viernes, 28 de marzo de 2025

UNA FUNCIÓN MUY VERBENERA

La verbena de la paloma. Sainete lírico con música de Tomás Bretón y libreto de Ricardo de la Vega. Prólogo “Adiós, Apolo” de Álvaro Tato. Lucía Marín, dirección musical. Nuria Castejón, dirección escénica. Nicolás Boni, escenografía. Gabriela Salaverri, vestuario. Albert Faura, iluminación. Íñigo Sampil, dirección del coro. Cristina Arias, asistente dirección y coreografía. Con Borja Quiza, Carmen Romeu, Emilio Sánchez, Amparo Navarro, Ana San Martín, Manuel de Diego, Rafa Castejón, Gurutze Beitia y Sara Salado. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro del Teatro de la Maestranza. Producción del Teatro de la Zarzuela. Teatro de la Maestranza, jueves 27 de marzo de 2025


Coincidía ayer el estreno en Sevilla de esta nueva producción de la Zarzuela de La verbena de la paloma, con la celebración del Día Internacional del Teatro. Una feliz coincidencia por cuanto en esta versión de la popular zarzuela de Tomás Bretón, un prólogo de aproximadamente tres cuartos de hora recrea el ensayo previo a la última función del llorado Teatro Apolo de la calle Alcalá, antes de que la especulación acabara por destruirlo.

Y nos vino a la memoria, en tan sintomática fecha, tantos espacios cerrados y aquellos otros que corren el peligro de hacerlo, empezando por el Teatro San Fernando de la calle Tetuán, o los de Sierpes, Imperial y Lloréns, a los que declarar bienes de interés cultural no parece hacerles mucho favor, sin hablar del Coliseo, que aunque no fue exactamente teatro, hechuras no le faltaban. Ayer mismo tuvo lugar una concentración frente al Lope de Vega para exigir su inmediata reapertura.

El dramaturgo, actor y poeta Álvaro Tato diseña y articula este prólogo, que a la postre se convierte en lo mejor de esta producción del señero título zarzuelero, cuando todavía recordamos con enorme satisfacción el extraordinario sabor de boca que nos dejó hace casi veinte años la anterior producción, también de la Zarzuela, que pudimos ver cuando el Maestranza la programó por última vez, entonces con una dirección escénica de Sergio Renán muy deudora del cine de los años treinta.

Una primera parte con aspecto de musical

El prólogo se ambienta en 1929, cuando director y compañía preparan con la histeria habitual la última función de un teatro que se especializó en eso que llamaron el teatro por horas, y cuya famosa cuarta de Apolo se reservaba al título más llamativo. Y entonces todo recuerda a la atmósfera que se ha seguido respirando en series de televisión tan populares como Aquí no hay quien viva o La que se avecina, y que a nosotros nos parecen tan deleznables por cuanto retratan una sociedad donde reina el mal humor, la falta de respeto y la mala educación, como si fueran recursos humorísticos.


A pesar de ello, Tato acierta al introducir aquí todas las críticas que pudieran hacerse a una revisión no actualizada del título de Bretón, con proclamas feministas y libertarias y un afán de modernidad que aún debía esperar dos años a asentarse, cuando se proclamase la Segunda República. Queda así justificado el carácter presuntamente rancio de lo que habrá de venir, que no es sino una producción absolutamente fiel al original, salvo por un vestuario contemporáneo a esa última función del Apolo, echándose en falta los tradicionales trajes de chulos y chulapas.

Con este pretexto, se hace un documentado repaso a la historia del Apolo antes de que se reabriese en la Plaza Progreso, hoy Tirso de Molina, donde se representan musicales como el que plantea este prólogo, con números de zarzuelas y revistas poco conocidas que sirven para poner en escena coreografías nunca del todo rematadas, siempre en el límite de lo correcto, sin llegar a la excelencia, aunque en lo estrictamente musical funcionaron satisfactoriamente desde el foso y sobre el escenario, destacando el Chotis de la garsón de Jacinto Guerrero, el Tango del cinematógrafo de Serrano, y el duelo de valses de Chueca y Valverde.

Una exhibición de malos modos

Unos decorados costumbristas y realistas, de esos que el público aplaude a rabiar, abren paso a una Verbena de la paloma cuyo primer cuadro deja ya en entredicho la oportunidad de esta nueva producción a raíz del ciento setenta y cinco aniversario del nacimiento del autor. La combinación entre el dúo de Don Hilarión y Don Sebastián, los chascarrillos del tabernero y sus amigos y la afligida canción de Julián, no funciona. Falta dinamismo y emoción, antes de que en el coro entonando las famosas seguidillas atisbemos en primera línea a Marta García-Morales y Paula Ramírez, integrantes de la Compañía Sevillana de Zarzuela, que con pocos medios tan bien sabe quitarle el polvo a estos títulos decimonónicos.


Se mantiene la línea dramática, bien defendida por cantantes y actores, pero que tanto hiere nuestro sentimiento al evocar esa falta de respeto entre semejantes, buscando en el desprecio y la mala educación el efecto humorístico, tan propio de las clases bajas madrileñas tal como se han empeñado en presentarlas. Y así hasta el final, y sin que nos emocionen las coplas de Don Hilarión ni nos conmueva el famoso dúo de los enamorados y el mantón de manila.

En este contexto, hay que destacar una buena iluminación, un correcto vestuario y una vistosa escenografía, especialmente en el número de la soleá, muy bien cantado por Sara Salado y bailado por la coreógrafa Cristina Arias. Por su parte, la directora jienense Lucía Marín, mantuvo el control de la orquesta, salvo en momentos puntuales en los que llegó a eclipsar las voces, si bien se mostró más preocupada por sacar brillo que por cuidar los matices de la partitura y su excelente orquestación.

Entre esas voces eclipsadas, nos sorprendió la de Manuel de Diego, inaudible en La verbena y sin embargo tan potente en el prólogo, donde daba vida a un fotógrafo. De igual manera, pero a la inversa, nos pasó con Ana San Martín, que dio la sensación de no saber cantar en el prólogo y sin embargo se defendió muy bien en su breve cometido como Casta.


En cuanto al cuarteto protagonista, buena voz, controlada y moldeada, la de Borja Quiza, corto sin embargo en expresividad y sentimiento. Carmen Romeu, a quien aquí hemos visto hasta cantar música antigua en los Jardines del Alcázar, mantiene su voz espesa y bien articulada, aunque a veces parece perderse en los cambios de registro. Emilio Sánchez no es el Hilarión perfecto, resulta estridente y acusa una voz muy tremolante. Amparo Navarro exagera su tono apesadumbrado, pero en lo vocal mantiene la dignidad de su veteranía.

No cabe duda de que Nuria Castejón, más habitual como coreógrafa que como directora de escena, se ha tomado con seriedad su cometido en esta producción que se estrenó en Madrid la primavera del año pasado, y debía haberse representado en Les Arts de Valencia en noviembre si no hubiese sido cancelada por la tragedia de la Dana; pero los resultados no le avalan a nuestro juicio. Que sus hermanos Rafa y Jesús le acompañen en la empresa, el primero como tabernero (director en el prólogo) y el segundo como voz en la radio, nos parece un gesto tan oportuno como entrañable.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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