Irene Pérez Cantillón, Juan García Rodríguez y la OSC |
El
de la Orquesta de la Universidad de
Sevilla y el Conservatorio Manuel Castillo estuvo íntegramente dedicado a Mozart, ese señor que puede no suele ser el
favorito de la afición, pero que gusta a todos y todas, incondicionales y
profanas. Se trató de un programa breve,
no llegaba si quiera a la hora de música, pero muy ecléctico y con destacadas
participaciones solistas y colaboraciones, para lo que quizás el auditorio se
quedaba corto, aunque exhibiera unas cualidades
acústicas muy apreciables.
La
breve Sinfonía nº 26, compuesta
cuando el genio sólo contaba dieciséis años, sirvió de obertura, no en vano
sigue la estructura de la típica
sinfonía obertura de la ópera barroca italiana, y no le va a la zaga en
duración. Juan García atacó el presto inicial con inusitada energía, fuertes contrastes y un impulso dramático
muy adecuado. Menos logrado resultó un andante
algo inseguro y desequilibrado, mientras el allegro
final evidenció sensación de
encantadora jovialidad.
Los
y las jóvenes integrantes de una orquesta reducida para la ocasión respondieron
con el compromiso y la responsabilidad
que les caracteriza, no importa lo mucho que cambie cada temporada la
plantilla de esta orquesta en continua transformación. Sólo las difíciles y traicioneras trompas mostraron algún
desajuste que no llegó a empañar la empresa.
Fagot
y voces como ilustres invitadas
La
fagotista sevillana Irene Pérez
Cantillón se encargó de la parte solista del Concierto K191 que Mozart compuso un año después de la sinfonía de
arranque. Su fuerza expresiva quedó
libre de toda discusión, mientras en lo que respecta a fraseo y control de la
respiración, la suya fue una
interpretación impecable. Justa y perfectamente equilibrada en todas las
filigranas que muestra la pieza al instrumento solista, logró una sintonía perfecta con la orquesta,
especialmente en ese andante
sentimental y melodioso tanto inspiró al Porgi,
amor de Las bodas de Fígaro.
Como
también lo hicieron las voces convocadas en la Pequeña cantata masónica, Proclamamos
nuestro gozo en alto, última
composición completada por el autor. Con texto de Schikanaeder, las compenetradas voces masculinas del Coro de
la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza aportaron épica y
solemnidad a las primeras y últimas y repetidas estrofas de esta breve pero
sensacional cantata en la que brillaron
las voces solistas de Juan Ramos y Armando Martín, con atinada aportación
también del tenor solista del coro, Francisco
Romero.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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