Soraya Méncid volvió a encandilar anoche, esta vez al público que llenó la sala Manuel García del Maestranza. Acudió de la mano de Juventudes Musicales de Sevilla, uno de los pilares que han cimentado una carrera que hace tiempo dejó de ser promesa para afrontar un futuro resplandeciente. Lástima que tratándose de un programa concebido con tanto gusto y dedicación, se echaran en falta los socorridos subtítulos que tradujeran los textos entonados por la soprano onubense, sobre todo tratándose de tantas sensibilidades de mujer como autores y autoras las diseñaron. En cierto modo, este primer concierto del ciclo Alternativas de cámara, parecía abrazar aquel Rasgando el silencio que nos ha acompañado las tres últimas temporadas del Maestranza en versión también de cámara.
Los nombres de Pauline Viardot, Amy Beach, Nadia Boulanger y Cécile Chaminade nos recordaron tanto a aquellas veladas organizadas por Carmen Martínez-Pierret, que hubiera sido interesante seguir a una tan desenvuelta como expresiva Méncid en cada matiz de sus palabras. Incluso las piezas operísticas seleccionadas hicieron hincapié en esa especial sensibilidad femenina, ya fuera como mujer trágicamente enamorada o mujer independiente sobrada de personalidad. La cantante trabajó el programa tan intensamente como para cantarlo entero de memoria, una pieza tras otra con el único descanso que le permitió una interpretación esmerada y discretamente sensible, con un punto de sequedad, de la Pavana para una infanta difunta de Ravel, por parte del pianista sevillano Manuel Navarro, que goza de alta cotización internacional como maestro repetidor.
No hay límites posibles para el canto impecable y siempre en estilo de Soraya Méncid, tanto que su voz lírico-ligera a buen seguro irá madurando y alcanzando tesituras de mayor rango. De momento, goza de un timbre precioso y una capacidad ilimitada para modular a discreción, lograr apianar en transiciones de un gusto exquisito, frasear con una elegancia extrema y mantener un control absoluto sobre la respiración y los reguladores. Extraordinaria también en movimiento escénico, a buen seguro heredado de sus experiencias con la Compañía Sevillana de Zarzuela y el Liceo de Moguer en el género del musical. Exquisita fue su manera de entonar la chanson Apres un rêve de Fauré, con tanto sentimiento y emoción, como poderosa y vehemente resultó en Die Sterne de Viardot, y sencillamente apabullante en The Year’s at the Spring de Beach.
Después del intermedio pianístico, Méncid abordó cuatro páginas bien diferentes de ópera, concretamente del bel canto. De la gracia y el desparpajo empleados en Non si da follia maggiore de Il turco in Italia de Rossini, al temperamento contenido de Robert, toi que j’aime de Meyerbeer, pasando por el despliegue de potencia y dominio de la coloratura en la divertida cavatina de Norina de Don Pasquale de Donizetti. Especialmente nos conmovió la sensible emoción desplegada en On quante volte de I Capuleti e i Montecchi, toda una lección de contención dramática, sincera emoción y claridad de emisión. Navarro se adaptó en todo momento con elegancia, precisión y mucho respeto a cada inflexión y gesto de la extraordinaria y exquisita soprano.
Fotos: Guillermo Mendo


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