lunes, 28 de enero de 2019

EL BLUES DE BEALE STREET Amanerada mezcla de racismo y romanticismo

Título original: If Beale Street Could Talk
USA 2018 119 min.
Guión y dirección Barry Jenkins, según la novela de James Baldwin Fotografía James Laxton Música Nicholas Britell Intérpretes KiKi Layne, Stephan James, Regina King, Brian Tyree Henry, Colman Domingo, Teyonah Parris, Diego Luna, Pedro Pascal, Emily Rios, Finn Wittrock, Aunjanue Ellis, Michael Beach, Dave Franco Estreno en el Festival de Toronto 9 septiembre 2018; en Estados Unidos 25 diciembre 2018; en España 25 enero 2019

James Baldwin, popularizado con el documental I Am Not Your Negro, publicó su novela If Beale Street Could Talk (Si la calle Beale pudiera hablar) en 1974. Activista de los derechos civiles de la comunidad afroamericana, así como de la homosexual a la que también pertenecía, y avispado observador de las costumbres sexuales del país en el que vivió hasta su muerte de cáncer de estómago en 1987, Baldwin se refería en el título de su novela a la emblemática calle de Memphis tan asociada al jazz y donde tanta importancia cobró la comunidad negra a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Su novela y la película sin embargo se ambienta en Nueva York, donde una joven narra su peripecia vital y romántica en defensa del hombre al que ama, injustamente acusado y encarcelado por una presunta violación no probada, mientras espera al hijo o hija de ambos. Barry Jenkins, director de la galardonada Moonlight, probablemente una de las películas que más se hayan beneficiado de la cuota de cine afroamericano políticamente correcto, premiable con el Oscar cuando la favorita era La La Land, demuestra definitivamente que es un director amanerado, capaz de sin renunciar a las directrices comúnmente aceptadas de estilo y narrativa, procurar subvertirlas sin pasarse para no ahuyentar a un público efectivo. Su estilo pausado y elegante, colores razonablemente saturados y cuerpos bellos y amables, al servicio de un romanticismo poéticamente pretencioso, chocan sin embargo con una serie de disparates argumentales que, aunque tengan su referente en una novela de prestigio, exigen de cierto moldeado para resultar convincentes. De la misma manera que en Moonlight se hacía difícil creer que el protagonista, considerablemente moldeado en cuerpo y rostro, se mantuviera célibe a lo largo del film, aquí resulta improbable que la familia de la protagonista organice un supuestamente feliz encuentro con la de su amado para dar una noticia que a todas luces provocaría una crisis, conocida la radical religiosidad de la madre del infortunado joven. Escenas largas y tediosas, puritanas y de estética publicitaria, como la de sexo, resultan ridículas, mientras que la grave indefinición que sufren los personajes, prácticamente todos y todas, no ayudan a considerar este film más allá de su valor coyuntural como cinta estrenada en época de Oscars con tres nominaciones en su haber, una para la impecable interpretación de Regina King como madre de la protagonista, otra para los improbables diálogos, demasiado poéticos y exquisitos para ser pronunciados por gente tan humilde, y otra para la hermosa, delicada y etérea banda sonora de Nicholas Britell, posiblemente lo mejor del conjunto. Curiosamente Robert Guédiguian ya adaptó la misma novela en su película de 1998 De todo corazón.

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