domingo, 21 de octubre de 2018

TRONDHEIM BAROKK Y EL AÑO MURILLO: DE FIORDOS, CORTES Y CATEDRALES

Ciclo La Europa de Murillo. Trondheim Barokk (Ingeborg Dalheim, soprano; Jesenka Balic Zunic, violín; Jorgen Skogmo, guitarra y tiorba; Martin Walhberg, violonchelo; Erik Skanke Hosoien, archilaúd y dirección musical). Programa: El viaje al Norte (piezas tradicionales noruegas y obras de Rognoni, Negri, Kapsberger, Dalza, Vierdanck, Bertali, Borchgrevink, Nielsen, Frescobaldi y Merula). Espacio Turina, sábado 20 de octubre de 2018

Un momento del ensayo en el Espacio Turina
El Año Murillo avanza en su último cuarto al ritmo que con tanto ahínco y entusiasmo le han impuesto las instituciones, y en lo musical lo hace ahora con la presencia de prestigiosos conjuntos europeos como el que nos ha visitado en la segunda cita del nuevo y último ciclo programado para festejar el cuatrocientos aniversario de su nacimiento. Con una sola década aún no cumplida a sus espaldas, el Trondheim Barokk ha consolidado un puesto de primer orden en la reconstrucción e interpretación con criterios historicistas de la música del Barroco en toda su extensión, e incursiones en períodos musicales anteriores a esta riquísima etapa del arte en general. Como suele ocurrir en estos casos a Sevilla llegó en su mínima expresión, pero dejando constancia a través de sus contados representantes por qué se ha convertido en cierto modo en una formación de referencia, sobre todo en lo que a nivel técnico se refiere.

Desde los primeros acordes, un canto tradicional de Noruega que la cantante Ingeborg Dalheim entonó a capela, se dejó clara cuál era la intención que el propio título de la propuesta adelantaba, transportarnos tanto a esta tierra nórdica como a su época a través de sus sonidos, con el esperable efecto de confundir la música celta que tanto prolifera en los circuitos de nuevas músicas con lo que en realidad debieran ser las estéticas de la época retratada, que por una vez sí coincidían con la del pintor sevillano, sin que por ello debieran ser evidentemente músicas frecuentadas en su entorno; tampoco se trataba de eso. La tradición oral tiene esos peajes, su continua transformación y la práctica imposibilidad de reconstruir fielmente su estilo original. Dalheim supo adaptarse perfectamente y con total naturalidad a las dos estéticas propuestas, la tradicional celta mencionada y el canto lírico y en estilo que exigían las piezas italianas e italianizantes seleccionadas para la ocasión. Dos estilos que el conjunto, con Erik Hosoien a la cabeza, alternó y ensambló con total naturalidad y buen gusto, creando bloques compactos que el público respetó escrupulosamente y que generaron pequeñas y muy significativas suites de una evidente hermosura.

Ingeborg Dalheim
Destacó sobre manera el portentoso trabajo al violín de Jesenka Balie Zunic, ya desde un Vestiva I colli de Francesco Rognoni que abordó con el sedoso apoyo de Martin Whalberg al violonchelo, y revalidó definitivamente en una Ciaccona de Antonio Bertali prodigiosa, sin fisuras ni quiebros, perfecta en su construcción y vertiginosa en su resolución, haciendo gala en todo momento de un timbre perfecto y homogéneo. Menos inspirados, más fríos e insípidos resultaron el mencionado Hosoien y el joven Jorgen Skogmo a la cuerda pulsada en su continuo ir y venir de los fiordos noruegos de entre los que parecía asomar la hermosa voz de la soprano en piezas como Jesus gjor meg stille, a la corte en obras de clara inspiración española como esa Calata de Joan Ambrosio Dalza de aires canarios, o la inevitable Catedral de Trondheim, uno de los tesoros arquitectónicos más sobresalientes del norte de Europa, y que parecía quedar reflejada en piezas de Johann Vierdanck o Melchior Borchgrevink muy influidas por las corrientes italianas que imperaban en la época. Sin duda un viaje gratificante al que sólo echamos en falta algo más de expresividad, pero ya se sabe cómo de pálidas lucen esas noches blancas de Tromso y alrededores.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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