En
los atriles, un recorrido sentimental y
estilístico por la música de su Hungría natal, con dos partes bien
diferenciadas, el romanticismo a ultranza de Liszt y la cara más folk del país
y la vecina Rumanía. El poema sinfónico Los
preludios sirvió justamente como obertura a dicha ruta, y de paso introdujo
una primera parte protagonizada
íntegramente por Liszt.
La
técnica de la transformación temática,
tan cara al género, se benefició de una interpretación clara y transparente,
muy atenta a cada inflexión expresiva, cuidadosa
con las dinámicas, los perfiles y los matices. Nada que ver con otras
ocasiones, la
última en 2020 rompiendo el silencio pandémico, en que apreciamos cierta suavidad en la forma de dirigir
de Ráth. Pura efervescencia, acierto en los contrastes y una inusitada forma de
atacar los pasajes más enérgicos de la pieza, de la misma forma que los más poéticos alcanzaron cotas sublimes,
caracterizó el estilo del maestro, sensacionalmente respondido por una orquesta
extensa, con hasta ocho contrabajos
y solos maravillosos.
Un
pianista acorde a las circunstancias
No
cabía malograr tan esperanzador arranque con un pianista que no estuviera a la
altura, y vaya si Eldar Nebolsin volvió
a convencer al público maestrante. Nacido en Uzbekistán pero formado
fundamentalmente en nuestro país, lo que le permite hablar un fluido
castellano, el intérprete logró hacerse con el Concierto nº 2 de Liszt y regalarnos una interpretación de altura, para el recuerdo.
Se
adhirió a sus perfiles rapsódicos con total
elegancia y naturalidad, dominando la melodía y controlando el virtuosismo,
manteniendo su carácter protagónico pese a la brillante intervención de los músicos de la orquesta, especialmente
un solista de violonchelo de enorme solvencia y delicadeza.
Fiesta
y drama
Menos
efectivos necesitó el director húngaro para afrontar una página tan festiva como el Concierto
Rumano de Ligeti, una obra de juventud que sólo puntualmente adelanta el
estilo que le hiciera célebre y con el
que revolucionara la música occidental, concretamente en el movimiento
lento, con aportaciones intrigantes y colmadas de misterio de la trompa solista. El resto es pura efervescencia basada en el uso de
melodías del folclore rumano. Un trabajo no exento en su momento de polémica,
por cuanto se le acusó de no ceñirse a las indicaciones del realismo socialista
en el uso de este tipo de melodías, añadiendo
disonancias e intervenciones atrevidas.
El
trabajo fulgurante de la orquesta, con solos
agitados y aceleradísimos de Alexa Farré al violín, se vio corroborado con
una más que satisfactoria interpretación de la pieza de concierto extraída del
ballet El mandarín maravilloso de
Bartók. Hacía tanto que no escuchábamos esta increíble obra en el Maestranza,
que algunos consideramos la oportunidad
un acontecimiento, saldado con satisfacción gracias a las formas aseadas y
enérgicas de la batuta, y el trabajo
integral, sintonizado, armónico y exuberante de la orquesta, en formación
muy extensa.
Siguiendo
una narrativa que preconiza el uso de la banda sonora veinte años después en el
cine negro hollywoodiense, la interpretación de Ráth y la ROSS fue en todo momento incisiva y brillante,
haciendo hincapié en su parentesco con el universo stravinskiano y en sus
perfiles de seducción y sensualidad.
Excelentes solos también, además de un magnífico
trabajo de metales y percusión, derivando todos y todas en un espléndido
final fortissimo.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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