USA 2012 135 min.
Dirección Tony Gilroy Guión Tony y Dan Gilroy, según la novela de Eric van Lustbader inspirada en los personajes creados por Robert Ludlum Fotografía Robert Elswit Música James Newton Howard Intérpretes Jeremy Renner, Rachel Weisz, Edward Norton, Joan Allen, Albert Finney, Oscar Isaac, Stacey Keach, Scout Glenn, David Strathairn, Donna Murphy Estreno en España 15 agosto 2012
La cuarta entrega de esta fructífera franquicia se nos antoja el típico producto que pretende aprovechar de manera harto oportunista los logros conseguidos en títulos anteriores, a través de su denominación de origen. El nombre de la saga, Bourne, aporta el aval frente a la taquilla, mientras un reparto lleno de nombres conocidos pretende poner la nota de calidad; sólo así se entiende que tanto en los títulos de crédito como en la cartelería se promocionen intérpretes que apenas ocupan unos minutos de metraje, como Joan Allen, Scott Glenn o Albert Finney. Robert Ludlum falleció antes de ver sus novelas en la gran pantalla. La pericia de los depredadores productores ha logrado que primero se novelice una supuesta secuela y después se lleve al cine; ya se sabe que lo de adaptar novelas viste mucho cuando se trata de ofrecer un producto de supuesta calidad como éste. El resultado es un thriller insustancial e impersonal perpetrado por el guionista de la trilogía anterior y realizador de las muy frías Michael Clayton y Duplicity. Un film que no cumple las reglas de todo buen suspense. No hay un protagonista con el que identificarse, al tratarse de otro de esos superhombres tan de moda en el cine americano, tan preparado físicamente como despierto intelectualmente. No hay humor en absoluto, tomándose demasiado en serio una trama por otro lado poco atractiva y nada clara (su primera media hora pasa sin pena ni gloria, sin que se aclaren las motivaciones de lo que ha de venir). Y su desmedido metraje evidencia una vez más la obsesión del cine americano por imprimir carácter épico a sus producciones pretendidamente trascendentales. Más interesante en sus escenas dialogadas que en las estrictamente de acción, como esa penosa persecución final de motocicletas por Manila, lastrada por un montaje frenético y extremadamente confuso, su mejor secuencia es quizás la que acontece en un laboratorio, si bien desaprovecha las posibilidades que apunta de una manipulación tecnológica de la mente, tan bien desarrollada en films como El mensajero del miedo. Jeremy Renner, incorporando al agente Aaron Cross, cuya vida peligra desde que Jason Bourne destapara los secretos de la defensa americana, apunta maneras pero le falta carisma, y Rachel Weisz demuestra una encomiable profesionalidad tomándose tan en serio un trabajo tan endeble.
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