viernes, 18 de marzo de 2011

Crónicas del FeMÁS (V)

DOS CITAS SINGULARES: SOLISTAS DE LA BARROCA DE SEVILLA Y GRAINDELAVOIX

Los viajes que Joseph Haydn realizó a Londres entre 1791 y 1795, tras la muerte de Nicolás Esterhàzy, fueron una bocanada de aire fresco y una ventana al Mundo para el compositor austriaco. Invitado por el violinista y empresario alemán, afincado en la capital británica, Johann Peter Salomon para dirigir una serie de conciertos, allí Haydn compuso sus doce últimas sinfonías, conocidas como londinenses.  El propio Salomon realizó pocos años después unas muy celebradas reducciones de estas sinfonías para flauta, cuarteto de cuerdas y piano, que son las que se tomaron como base, sustituyendo el piano por el contrabajo, en las interpretaciones que de la 94 La sorpresa y la 104 Londres realizaron el conjunto Solistas de la Barroca de Sevilla el pasado miércoles 16 de marzo en el Centro de Músicas Históricas ubicado en el Convento de Santa Clara.
Ventura Rico en el centro, y Mercedes Ruiz y
Guillermo Peñalver en el extremo derecho


Con Guillermo Peñalver en la flauta, Andoni Mercero y Alexis Aguado en los violines, José Manuel Navarro en la viola, Mercedes Ruiz en el violonchelo y Ventura Rico en el contrabajo (con una cuerda más, como los violones), los integrantes en esta ocasión de la aleatoria formación fueron de menos a más, desde una interpretación de la 94 demasiado árida e imperfecta técnicamente, si bien el último movimiento fue sencillamente brillante, hasta una 104 que siguió la línea emprendida con ese Finale de La sorpresa. La transición fue igualmente desde cierta inconsistencia en el espíritu y el ritmo, hasta un brío, una energía y una agilidad fuera de toda discusión, en un alarde de jovialidad y desenfado que hizo que en conjunto o por separado cada miembro de la Barroca de Sevilla, éstos y los que no estuvieron, merezcan considerarse auténticos maestros de la interpretación musical.

Pero si interesante fue asistir a una interpretación camerística de las sinfonías de Haydn, mucho más lo fue hacerlo al concierto que ayer jueves dieron en el Convento Santa Clara el conjunto vocal belga Graindelavoix y su director Björn Schmelzer. La obra elegida fue la muy compleja Missa Caput de Johannes Ockeghem, enigmáticamente asociada a la leyenda de San Jorge y el Dragón, quizás la más famosa de entre las compuestas y todo un monumento del Cuatrocientos que hasta ahora siempre había sido abordado desde la ortodoxia imperante en la Iglesia Católica desde el siglo XVII, limitándose a las oraciones y evitando todo tipo de ornamentación y floritura. Un estudio de la práctica realizada antes de ese siglo en iglesias francesas, más concretamente parisinas, ha llevado a Schmelzer a recuperar el canto profuso en ornamentación, de polifonía extrema, al que ha llevado más lejos permitiendo que cada voz aporte su particular timbre, fraseo y coloratura, por así decirlo, por separado, sin grupos vocales excepto para los graves continuos que sirven como base al conjunto melódico. Y para crear contraste, o al menos así lo entendemos, con la forma de abordarlo antiguamente, lo alternan con canto llano, monódico.

Pero a pesar de unas inertes indicaciones que se nos hizo antes del concierto por parte del personal de organización del festival, tales como que no aplaudiésemos entre piezas (faltaría más, todas las personas allí presentes sabemos que una misa es un todo que no acaba hasta el final), nadie nos avisó del cambio de programa. Si en la programación colgada en Internet y la que se refleja en el catálogo se reproducía el contenido de la grabación que de la obra han hecho Graindelavoix para el sello Glossa, lo interpretado finalmente distaba mucho de ser lo mismo; y no sólo porque con cada nueva interpretación el grupo experimente nuevas y distintas ornamentaciones, sino porque para el canto llano se prescindió del Mandatum Ritual a través del cual se narra la parábola del lavado de pies, que termina con el apóstol Pedro sugiriéndole a Jesús que no sólo lave sus pies, sino también sus manos y cabeza (el caput del tíulo), dejando sólo la última estrofa para justificar precisamente la denominación de la pieza, y sustituyendo el resto por otros cantos no anunciados, alguno de los cuales nos pareció tan hermoso como anacrónico. Pero lo más maravilloso de la actuación del conjunto fue escucharlos a la vez que los veíamos, ensimismados cada uno en su propio rol sin abandonar por ello el trabajo de conjunto, modulando sus voces y gesticulando con tanto misticismo como la propia pieza por sí misma transmite.

No hubo más puesta en escena que ésta, salvo por una introducción realizada desde la trastienda opuesta al escenario, aunque esperábamos una anunciada mayor teatralidad. Al final muchos nos preguntábamos si no era ésta una de las propuestas del festival que debiera haber sido programada en una Iglesia en lugar de en la sala de Santa Clara, de calculada y compacta acústica que impide la reverberación con la que habitualmente se asocian estos cantos, habida cuenta además que el grupo suele actuar y grabar en iglesias.

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