Miércoles 10 y viernes 12 de julio de 2013
Cuando hablamos de la integral de conciertos para piano de Beethoven nos referimos lógicamente a los numerados, dejando fuera su concierto de adolescencia del que solo se conserva su partitura pianística, lo que supone un trabajo de reconstrucción orquestal tan exigente como el realizado para recrear el primer movimiento de su décima sinfonía. Y dejando fuera también la más frecuentada transcripción de su Concierto para violín Op. 61, lo que sumaría en realidad un total de siete conciertos. Naturalmente Perianes compareció ante el público del Maestranza en compañía de Juan Luis Pérez y la Sinfónica de Sevilla con las cinco partituras oficiales, como antes hizo en Córdoba y Úbeda con la Orquesta de Córdoba, y hace solo un mes con la de Ciudad de Granada, en todos estos casos bajo la batuta de Manuel Hernández Silva. Tener a Javier Perianes en el escenario es siempre un lujo, más si es para culminar con un plato tan apetitoso toda una temporada como artista residente de la orquesta y el teatro. Una orquesta que por cierto trabaja más que nunca, alternando sus frecuentes interpretaciones en el foso con sus conciertos especiales destinados fundamentalmente a hacer caja, sus conciertos de abono y sus intervenciones en sesiones de cámara a través de diversas agrupaciones y combinaciones. Un verano de tan apretada agenda desgasta y afecta al excelente nivel al que nos tienen acostumbrados, algo perceptible en algunos de los momentos de los sendos conciertos que nos ocupan. La ocasión merecía un trabajo más certero y profundo de afinación y perfección en sonido y expresividad; afortunadamente los niveles de decepción a los que puede llegar la ROSS nunca son alarmantes.
Con un emotivo y generoso discurso Juan Luis Pérez nos invitó al inicio de la segunda jornada a solidarizarnos con los sacrificios y ajustes que están sufriendo los maestros y maestras de la Sinfónica, que tanta satisfacción nos reportan; y no es para menos, porque si algunos patalean más que otros están en su derecho, y nunca debemos censurar a quienes se revelan frente a un sistema que nos ahoga y somete. El dinero ni se quema ni se come, se lo meriendan unos pocos y nos hacen pagar el pato a los demás, por eso es muy importante que nos unamos todos y todas, que jamás nos censuremos y critiquemos, porque eso sería dividirnos y facilitar el camino al triunfo de quienes nos fastidian. Afortunadamente la llamada de Pérez caló entre los presentes, que brindaron un largo y emocionado aplauso a los maestros de la orquesta, algunas de las cuales, como la siempre sonriente y agradecida violinista Amelia Mihalcea Durán, llegaron a derramar alguna lágrima.
Agrupados en dos sesiones, de forma tan inteligente que la primera ofrecía una visión clara y concisa de la evolución del compositor, pasando de un Concierto no. 2 que mira al pasado clasicista con referentes claros como Mozart o Haydn, al no. 3 que supone ya un revulsivo evidente en la música concertante de entre siglos sentando las bases de un romanticismo todavía incipiente, hasta el no. 4, obra madura, rotunda y definitivamente maestra. Y la segunda sesión ofreciendo una visión de contraste entre ese clasicismo impuesto del no. 1 (compuesto después del segundo pero publicado en primer lugar) y la redondez ya plenamente romántica del no. 5 Emperador. Sin embargo, si Perianes se empeña en ofrecer en todo momento una lectura tan ensimismada en buscar tanto la belleza del matiz y la ornamentación como del sonido global, sin amoldarse a la intención más en estilo del jerezano Juan Luis Pérez, que minimizó el uso del vibrato y optó por una lectura del Concierto no. 2 en la que primara la ligereza, esa visión de evolución y progreso de la primera entrega se malogra considerablemente. Todo lo contrario pasó en la lectura del Concierto no. 1, en la que las dos partes parecieron hacer concesiones y adaptarse con un sonido no tan expansivo como acostumbra el genial pianista onubense, pero tampoco seco ni austero, de líneas amplias y delicados arabescos, y con un movimiento central más beethoveniano, en el que Perianes supo desplegar su genio tanto en la melodía como en las ornamentaciones y transiciones, con un acompañamiento orquestal sereno; y un final enérgico y dinámico.
Puede que el pianista prefiriese priorizar en todo momento ese diálogo poético tan afín a la gramática de Beethoven, aunque sus dos primeros conciertos se revelen libre de convenciones formales. Pero no lo logró del todo merced a su vocación de imponerse a la orquesta y al director, y excederse en su responsabilidad de contemplar e interiorizar el alma de la pieza. A cambio regaló algunos momentos sublimes con cadenzas creativas y pianissimi imposibles rozando lo sublime. El Op. 37 resultó por el contrario un prodigio de equilibrio, con un Allegro dinámico y solemne desarrollado al piano con generosas modulaciones; un Largo estremecedor y mágico, especialmente en el diálogo entre el piano, la flauta y el fagot; y un Rondó vivaz y brillante. La entrega generosa y la técnica incontestable de Perianes así como el acierto espontáneo de un Pérez atento y preciso obraron un prodigio del que también participó una orquesta que no acusó los defectos apuntados anteriormente. El Concierto n. 4 fue menos satisfactorio, sobre todo a causa de una orquesta y una dirección a los que faltó atmósfera y encanto, pura rutina nada en consonancia con las prestaciones de un Perianes rutilante que triunfó con una interpretación libre de rigidez formal, recreándose en improvisación, expresividad, audacia y elocuencia. Especialmente sobrecogedor resultó el Andante con moto, más tenebroso y ambiguo que doloroso o tierno, adornado con preciosas cadenzas. Pero el pianista tiene que estar totalmente integrado en la orquesta y en esta ocasión la batuta casi mortecina de Pérez supuso más un contraste que un elemento armónico con el instrumento solista. De nuevo el movimiento final se saldó con jovialidad y corrección, aunque nos pareciera discutible la tendencia a ejecutar todos los conciertos sin pausa entre segundo y tercer movimientos, inevitable solo en el caso del Emperador, impidiéndonos la reflexión que debiera seguir a los sublimes momentos vividos con los liederísticos movimientos centrales.
Como broche final una excelente recreación del Concierto no. 5, conocido como Emperador a pesar del carácter antinapoleónico del Beethoven de esa época; un concierto que en los últimos años le ha ido ganando terreno en popularidad al número 4, en parte gracias a la influencia del cine y a que los oyentes actuales son más proclives a apreciar su inagotable riqueza. Magistral en general, aunque el arranque orquestal se antojara blando para después irrumpir enérgico y seguro, con notables prestaciones por parte de todas las familias instrumentales, acompañando a un Perianes como siempre muy entregado y ensimismado, que hizo gala de saber profundizar en el concepto y el estilo del compositor de Bonn. Una interpretación rica en efecto y fantasía, épica, heroica y grandiosa, con un Adagio sereno y meditado y un Rondó final brioso y triunfante, luminoso y siempre en perfecto equilibrio.
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