sábado, 21 de septiembre de 2019

RÉQUIEM POR EL CINE ALAMEDA

Era más que una muerte anunciada. De hecho aun sorprendía cómo estaba durando tanto, con títulos en su cartelera que hacía tiempo habían desaparecido incluso de ciudades tan populosas como Madrid. La razón es la misma que ha motivado su cierre definitivo, su paulatino y sistemático abandono por parte de unos propietarios nada interesados en potenciar el primer multicines de toda Andalucía, que arrancó en 1976 con películas como Un cadáver a los postres y en poco tiempo recibiría el estreno en la ciudad de La guerra de las galaxias. Sus magníficos sistemas de imagen y sonido en la época propiciaron que ver cintas como All That Jazz fuera toda una experiencia sensorial, completada luego con un moderno establecimiento de comidas y bebidas que insólitamente sobrevivió menos que una chocolatina a las puertas de un colegio. Allí, en el multicentro, degustamos las primeras hamburguesas a imitación de las del MacDonald's que todavía no había desembarcado en Sevilla, y disfrutamos de exóticos zumos exprimidos ante nuestros ojos.

Han pasado cuarenta años y por supuesto todo cambia, y a menudo a peor, porque hoy el centro de la ciudad se está regalando poco a poco al turismo y negándoselo a la ciudadanía, que ya apenas puede pasear por sus calles sin soportar intensas aglomeraciones de turistas. Un turismo que por supuesto es muy bienvenido si de verdad reporta beneficios a la ciudad, posibilita más puestos de trabajo y revierte en mayores comodidades y servicios para quienes pagamos aquí nuestros impuestos. Mucho me temo que solo los políticos y hosteleros se beneficien de esta nueva burbuja, porque a quienes somos ciudadanos y ciudadanas solo nos acarrea incomodidad y limitaciones. Una de ellas es la conversión indiscriminada y a mansalva de establecimientos históricos en hoteles de lujo, fuera del alcance de la sevillanía. Y eso es también lo que le ha pasado al Cine Alameda, igual que hace nueve meses le ocurrió a la Fnac de la Avenida de la Constitución, todo lo cual nos va poco a poco convirtiendo en una de las ciudades más retrógradas y peor dotadas del país. Otras como Alicante, con quinientos mil habitantes menos, gozan de cines en el centro y una Fnac casi el triple de la que nos ha quedado en Torre Sevilla, y que ha provocado que muchos clientes habituales le hayamos definitivamente dado la espalda.

Pero volvamos al Alameda. Mucho se culpa a la ciudadanía de su cierre, pero aquí hay más bien un problema de estrategia comercial. Cuando algo se abandona y no interesa, no hay nada que hacer, y los dueños de Cineciudad hace mucho que no apuestan por estas emblemáticas salas. En plena época de conversión digital, Alameda y Avenida se resistieron. Su equipamiento por parte del Ayuntamiento de sistemas de proyección digital para la celebración del IX Festival de Cine Europeo, se saldó con la emigración de esos sistemas una vez terminado el certamen a Los Arcos, dejando de nuevo las salas del centro con equipos analógicos obsoletos. Como consecuencia el Avenida fue feneciendo. No había suficientes películas de estreno en formato analógico, y menos subtituladas, para nutrirlo. Se intentó paliar la situación con proyectores de Blueray, con efectos a menudo catastróficos. El público fue decreciendo, pero como aquí sí interesaba alimentar la gallina, fundamentalmente debido a las subvenciones europeas, con el tiempo digitalizaron las salas, volvieron a estrenar películas de empaque, sobre todo en época de Oscars, y el público volvió a llenar las salas, hasta el punto de que hoy es uno de los centros dedicados al cine en versión original más productivos y exitosos del país, y de los que cuentan con espacios y pantallas más grandes dentro de esta especialidad.

Pero no ocurrió lo mismo con el Alameda. Mucho tardó en digitalizarse solo su sala cuatro, una de las mejores de la ciudad, por su amplitud, su comodidad, su magnífico sonido que nada tenía que envidiar a los más sofisticados del momento, y la luminosidad de la imagen que le reportó la digitalización. Las otras tres siguieron hasta hoy analógicas y alimentándose de películas conseguidas en ese formato, eternizándose en cartel hasta hacerse con copias analógicas de otras cintas. Imagen y sonido decepcionantes en las salas 1, 2 y 3 que provocaron el abandono paulatino de espectadores, lo que se extendió a la magnífica sala 4, que ya se sabe que lo más cómodo es no discernir y dejarse llevar por la muchedumbre, algo que también sirve para explicar por qué la versión original funciona en el Avenida y no en el Nervión Plaza, que ha ido progresivamente disminuyendo su oferta en v.o. ante la falta de respaldo público.

La desaparición del Alameda es la crónica de una muerte anunciada porque sus propietarios así lo han querido, lo han dejado morir hasta que una oferta tan suculenta como la que les habrán hecho para construir otro hotel le haya dado la puntilla definitiva. Estrategias para mantenerlo y hacerlo rentable a buen seguro que las había. No me corresponde a mí indicarlas, que hace mucho que dejé de dedicarme al márketing cinematográfico, pero basta pensar que si los cines funcionan en los centros comerciales, por qué no han de hacerlo en el más completo y atractivo que hay en la ciudad, el centro histórico, lleno de restaurantes y cafeterías de vanguardia, y con tiendas y librerías de todo tipo y marca. Quizás haber alternado allí también la versión original y el doblaje hubiera salvado de la quema tan querido y emblemático lugar. Pero no responsabilicen al público, sino a la propiedad que no ha sabido ni ha querido potenciar unos cines que podrían haber funcionado como lo han hecho en Valencia por ejemplo, por citar una ciudad de proporciones similares a la nuestra, los Lys o los ABC Park, tan productivos como los ubicados en centros comerciales, gracias a la apuesta que en ellos han hecho sus propietarios, más decentes y sensatos.

Pero qué se puede decir de una ciudad que permitió que se tirase abajo un suntuoso palacio para construir un impersonal Corte Inglés, o que hace nada destruyó un armonioso paseo fluvial en Marqués de Contadero para construir un mamarracho en forma de portaviones en desagradable contraste con el entorno, despropósito del que curiosamente nada se ha dicho en prensa, a diferencia de lo mucho que se ladró a propósito de la Torre Pelli o las Setas, que no necesitaron de la destrucción de nada y potenciaron considerablemente las zonas donde se ubicaron. O una ciudad que lleva décadas sin saber qué hacer con el Mercado de la Puerta de la Carne o la Jefatura de Policía de La Gavidia. Pobre Sevilla, ¡en manos de quiénes está!

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