USA 2013 85 min.
Guión y dirección James DeMonaco Fotografía Jacques Jouffret Música Nathan Whitehead Intérpretes Ethan Hawke, Lena Headey, Max Burkholder, Adelaida Kane, Edwin Hodge, Rhys Wakefield Estreno en España 12 julio 2013
Estábamos avisados de que la premisa argumental de partida de esta película era un puro disparate, pero quedaba la esperanza de que, como en otras ocasiones ocurre, el talento o simplemente el ingenio o la eficacia lograran convencernos, en este caso, de la posibilidad de un futuro en el que existiera un día de legalidad para cualquier tipo de crimen, por execrable que fuera, y que eso además sirviera para bajar considerablemente los índices de criminalidad de todo un país, los benditos Estados Unidos por supuesto. Pero ni hay talento ni ingenio en esta película inofensiva y ridícula, lo que nos hace pensar que si en lugar de pretender ser una película de terror se hubiera optado por la comedia, quizás hubiera cosechado mejores resultados. Lo cierto es que la misma estupidez que vuela sobre cada plano y libreto de esta cosa la ha catapultado a la cima de la taquilla y hasta se prepara secuela. Ethan Hawke parece vivir su año Nick Nolte, entre el romántico de aspecto juvenil y desaliñado de Antes del anochecer (como Nolte en El príncipe de las mareas en 1991) y este justiciero pijo protector de su familia (como Nolte en El cabo del miedo del mismo año), pero sus esfuerzos por hacer creíble una trama del todo punto inverosímil naufragan ante la pobreza del guión y la mala gestión de su realizador, curtido como guionista en títulos como Jack de Coppola, El negociador o el remake de Asalto al distrito 13. Pretende ser una fábula de corte moral, planteando dilemas éticos desde una óptica tan ingenua y manida que solo provoca aburrimiento y hastío ante una propuesta mil veces vista, la de los ciudadanos ejemplares agrupados en felices familias que luchan contra el invasor de sus apacibles hogares mientras comprueban que a su alrededor, en sus ajardinados vecindarios, reina la hipocresía y la puñalada trapera. La misma hipocresía que ejercen sus responsables denunciando la violencia, y el morbo que despierta, a la vez que la alimentan.
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