martes, 8 de enero de 2019

SILVIO (Y LOS OTROS) Análisis no muy poliédrico de todo un personaje

Título original: Loro
Italia-Francia 2018 150 min.
Dirección Paolo Sorrentino Guión Paolo Sorrentino y Umberto Contarello Fotografía Luca Bigazzi Música Lele Marchitelli Intérpretes Toni Servillo, Elena Sofia Ricci, Riccardo Scarmacio, Kasia Smutniak, Euridice Axén, Fabrizio Bentivoglio, Roberto De Francesco, Dario Cantarelli, Anna Bonaiuto, Giovanni Esposito, Ugo Pagliai, Ricky Memphis, Duccio Camerini, Yann Gael, Alice Pagani, Fabio Concato Estreno en Italia 24 abril 2018; en España 4 enero 2019

Tras un prometedor arranque con cintas como El amigo de familia y Las consecuencias del amor, Sorrentino sorprendió a propios y extraños con Il Divo, una corrosiva y vistosa sátira sobre Giulio Andreotti, siete veces jefe del gobierno italiano desde final de la Segunda Guerra Mundial a la historia reciente. Marcaba así un estilo visual potente e innovador con el que descuartizaba literalmente todo un exponente de la historia del país vecino, causa y consecuencia de los ridículos derroteros por los que ha deambulado nuestra por otro lado amada y admirada Italia, país con el que tanto guardamos en común. No es de extrañar que la diana la coloque ahora sobre Silvio Berlusconi, necesitando en el empeño tres horas y media repartidas en dos partes, que en su exhibición internacional se ha reducido en casi una hora. Suficiente para entender la intención del autor, que no es tanto la de ridiculizar al personaje, lo que resultaría tan obvio como inútil a estas alturas en las que incluso la justicia ha tomado parte en su desenmascaramiento, como intentar comprender su autodestrucción, sus filias, vicios y diatribas dentro de una carrera política tan irregular como proclive al despropósito y el desmadre. Con dos partes bien diferenciadas, la que retrata a los otros, ese Loro (Ellos) del título original, con Riccardo Scarmacio como joven y potente arribista que no duda en organizar suntuosas orgías de bellísimas mujeres para acaparar la atención del político. Y la segunda centrada ya en el mandatario, un impagable Toni Servillio con cierto aire indulgente que lo muestra recluido en su mansión de Cerdeña, donde acaricia su regreso al primer puesto del gobierno del país, acuciado por la justicia y con su esposa desencantada y a punto de exigirle el divorcio. Entre fiestas perfectamente articuladas y coreografiadas por el sensacional director de La gran belleza, Silvio encuentra sus momentos más lúcidos en la intimidad de sus conversaciones con su esposa, una joven aspirante a amante, el arribista desnortado o la humilde ama de casa con la que ejerce su antigua función de empresario, vendedor de humo cual político al uso. El resto se revela desigual, cansino por momentos, brillante otros, y nos hace reflexionar sobre la condición de nuestro propio país, capaz de desenmascarar a tiempo a un Berlusconi tan casposo como el original, ese Jesús Gil también empresario y dirigente deportivo, que se bañaba junto a bellezas patrias frente a las cámaras de su propia televisión, pero al que la justicia y la propia muerte nos ahorró del escarnio que hoy sufre un país en el que los desastres naturales contribuyeron a poner en entredicho a quien decidía su futuro político, dentro y fuera de sus fronteras.

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