Guión y dirección Terence Davies, según la obra de Terence Rattigan Fotografía Florian Hoffmeister Intérpretes Rachel Weisz, Tom Hiddleston, Simon Russell Beale, Barbara Jefford Estreno en España 7 septiembre 2012
Posiblemente Terence Rattigan sea el autor teatral inglés contemporáneo más veces adaptado a la pantalla, tanto de cine como de televisión y en distintos idiomas. Mesas separadas o El príncipe y la corista se cuentan entre las más célebres; algunas han sido adaptadas en varias ocasiones, como El caso Winslow o La versión Browning. Él mismo ha sido autor de guiones para films de David Lean (La barrera del sonido) y Anthony Asquith (Hotel Internacional), entre otros, así como de la adaptación al musical de Adiós, Mr. Chips de Herbert Ross. Terence Davies por su parte se prodiga poco en el cine, centrando más su trabajo en la televisión; prácticamente sólo ha dirigido una película por década desde hace cinco, entre las que se encuentran Voces distantes, El largo día acaba y La casa de la alegría. El año pasado se presentaba en el Festival de San Sebastián ésta que ahora se estrena una vez despreciando la traducción del título original, algo así como El profundo mar azul. No es la primera adaptación al cine que conoce esta preciosa y delicada obra intimista de cámara; en 1955 Anatole Litvak dirigió una con Vivien Leigh y Kenneth Moore. Davies se ha fijado ahora en ella para plasmar con notable inteligencia y sensibilidad la dramática experiencia de una mujer fuertemente apasionada en la Inglaterra post Segunda Guerra Mundial, atrapada entre dos hombres incapaces de ofrecerle lo que ella demanda, en un mundo en el que la mujer no parece tener derecho a exigir y sólo puede quedar a expensas de lo que de ella demanden los hombres. Algo así como pasión fogosa a la sombra de la terrible flema británica. Como en otras películas de Davies, la música cobra una relevancia extrema, hasta el punto de que sus diez primeros minutos están estructurados y narrados en torno al 2º movimiento del Concierto para violín de Samuel Barber, a su ritmo y bajo sus exigencias dramáticas. No faltan tampoco, como suele ser habitual en las cintas de este veterano director inglés, las secuencias músico corales, en las que figurantes en un bar o en el metro entonan canciones populares de la época, como el You Belong to Me de Jo Stafford o el tradicional irlándés Molly Malone. Todo ayuda a crear una atmósfera entre bucólica y de ensoñación en la que una mujer desorientada e insatisfecha deambula sin entender cuál debe ser su destino ni el de los hombres que la rodean, ya se trate de su bondadoso e inoportunamente compasivo esposo, o de su joven y atolondrado amante, incapaz de asumir el compromiso y sólo disponible para la pasión que ella demanda en momentos concretos y puntuales. Todo genera un proceso de hundimiento moral y sentimental de una mujer vulnerable que sólo al final comprende que en la vida las posibilidades para superarse y seguir adelante son infinitas; un alivio fugaz rápidamente enturbiado por el recuerdo de las bombas que años atrás enturbiaron el juego de unos niños. Quizás por eso, porque el personaje brillantemente interpretado por Rachel Weisz se va desmoralizando y desmoronando paulatinamente, la fotografía se antoje turbia y nebulosa, mientras el violín de Hilary Hahn sigue dando gritos de socorro, eso sí tan elegantes, sutiles y exquisitos como la película que alrededor de esta ejemplar tesis sobre el amor y la pasión ha erigido Terence Davies.
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