Una escapada de la Feria de Sevilla para hacer vida cultural en una ciudad que se domine y que ofrezca en esos días una interesante oferta. Dónde mejor que Madrid. Ópera, conciertos, exposiciones de fotografía, dibujo y pinturas, instalaciones, cine… tres días para disfrutar de todo eso y más. Desde el lunes 25 de abril hasta el sábado 14 de mayo se puede ver en el Teatro Real la ópera de Karol Szymanowski El rey Roger (Król Roger). Ya se sabe lo incómodo que está resultando para el público madrileño que Gerard Mortier se esté encargando ésta y la temporada siguiente de la programación del coliseo lírico de la ciudad, ofreciendo en su inmensa mayoría títulos poco conocidos, algunos escasamente divulgados y otros de factura indiscutiblemente vanguardista. “Devuélvenos la ópera”, “Dimite, Portier, sinvergüenza”, podía oírsele decir a algunos de los asistentes a la función del jueves 5 de mayo; en otras funciones hubo incluso pataleo. Está claro que para muchos no existe ópera más allá de Puccini, Verdi o Donizetti, claro que combinar tampoco estaría nada mal. Los extremismos y radicalismos nunca fueron aliados adecuados del buen gusto y medida.
Por otro lado, aunque se trata de la ópera más lograda del autor polaco, y seguramente la más destacada en el panorama lírico de ese país, no ha conocido en su casi siglo de existencia mucha divulgación, de hecho en Madrid es la primera vez que se programa, habiendo sido estrenada en Barcelona hace apenas dos años. Por ello convendría haberla conocido en su concepción original, con la intención del compositor intacta y no sometida a los caprichos y extravagancias del director escénico, Krzystof Warlikowski, responsable también de la puesta en escena del Caso Makropoulos que pudimos ver también aquí hace un par de temporadas y que sin embargo tan buenos resultados generó. Y es que incluso en este caso los resultados fueron satisfactorios desde el punto de vista de espectáculo visual y musical, pero eso no es pretexto para habernos impedido un conocimiento del título más acorde a las intenciones originales de Szymanowski. Partiendo de Las Bacantes, la ópera nos habla de un medievo siciliano profundamente cristiano que va retornando poco a poco al paganismo ególatra griego, merced a la figura enigmática y fascinante de un personaje que cual Jesús o Juan Bautista, promulga una nueva religión basada en el placer y la frivolidad. Un tema que para un homosexual en ciernes supuso toda una tentación, ya que no sólo mujeres, sino también hombres, especialmente el rey del título, sucumbirán a sus encantos. Religión, erotismo, choque de culturas tienen mucho que ver en las motivaciones del músico. Warlikowski lo convirtió sin embargo en una extravagancia abiertamente gay, una celebración de la revolución sexual y pop de los 70 – proyecciones de cintas de Morrissey-Warhol, especialmente Flesh con el dionisiaco Joe D’Allessandro como desnudo protagonista – que deriva en un mundo absolutamente mercantilizado, un falso paraíso con forma de parque temático – Mickey Mouse y Minnie incluidos – en el que creemos sentirnos felices. Toda una traición a las intenciones originales de músico y letrista, su primo y amante. Pero hay que reconocer que el espectáculo funciona, con generosa utilización de medios técnicos y multimedia, como el coro proyectado en gran pantalla mientras canta, o una piscina que se abre y cierra continuamente bajo el escenario.
Paul Daniel, al que conocíamos por ejemplo por sus grabaciones con Bryn Terfel sobre musicales de Rodgers & Hammerstein y Lerner & Loewe, realizó una lectura enérgica y matizada de la suntuosa, sugerente y hermosísima partitura, a pesar de que las prestaciones de la Sinfónica de Madrid (orquesta titular del Real) y la acústica impidieron una rendición mágica y sedosa de tan exquisita música. Los intérpretes realizaron en general una buena labor, uniéndose a sus requisitos vocales, que todo hay que decirlo no son muy exigentes, una adecuada y estimulante presencia física.
