sábado, 26 de mayo de 2018

SUTILEZAS DECIBÉLICAS EN EL 8º CONCIERTO DE LA ROSS EN TURINA

8º concierto del ciclo Beethoven y Haydn de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Charles Olivieri Munroe, director. Programa: Serenata nº 1 en Re mayor Op. 11, de Brahms; Sinfonía nº 49 en Fa menor “La passione”, de Haydn; Danzas de Galanta, de Kodály. Espacio Turina, viernes 25 de mayo de 2018

El director canadiense, nacido en Malta, Charles Olivieri-Munroe, aglutina un extenso curriculum que le ha llevado a dirigir orquestas a todo lo largo y ancho de Europa y Norteamérica, así como encargarse de relevantes festivales tanto en Canadá como en Estados Unidos. Radicado en Teplice, República Checa, donde dirige desde hace muchos años la Filarmónica del Norte de Bohemia, ésta ha sido su primera ocasión frente a la Sinfónica de Sevilla, con resultados no precisamente estimulantes. El programa elegido ofrecía un mayor atractivo del que acabó resultando, con unas páginas cargadas de sensibilidad y emotividad que no encontraron más que rudeza salpicada incluso de insuficiencias técnicas. Puede que simultanear los ensayos con la representación de Adriana Lecouvreur en el Maestranza haya pasado factura.

Brahms concibió sus dos serenatas como homenaje a los divertimentos del siglo XVIII, muy especialmente los de Mozart. Aunque en un principio pareciera que fuera concebida para un conjunto de cámara, lo cierto es que la orquestación final exige unos efectivos tan numerosos que la acústica del Turina se quedó manifiestamente insuficiente, saturando de decibelios movimientos como el allegro molto, de inspiración pastoral pero resolución enérgica y contundente. Y todavía la partitura exige más efectivos para alcanzar su brillo natural. Tampoco el delicado adagio non troppo logró sonar de forma que destacara su carácter meditativo, sino que más bien resultó tosco y áspero, aún reconociendo el buen trabajo de la flauta y el clarinete solistas. Tras unos minuetos de relativa gracia, la orquesta emergió con un alegre y saltarín rondó final.

La segunda parte arrancó con la última de las sinfonías de Haydn que altera el orden de sus dos movimientos, una rareza que provoca un adagio inicial que inspira el carácter sombrío del resto de la partitura, pero que en manos de Olivieri y la Sinfónica no acertó a trasladar su espíritu tenso y misterioso. Los escasos metales convocados no tuvieron especial brillo, acusando desequilibrios notables, y tampoco se acertó a exhibir la violencia que la página entraña. La lectura de las vistosas Danzas de Galanta de Kódaly, inspiradas en las músicas orquestales zíngaras que el compositor escuchó durante su infancia en la ciudad eslovaca, fue sencillamente correcta, de menos a más, incidiendo más en sus aspectos fantasiosos como si ilustraran un cuento, que puramente exóticos y nostálgicos. También aquí destacaron el clarinete y la flauta, a los que se unió el oboe. El presto final se resolvió con agilidad, sentido del ritmo y mucha energía, pero la elegancia del físico y los modales del director convocado se tradujeron insospechadamente en tosquedad de estilo interpretativo.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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