Y
en medio este séptimo concierto de abono, sin duda el más singular de cuantos ha programado la orquesta esta
temporada. Una auténtica isla con ínfulas de acontecimiento único e irrepetible
y participación de todo un excepcional
elenco de consumados artistas que venían a apropiarse de la orquesta y de
nosotros y nosotras, a cautivarnos y dejarnos perplejos.
Y
así fue sin duda, y sin embargo, volvió a suceder. El aforo dejó mucho que desear, algo que esperemos no vuelva a
ocurrir hoy. Sevilla no puede permitirse esto, y ya está sucediendo demasiadas
veces. Mientras no deja pasar la oportunidad de insistir una y otra vez sobre lo mismo, algo a lo que por supuesto
ni nos oponemos ni criticamos, deja pasar de largo propuestas tan novedosas, enriquecedoras y satisfactorias
como ésta o la que protagonizaron la Gewandahus de Leipzig y Andris Nelsons hace
un par de semanas.
Una
auténtica fiesta
Manuel Hernández Silva volvió a la ciudad. El director venezolano tan
estrechamente ligado a nuestra comunidad, donde ha sido director de las
orquestas de Málaga y Córdoba, regresó al Maestranza y la Sinfónica, esta vez
con un programa fundamentalmente
venezolano y absolutamente latinoamericano. Arrancó con la suite que Erich
Kleiber arregló de la música de Silvestre Revueltas para la película de 1936 Redes, dirigida por Enrique Gómez Muriel
y Fred Zinnemann, todo un clásico de la
música cinematográfica y sin duda una de las obras más populares del
compositor mexicano junto a Sensemayá.
Es
cierto que Hernández Silva amplificó los
niveles decibélicos de la orquesta, y así se mantendría durante todo el
concierto, provocando en no pocas ocasiones una saturación poco habitual entre las bondades acústicas del
Maestranza. Pero también lo es que imprimió a la partitura de una majestuosidad y una energía inusitadas,
preámbulo de la fiesta y el delirio que habría de seguirle.
Concierto venezolano es una obra del gran Paquito D’Rivera que ganó
el Grammy latino a la mejor
composición clásica contemporánea, precisamente en la edición que se celebró
aquí en Sevilla, razón de más para interpretarla aquí. Para ello se contó con
la impagable aportación de Pacho Flores,
su destinatario y quien la tiene grabada en el disco Estirpe, que vino acompañado
de trompetas y cornetas, demostrando que es un fuera de serie y que es
capaz de contagiar a toda una orquesta acostumbrada a otras estéticas para
extraer de ella toda la alegría y el
frenesí que una página jazzístico sinfónica como ésta exige. Preciso y
magnífico, en fraseo, articulación, buen gusto y amor por la música, lo de
Flores excede de lo humano y se sitúa directamente en lo extra terrenal.
Genio
figura, en las cadencias se permitió encajar la Canción de cuna de Brahms para anunciar, así con desparpajo y una total falta de complejos, que Hernández Silva
acababa de ser abuelo.
Mucho
humor y desbordante virtuosismo
Toda
la segunda parte estuvo protagonizada por compositores
venezolanos, el clásico Inocente Carreño y el propio solista, Pacho Flores,
aunque ya la pieza del cubano D’Rivera iba dedicada a ese país, en apoyo según
él a la situación que atraviesa su población, la misma que pasó él en Cuba
antes de exiliarse a Estados Unidos.
Pero
fue sin duda el gran final de fiesta
lo que acabó sorprendiéndonos del todo. Comenzó de nuevo con una interpretación
entusiasta y absolutamente espectacular, esta vez de la pieza de concierto del
propio Flores, Cantos y revueltas, al
que se unió el cuatrista Leo Rondón,
ahora con más protagonismo que en la pieza de D’Rivera. La pieza dio pie a una
exhibición de Rondón llena de fuerza y
vitalidad, con cadencias delirantes que se reflejaron incluso en sus
gestos, mientras Flores siguió desplegando su genialidad a la trompeta,
convertida en una auténtica arma de
seducción.
Cantos y revueltas, también de carácter rapsódico, incluye temas reconocibles como la Tonada de luna llena que disfrutamos de
la mano de Caetano Veloso en la banda sonora de La flor de mi secreto de Almodóvar. Pero Flores se permitió
alargarla introduciendo en las cadencias pasajes del bolero Historia de un amor, mientras Rondón hizo
lo propio con sus vertiginosas cadencias
destinadas a potenciar el ritmazo de la propuesta.
Siguió
un episodio de propinas que no se podrá
olvidar en la vida, manteniendo el ritmo y la sensualidad, a veces
directamente erotismo, en formato de cuarteto, con la aportación de Lucian Ciorata al violonchelo, y de
terceto, cuando Rondón pidió prestado el instrumento al solista de la ROSS y
Silva al propio Rondón, demostrando que pueden
ser virtuosos con muchos instrumentos, y que lo suyo es sencillamente pasión
por la música y por la vida.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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