Una voz autorizada decía hace poco que en Andalucía sobran conservatorios y que el plan académico en nuestra comunidad es tan obsoleto y arcaico que apenas brinda oportunidades para los jóvenes músicos licenciados; algo así como que para ser músico hay que terminar la carrera fuera de nuestras fronteras. Nadie lo diría a juzgar por la sorprendente cantidad de conjuntos, solistas y hasta orquestas que en los últimos años han ido floreciendo en Sevilla, con resultados frecuentemente muy satisfactorios. De hecho siempre hemos defendido lo contrario y hasta invitado a otras instituciones académicas a que copien un modelo que parece dar tan buenos frutos.
Quizás estábamos equivocados, porque repito eso lo ha dicho una voz autorizada. Y sin embargo qué estupendos músicos sevillanos, que han recibido e imparten enseñanza aquí, nos deleitaron el pasado jueves en los Jardines del Alcázar con un exquisito y equilibrado programa en torno al impresionismo de Claude Debussy y sus influencias en el lenguaje musical de finales del XIX y principios del XX en España. Un programa que el dúo ya ha paseado por otros escenarios, sobre todo con motivo de la celebración el año pasado del ciento cincuenta aniversario del nacimiento del compositor francés, y que originalmente comprendía también obras de Ravel, Fauré, Satie y Granados.
Con Golliwogg’s Cake-walk y Le petit negre nos adentramos en ese incipiente jazz cultivado por el autor de El mar, y a la vez en el universo infantil que le inspiró su querida hija Chouchou, dedicataria de Children’s Corner al que pertenece la primera pieza. Las transcripciones de Guzmán nos invitaron a paladear nuevas sensaciones que la flauta de Orden, un habitual colaborador de la Sinfónica y el Ensemble Solistas de Sevilla, y la guitarra de ella sirvieron con fraseo exquisito y un refinadísimo gusto. Los timbres, distintos al del piano original, nos descubrieron también colores diferentes con los que la Arabesca 1 pareció seducirnos incluso con un mayor grado de exotismo y sensualidad. A estas alturas la única pieza para flauta solista de Debussy, Srynx, se va a convertir en emblema del ciclo, tantas veces como se ha programado, la última de la mano del Trío Mesamor en el que también interviene la guitarrista. Entonces fue Vicent Morelló y ahora Orden con un dominio absoluto de las texturas de su instrumento, ofreciendo una sinuosidad y una seducción hipnótica y un sonido de auténtica madera de ley. Con él por fin pudimos escuchar al viento mecer las cañas entre las que se escondió Syringe del Dios Pan que la pretendía.
La vertiente nacionalista española se cubrió con una complicada trascripción de la Danza del fuego de El amor brujo de Falla que Guzmán defendió con impecable virtuosismo; y una selección de cinco números de Iberia de Albéniz (Evocación, Rondeña, El Puerto, Albaicín y Triana) en la que los solistas combinaron y alternaron sus instrumentos entre el protagonismo melódico y el acompañamiento armónico, creando una atmósfera de ensoñación evocadora que culminaron con una impoluta recreación de una Danza de Llopart.
No hay comentarios:
Publicar un comentario