de cinco cuartetos y la Gran Fuga que se conocen con el nombre de Cuartetos tardíos; o como Un cuarteto difunto, en referencia al ocaso de un formidable conjunto de cuerda, el ficticio Cuarteto Fuga, al que los problemas personales y de salud de sus integrantes colocan en grave peligro de extinción. Curiosamente ha coincidido su estreno con el anuncio de la separación de ese gran cuarteto que es el Tokio, del que pudimos disfrutar en nuestra ciudad hace apenas dos semanas. El film cuenta con una formidable interpretación de su quinteto de protagonistas, los integrantes del grupo (magnífico Christopher Walken, con esa mirada que tanto transmite, y estupendos Seymour Hoffman, Keener y el desconocido Mark Ivanir) y la hija de dos de ellos (estupenda también la joven y hermosa Imogen Poots), a los que hay que añadir la fugaz aparición de la mezzo Anne Sofie Von Otter como difunta esposa de Walken interpretando el aria de Marietta de La ciudad muerta de Korngold. Magnífico el guión, brillantemente documentado para hacer creíbles y en ningún caso ridículos los diálogos y comentarios de los intérpretes en torno a la música, su técnica y expresividad, en general y en particular en relación al cuarteto en cuestión. A poco que uno sea amante de la música la emoción aflora natural y espontáneamente, tal es el grado de implicación y respeto del director por la obra inmortal de los grandes autores que tanto nos han emocionado y hecho disfrutar, acompañando episodios de nuestras vidas y, en muchos casos, dándole más sentido a las mismas. Impagables son sus disquisiciones sobre la forma de interpretar la música, la sinceridad, los destellos de genio, la habilidad frente a la genialidad, o el recuerdo a los grandes de la interpretación, como Pablo Casals. Sin excesos de temperamento y sin pedanterías, los integrantes del cuarteto se muestran como seres humanos con sus grandezas y miserias, sus problemas profesionales y personales, desde la ambición a la debilidad, de los celos a la intolerancia, de la ilusión a la responsabilidad. Y todo eso con el melancólico paisaje de un Nueva York nevado de fondo, lo que ayuda a hacer aún más especial esta extraordinaria experiencia sobre la belleza y el dolor que nos ofrece esta estupenda película. Imprescindible para amantes de la gran música, enalteciendo en particular la de cámara como vehículo a través de la cual los grandes compositores han canalizado sus anhelos más íntimos y personales. Y satisfactoria para el público en general, que asistirá a un drama sobre la desestabilización emocional de un conjunto de personas, que podrían ser perfectamente una familia, con el trasfondo elegante y melancólico en una ciudad, Nueva York, que esconde siempre las historias más inquietantes y emotivas que uno pueda imaginar, la emoción en estado puro. En el apartado estrictamente musical señalar que al cuarteto protagonista lo dobla el magnífico Brentano String Quartet, mientras el resto de la banda sonora es del compositor habitual de David Lynch, Angelo Badalamenti, a uno de cuyos hijos, recientemente fallecido, está dedicada esta película que constituye en si misma una preciosa pieza de cámara.

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