Las Noches del Alcázar se han vestido este fin de semana con ropajes de mujer, en esta ocasión con un repertorio del primer Barroco italiano y francés en el que más que justificarse su condición de perspectiva de género por la posible influencia que curtidas mujeres, intelectualmente hablando, pudieran haber ejercido sobre los compositores, todos hombres, podría serlo por la sensibilidad netamente femenina con la que sus tres intérpretes supieron abrazar el repertorio seleccionado. El nivel hoy es tan alto que supone un enorme esfuerzo alcanzar la calidad necesaria; hay mucha competencia y mucho se ha avanzado en las últimas décadas en lo que a interpretación históricamente informada se refiere como para que nuevos grupos alcancen a decir algo nuevo o sorprendente.
Es el caso de este Le Petite Ensemble, formado recientemente entre tres compañeras que en algún momento coincidieron como profesoras en el Conservatorio Cristóbal de Morales de la capital hispalense. Forjadas más como maestras que como intérpretes, aunque como tales han hecho sus pinitos más de una vez, su formación se resintió quizás de cierta inexperiencia y novedad, lo que podría resolverse con el paso del tiempo si dedican el esfuerzo, tiempo y empeño que la empresa exige y merece. Mientras tanto se agradece que sean capaces de poner sobre los atriles músicas tan refrescantes, hermosas y poco transitadas, con una calidad al menos digna. Así las cosas, el violín de Eva Febrer alcanzó niveles más que aceptables en los pasajes más líricos, como la sarabanda de la suite de Robert de Visèe, evidenciando buen gusto y mucha sensibilidad, mientras se defendió peor en los más atrevidos y dinámicos, con inflexiones no siempre bien resueltas, faltas constantes de afinación y sonido ocasionalmente estridente, a pesar de lo cual supo resolver complejas agilidades dejando claro que con algo más de práctica podría dar mejores resultados, además de dedicar como sus compañeras más tiempo a la afinación, que ya se sabe que las inclemencias del calor afectan considerablemente a estos instrumentos históricamente recreados.
En los atriles, además del autor francés curtido en la Corte de Luis XIV pero presuntamente suavizado en los salones de Madame de Maintenon y la Duquesa de Maine, ilustres representantes de la canzona italiana, Castello, Cima y Fontana, traducidos en particulares sonatas que no llegaron a funcionar todo lo deseable a nivel de compenetración y diálogo, pero permitieron a sus integrantes lucir aptitudes singulares, como Viviana González a la viola da gamba, atenta y elegante al fraseo aunque algo apagada en tono y disposición, o María Luz Martínez, postergada a un mero acompañamiento, a pesar de que las piezas de de Visèe fueron escritas para su instrumento pero interpretadas en arreglos para violín. Martínez dio a pesar de ello buenas muestras de controlar la cuerda pulsada y extraer de ella sonidos tan precisos como evocadores, como bien pudo demostrar en el exquisito Passacaglia de Kapsberger que recreó a dúo con la violagambista.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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