Mientras esto ocurría en el Real, tuvimos ocasión de escuchar al joven Vasily Petrenko al frente de la Orquesta de RTVE en el Teatro Municipal defendiendo la Sinfonía n. 2 de Elgar. Pero la suya fue una dirección ampulosa, espesa y recargada, sin atención al detalle y descuido en las dinámicas, lo que unido al discreto nivel del conjunto orquestal dio como resultado una versión un poco decepcionante de la majestuosa obra del autor de las Variaciones Enigma. Mejor resultó el acompañamiento de Petrenko a los excelentes hermanos de Vélez-Málaga Víctor y Luis del Valle, a quienes ya pudimos disfrutar hace dos años en el Maestranza tocando Mozart. En esta ocasión la pieza elegida fue el Concierto para dos pianos y percusión de Bartok, que ejecutaron con fuerza, dinamismo y enorme control de matices. La introducción, de la mano del irrelevante Lago encantado de Liadov, marcó un sutil ejercicio de elegancia y mesura en la dirección. En el Auditorio Nacional la estrella era Arcadi Volodos, que ofreció un Concierto n.2 de Brahms acariciado por su impecable técnica, su elegante fraseo y su sensibilidad extrema, que Josep Pons al frente de la Orquesta Nacional de España supo acompañar con notable discreción y respeto. Sin embargo Strauss se les quedó grande; la ONE no es hoy en día una orquesta con la suficiente enjundia para acometer al genio alemán con empaque y solvencia, de manera que las secciones sonaron desequilibradas y el conjunto tosco. Till Eulenspiegel careció de ritmo narrativo mientras Muerte y transfiguración, aunque mejor, traslució falta de lirismo. En una temporada esencialmente dedicada al cine, este programa quizás se justificara por el plagio que de esta inmortal página de Strauss realizó James Horner para concebir su tema principal de Star Strek.
Hubo tiempo también para las exposiciones, especialmente dos dedicadas a la fotografía. La de Jacques Henri Lartigue en Caixaforum, y su particular mundo de felicidad, ocio, alegría, deportes, mujeres hermosas, trajes de baño, vehículos de lujo y camaradería en las primeras décadas del siglo XX, todo captado con una luz imponente y una especial facilidad para captar toda la magia del movimiento. Y en el otro extremo el drama de la revolución obrera en esa misma época, captado por la fotografía de amateurs y otros no tanto, como Robert Capa, en el Centro Reina Sofía. Una crónica emotiva y sensible del sufrimiento del hombre por conseguir una vida mejor, la lucha por la supervivencia, el agotamiento y la desolación.
El Museo del Prado expone tres interesantes exposiciones temporales. Una dedicada al pintor francés del XVIII Jean Siméon Chardin, centrada en sus naturalezas muertas y sus escenas cotidianas burguesas, destacando sus distintas versiones de un mismo cuadro, comparables por una vez gracias a las donaciones especialmente del Louvre y de varios museos ingleses y norteamericanos; y otra con un joven José de Ribera de protagonista, centrada en escenas bíblicas y retratos de santos. También, recién inaugurada, pudimos contemplar una interesante colección de dibujos y grabados provenientes de los fondos del museo, con Goya y otros autores como protagonistas, si bien en esta ocasión debemos criticar el espacio tan reducido que se le ha dedicado, lo que obligaba a la aglomeración de público, por poco numeroso que éste fuera. Para terminar, recomendar una instalación en la Sala Canal de Isabel II de Daniel Canogar, Travesías, concebida para el atrio del edificio Justus Lipsius del Consejo de la Unión Europea en Bruselas. Una milagrosa proyección de video de personas en movimiento sobre un led de información, en el que la imagen se traduce en señales de luz que nos van dando la impresión de movimiento y energía. Una experiencia para vivirla.
Aria de Roksana, de "El rey Roger", por Elzbieta Szmytka, Thomas Hampson y Philip Langridge con Simon Rattle y The City of Birmingham Symphony Orchestra & Chorus
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