Vaya por delante nuestra enhorabuena al equipo gestor del Espacio Turina por haber salvado los muebles y mantener esta temporada un calendario tan brillante como el que nos ofrecieron la pasada. En ese contexto brilló especialmente anoche la contribución del conjunto especializado en música antigua La Lira di Orfeo, comandado por su fundador y principal artífice, el contratenor italiano Raffaele Pe. Circunscrito en esa moda imperante que recupera el repertorio escrito para este particular registro, y que lo adapta también a composiciones modernas, la de Pe es una voz preciosa, potente y de generosa proyección, que no pierde nunca su brillo, penetra en el oyente y logra mantener un estilo y registro homogéneos y perfectamente controlados. En su primera comparecencia sevillana, demostró además una simpatía radiante.
Sin embargo no empezamos a apreciar estas notables características en su primera aportación al recital, un Si dolce è il tormento de Monteverdi que encontramos demasiado afectado y profusamente ornamentado, algo fuera de estilo, como si se tratara de una balada rock, por mucho que más adelante el contratenor se refiriera a una de las piezas instrumentales programadas como autentico rock ‘n roll. Curiosamente, cuando volvió a entonar el famoso madrigal como primer bis, dejó atrás tanto ornamento y filigrana y se centró en transmitir un sentimiento más sincero y comedido, convenciéndonos de su magisterio. Esta primera impresión quedó desterrada cuando atacó Eppur io torno de L’incoronazzione di Poppea, donde debe pasar rápidamente del fulgor amoroso a la decepción y desesperación vehemente de la traición, lográndolo con sobresaliente factura y una emisión siempre natural, sin impostación alguna. Y más tarde, cuando adoptó una estética mística en Salve, Regina de la colección Selva morale e spirituale. Pero volvió a resultarnos estridente en un Laudate Domimun que abordó de forma agitada y algo descolocada desde el punto de vista expresivo, la voz siempre bien entonada y con matices bien contrastados, dando rienda suelta a su tendencia dancística. Sería su segundo bis.
Con Orfeo de Monteverdi, el conjunto desarrolló una especie de síntesis en el que a la chacona introductoria siguió la retahíla de atributos con el que el personaje expresa su devoción hacia su amada Eurídice (Rosa dal ciel), para terminar con el Lamento de Orfeo (Vi ricorda o boschi ombrosi), que el propio Pe definió como auténtica danza. En la misma línea desfilaron las dos últimas piezas del recital, una hermosa nana (Oblivion soave) más próxima al registro de tenor, también dominado, que cantó con solemnidad y delectación, y Voglio di vita uscir en el que dio una vez más rienda suelta a su proverbial capacidad para ornamentar con sentido y buen gusto. Todo ello acompañado por una versión reducida de su conjunto, perfecto abrigo expresivo y emocional para su cálido y hermoso canto. Destacó especialmente la violinista Elisa Citterio, que no nos causó tan buena impresión cuando en mayo tocó los Conciertos de Brandeburgo junto a Bernardini y la Orquesta Zéfiro. Esta vez sin embargo encontramos en su sonido toda la belleza arrebatadora que demandaban las dos sonatas algo arcaicas que interpretó, una de Biagio Marini y la otra de Dario Castello, un primer barroco en el que proliferaron la fantasía y la imaginación, así como el toque ágil y desenfadado de la violinista, arropada por la digitación perfectamente controlada de Nicolò Pellizzari al clave y la intensidad de Rodney Prada a la viola da gamba.
Fotos: Luis Ollero
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