lunes, 21 de octubre de 2019

ÁLVAREZ LOSADA Y RIERA GOMILA: UN PAÍS PARA RECORRERLO

José Manuel Álvarez Losada, violín. Andreu Riera Gomila, piano. Programa: Sonata nº 1 Op. 51, de Turina; 1er Cuaderno de Sonetos, de Toldrá; Introducción y Tarantella Op. 43, de Sarasate; Somieig, de Mercé Pons; Sol ixent: Preludio capriccioso, de Antoni Martorell; Canto y danza andaluza, Habanera, Danza argentina y 2ª Guajira, de Manuel Quiroga. La Casa de los Pianistas, domingo 20 de octubre de 2019

La Casa de los Pianistas continúa demostrando un alto nivel de exigencia programando tan excelentes músicos como los que nos acompañaron ayer noche en su sede de la calle Cano y Cueto. Subvencionado por el Instituto de Estudios Baleáricos, el concierto giró en torno a dos competentes compositora y compositor mallorquines, arropados por otros autores del pasado siglo y el anterior con voces propias y sensibilidades tan diversas como solo un país multicultural puede ofrecer. Aunque teniendo en cuenta la época en la que surgieron algunas de las obras propuestas, predominaron aires populares y folclóricos más relacionados con el sur que con el resto de una geografía muy bien representada por los músicos invocados.

El violinista gallego José Manuel Álvarez Losada y el pianista mallorquín Andreu Riera provienen del profesorado del Conservatorio de las Islas Baleares, donde tienen por compañera a la querida y admirada compositora Mercé Pons, cuyo Somieig sonó dulce y apacible como ese mar en calma donde se balancean las algas que inspiró a la autora, si bien como lengua universal que es la música, puede sugerir en el oyente un sinfín de otras sensaciones. Para ello Riera al piano y Losada al violín se emplearon a fondo trabajando la sutileza y la delicadeza con decisión y ahínco. En el otro extremo, Sol ixent, el Preludio capriccioso del franciscano Antoni Martorell, de quien en boca de Riera supimos que estudió composición con Morricone y fue organista favorito en el Vaticano, es una obra juguetona y alegre con la que Losada exprimió un instrumento al que sometió a todo tipo de figuras retóricas.

La clave de una buena interpretación de música de cámara reside, además de en el talento de los intérpretes, en una buena conjugación y acoplamiento de los mismos. Losada y Riera cumplieron perfectamente este precepto y nos ofrecieron estupendas versiones de piezas tan dispares como la primera de las dos sonatas de Turina, un detalle para la ciudad que lo vio nacer, con un trabajo expresivo de hondo romanticismo tanto al teclado como en un muy bien paladeado violín, especialmente destacable en el aire cantable del movimiento lento. Losada hizo alarde de un espléndido virtuosismo técnico en las piezas de Sarasate, donde solo desfalleció levemente en la transición entre la contenida Introducción y la desatada Tarantella. Así mismo destacó en las cuatro obras elegidas del también virtuoso Manuel Quiroga, paisano del joven Losada, apellido éste que también coincide con el segundo de este célebre violinista y compositor de primera mitad del siglo XX. Pero aquí la parte de piano está más elaborada y Riera pudo también lucir su dominio técnico y expresivo al teclado, mientras el violín echó mano de todo tipo de recursos, arpegios, armónicos, dobles cuerdas… recreando así el espíritu colorista lleno de ritmo y pasión de las obras que Quiroga compuso inspirándose en regiones de España y América Latina. Los muy hermosos sonetos que integran el primer cuaderno del compositor catalán Eduard Toldrá sirvieron para exhibir una considerable expresividad, con especial mención al creciente y fervoroso temperamento que se aprecia en el Ave María, y que los músicos resolvieron con calidez y un fraseo claro y limpio. Los aplausos de la escasa veintena de asistentes sonaron casi como los ánimos que abarrotaban el Sánchez Pizjuán a esa misma hora.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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