Sister Act: Una monja de cuidado es una película de 1992 dirigida por Emil Ardolino, realizador ya fallecido que fue responsable también de Dirty Dancing. Aprovechando de forma solapada el universo descrito por Pedro Almodóvar en Entre tinieblas nueve años antes, e importándolo al más edulcorado y presuntamente inocente que caracteriza a la comunidad Disney, Whoopi Goldberg protagonizó las aventuras de una cantante de soul que debe esconderse en un convento para huir de los criminales a los que ha visto en acción, plegándose así a uno de esos programas de protección de testigos que tan a menudo practica la justicia americana. Naturalmente revoluciona la vida en la comunidad religiosa con su desparpajo, frescura y sus canciones, contando por supuesto con la oposición permanente de la madre superiora, para la ocasión interpretada por Maggie Smith, cuyas tensiones lógicamente desaparecerán casi al final del metraje.

Aprovechando unos días en la cornisa cantábrica, nos decidimos a presenciar este estreno vasco y de paso así conocer un teatro tan hermoso y emblemático como el Arriaga. La producción de este musical cuyo estreno absoluto tuvo lugar en Pasadena, California, en 2009, y se mantuvo en el West End Londinense varios años antes de estrenarse en Nueva York y otras plazas del Mundo, corre a cargo de Stage Entertainment, que para la ocasión se ha asociado con El Terrat Producciones, compañía fundada y presidida por Andreu Buenafuente. La propia Whoopi Goldberg ejerce también de productora, avalando con su presencia el estreno barcelonés. Se trata de una versión muy aseada, realizada con buen oficio y saludable sentido del espectáculo y el entretenimiento ligero y desenfadado. Pero aunque la dirección musical de Josep Ferré se antoje competente, le falta ese algo de emoción y grandeza que caracteriza al musical genuino hecho en América. Lo mismo puede decirse de sus protagonistas, una debutante Mireia Mambo Bokele o Edu Engonga entre los papeles principales, educados para una emisión en estilo soul y funky, aunque en el caso del segundo evidencie falta de potencia. Nada que objetar a Gonyalóns y bien en general el resto del elenco. La producción resulta holgada, colorista y efectiva, pero siempre dentro de esa corrección que alcanza la diversión y el entretenimiento pero se queda corto ante lo sublime; claro que en este sentido cabe reprocharle a Menken haber cosechado un ramillete de canciones con poca personalidad, demasiado convencionales y sin una línea melódica suficientemente definida. Pero no se le puede negar desparpajo en las coreografías monjiles, gracia en el trío de torpes criminales, colorido en una puesta en escena que apuesta acertadamente por las vidrieras catedralicias, y un tono general desenfadado, familiar y divertido.
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