viernes, 5 de mayo de 2023

EL GOZO ESPIRITUAL DE BENJAMIN ALARD

Clave en Turina. Benjamin Alard, clave. Programa: Gusto italiano y estilo francés en la obra de Bach (Suite francesa nº 5 en sol mayor BWV 816, Concierto italiano en fa mayor BWV 971 y Obertura a la francesa en si menor BWV 831, de Johann Sebastian Bach). Espacio Turina, jueves 4 de mayo de 2023


Quizás porque estuvo enmarcado en el Festival de Música Antigua, que cuenta con su público fijo e incondicional, como lo hacen algunos de los espacios culturales de una ciudad que parece funcionar por inercia, sin importar cuál sea su oferta, el clavecinista francés Benjamin Alard tuvo oportunidad de lucir su talento ante un mayor aforo hace cinco años que ahora cuando repite experiencia en el mismo auditorio. Interpretó entonces las Variaciones Goldberg y regresó ahora a su admirado Bach en un intento de constatar la influencia de los estilos francés e italiano en su música para teclado. Entre aquel concierto y el que ahora nos ocupa, Alard ha llevado al disco toda la obra para teclado del compositor alemán y se ha convertido en un consumado intérprete del mismo, depurando técnica y buscando con mayor o menor éxito esa línea directa con el autor que le permita consagrarse como el mejor intérprete de su música en la actualidad. Solo con mucho trabajo y una enorme dedicación y esfuerzo se consigue tan tamaña gesta. Según lo que pudimos apreciar ayer, Alard ha depurado más la técnica que la expresividad. Con él arrancó un mini ciclo dedicado al clave que ocupará sólo este mes a artistas de la talla de Alejandro Casal, Javier Núñez y Céline Frisch.

Cayó del programa la tercera de las seis partitas del genial compositor, obras de enorme dificultad y sofisticación. Lo hizo seguramente para ahondar todavía más en el concepto del concierto, decantándose por la quinta de las seis Suites francesas, piezas de menor complejidad destinadas a la práctica y aprendizaje del instrumento, con carácter más didáctico que puramente artístico, lo que no es óbice para encontrar en ellas momentos de una enorme inspiración y considerable dificultad. Alard repitió liturgia, quedándose casi a oscuras con el fin de potenciar el carácter recogido y profundamente intimista de la propuesta. Y se entregó a un maremágnum de notas y figuras que superó con nota alta, pero limitando ese porte aristocrático que tan bien sabía otorgarle por ejemplo Leonhardt a la música de Bach. Es cierto que al clave, como impone la coyuntura historicista, las notas pueden parecer a menudo enmarañadas, a veces incluso algo caóticas, lo que al piano se salva con un mayor grado de precisión y claridad, pero Alard con la ayuda de un imponente clave de dos teclados, una vez más cortesía del museo particular de Alejandro Casal, logró extraer del instrumento un brillo y una calidez extraordinaria.

Llamó la atención de esta Suite nº 5 la majestuosidad de la allemande inicial, pero sobre todo el timbre laudista que con una pequeña intervención del teclado añadió al acompañamiento de la sarabande, como haría también en el andante del Concierto italiano y ya hizo en algunos pasajes de las Variaciones Goldberg en 2018. Con mayor desenfado y carácter volátil atacó el breve pero intenso Concerto nach Italianische Gusto, que en su movimiento central encontró un estilo florido y a la vez extremadamente sobrio, aunque sin aprovechar en ningún momento las posibilidades que para destacar el contraste entre forte y piano ofrecía el doble teclado. Tampoco en la Obertura en estilo francés, publicada igualmente en el Clavier Übung II, echó cuenta de esta particularidad del instrumento para la que fue compuesta. Resolvió la larga Ouverture con ritmos rápidos, recreándose en sus ricas ornamentaciones, mordentes y trinos incluidos, pero sin ahondar en el estilo fuertemente influido por Rameau y Couperin que atesora la pieza. Ágiles fueron las sucesivas danzas, de las que destacan las que se ejecutan a pares, con la singularidad de que las primeras se repiten al final de las segundas. Pero de nuevo echamos en falta un mayor relieve y más énfasis en el contraste que el doble teclado permite en la pieza que cierra la suite, Echo, que Alard tocó de memoria, como el resto de la obra. Con todo, la experiencia fue extremadamente sensorial, menos poética de lo deseable pero con la fuerza espiritual que tan majestuosas piezas transmiten y su particular puesta en escena permite.

Foto: Luis Ollero
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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