domingo, 5 de octubre de 2025

EN DON GIOVANNI CANTAN Y BAILAN, PERO SOBRE TODO ACTÚAN

Música de Wolfgang Amadeus Mozart. Libreto de Lorenzo Da Ponte, inspirado en “El burlador de Sevilla” de Tirso de Molina. Iván López-Reynoso, dirección musical. Cecilia Ligorio, dirección escénica. Gregorio Zurla, escenografía. Vera Pierantoni Giua, vestuario. Andreas Grüter, iluminación. Daisy Ransom Phillips, coreografía. Svenja Gottsman, dramaturgia. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro Teatro de la Maestranza (Íñigo Sampil, director). Banda interna del Conservatorio Superior de Música Manuel Castillo (Jaime Cobo, director). Con Alessio Arduini, David Menéndez, Ekaterina Bakanova, Julie Boulianne, Marina Monzón, Marco Ciaponi, Ricardo Seguel y George Andguladze. Producción de la Oper Köln. Teatro de la Maestranza, sábado 4 de octubre de 2025

Alessio Arduini y Marina Monzó

Puede parecer que Don Giovanni es un título recurrente en el historial del Maestranza, y sin embargo sólo se ha programado en cuatro ocasiones, una de ellas en clave de reposición. Lo hizo en aquel glorioso 92 de la mano Zeffirelli, y en 2008 con Mario Gas como director de escena, que se repitió en 2014. No es descabellado que, once años después, el disoluto castigado vuelva a la escena maestrante, con una mirada quizás más femenina gracias a la puesta en escena ideada por Cecilia Ligorio para la Ópera de Colonia, coliseo que depura mucho sus producciones para centrarse en su efectividad dramática y su elegancia formal.

Precisamente eso es lo que ofrece esta propuesta, en la que una plataforma giratoria hace que el escenario funcione eficazmente a fuerza de paneles austeros rematados con detalles clásicos, cerrados y abiertos según la ocasión, y a veces cortinajes que permiten pequeños cambios de escenografía. Una solución que favorece el elegante movimiento de sus siete personajes, entrando y saliendo de unas estancias a otras, como sucede en la laberíntica escena final del primer acto, justo después de que el septeto y el coro entonen ese atrevido Viva la libertad con el que Mozart se adelantó a la mismísima Revolución Francesa, aunque él se refiriese más a disfrutar de los placeres de la vida.

También es en el final del segundo acto, y por consiguiente de la ópera, donde brilla el movimiento escénico, elegante y suntuoso, de quienes sobreviven al seductor sólo para comprobar lo amargo de sus existencias, condenadas a la rutina y la vulgaridad, frente a la excitación que llegaron a experimentar de la mano de quien, consciente de que la muerte siempre está presente, decide vivir de forma tan despreocupada como libertina.

Julie Boulianne, Marco Ciaponi y Ekaterina Bakanova

Ahí es donde Ligorio decide incluir un guiño tan tópico como insolente como es la cabeza de un toro, que Don Juan (y Leporello cuando lo sustituye) se endosa en determinados momentos de la representación. Aunque en ningún momento se nombra Sevilla, es notorio que la acción transcurre aquí, lo que unido al significado de bravura y muerte que representa el animal, quizás diera pie a la escenógrafa a echar mano de tan recurrente elemento.

La directora se decanta así por una visión jocosa, que no cómica, del asunto. Una fiesta permanente en la que el baile está muy presente, con paisanos y paisanas que se prestan a sencillas pero muy efectivas coreografías a las que a menudo son invitadas las y los protagonistas de la función, rebajando así, acertadamente, la materia dramática a un título en el que ésta tiende a tener un considerable peso.

Insuficiente torrencial canoro

Esas virtudes mencionadas respecto a la funcional y elocuente escenografía, tiene también su peaje. Quizás influyera en la caja acústica del Maestranza para que, según la posición de los y las cantantes, sus voces sonaran compactas o en lejanía. Por supuesto que la calidad de las voces y, sobre todo, su proyección, contribuyó a que esto también sucediera así. Sabemos que en determinadas áreas del coliseo las voces llegaron en todo su esplendor, lo que refuerza la teoría de la esa inconveniente influencia de la escenografía.

De cualquier modo, lo que nos llegó fue la voz bien matizada pero insuficientemente proyectada de Alessio Arduini, un Don Juan de hermoso porte y acertada interpretación al que, sin embargo, faltó peso vocal. Destacó más en el enérgico  y festivo Finch’han dal vino que en el melancólico dúo con Zerlina, el célebre La ci darem la mano. Por el contrario, ésta fue un dechado de virtudes y emociones, puro canto, brillante, fluido y bien proyectado en momentos cruciales como Vedrai, carino. La hermosa soprano valenciana Marina Monzó se postuló así como lo más celebrado de la noche, junto a una Doña Anna encarnada en la voz de poderoso y bello timbre de Ekaterina Bakanova, a quien la refulgente orquesta no logró eclipsar en el desatado Fuggi, crudele de la primera escena.


Menos convincente resultó Julie Boulianne como Doña Elvira, con voz tremolante y puntualmente insegura, aunque de proyección anduvo sobrada, y a nivel interpretativo convenció por su volubilidad y tono amargo. Once años después de encarnar al mismo personaje en la producción del propio Maestranza dirigida por Mario Gas, David Menéndez acusa una voz menos potente y unos registros más rígidos que en aquella ocasión. Pero Leporello siempre cae bien y su actuación fue muy aplaudida.

Como tenor romántico, Marco Ciaponi da el nivel adecuado, aunque también exhibió una voz tenue e insuficiente, lo que se tradujo en un Dalla sua pace sentido pero algo mortecino. Sorprende que se prescindiera de la otra famosa aria de Don Octavio, Il mio tesoro intanto, sustituida en el estreno vienés por la antes mencionada, aunque hoy normalmente se cantan las dos. La participación de Ricardo Seguel como Masetto quedó en un discreto nivel, tanto en actuación como en canto, mientras a George Andguladze faltó un tono algo más oscuro y profundo, a pesar de lo cual su aportación a la escena del descenso a los infiernos resultó considerablemente aterradora. El próximo viernes 10 tendremos ocasión de comprobar si todo funciona mejor con el elenco completo alternativo.

La orquesta sonó brillante, rutilante de la mano de un esforzado Iván López-Reynoso. El director mexicano dio empuje a la partitura, agitó los momentos más dinámicos y acentuó la belleza de los más relajados, siempre desde unos parámetros más románticos que puramente clasicistas. La ROSS respondió con ese sonido cristalino que le caracteriza, con todas las familias instrumentales funcionando a un excelente nivel. Lo peor es que la batuta no se preocupó bastante en no eclipsar a las voces, especialmente apreciable en la tumultuosa escena inicial. Las breves aportaciones corales se saldaron con el habitual éxito, y en la coreografía, todos y todas las danzantes apostaron por ofrecer un buen espectáculo en tan atractiva experiencia.

Fotos: Guillemo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

No hay comentarios:

Publicar un comentario