sábado, 6 de junio de 2020

EL PRINCESA DE ASTURIAS VA A MORRICONE Y WILLIAMS

Cuando se conocen noticias como ésta, la concesión del Princesa de Asturias de las Artes a John Williams y Ennio Morricone, se echan de menos aquellos tiempos en los que uno emitía a través de las ondas radiofónicas programas de cine y estrictamente de bandas sonoras, como hacía treinta años atrás en Radio Aljarafe, donde con motivo del Centenario del Cine llegamos a realizar un maratón de música de cine de veinticuatro horas, y más adelante en Radiópolis, donde junto al programa de difusión informativa Alfombra Roja emitíamos otro dedicado solo a la música cinematográfica, Pantalla Sonora. Ahora sería el momento perfecto para dedicar a los dos más grandes compositores de bandas sonoras vivos, Ennio Morricone y John Williams, un par de buenos y generosos ciclos donde apreciáramos la brillante y distinta trayectoria profesional y artística de cada uno.

Como apasionado de este mundo de la música de cine que tantas puertas ha abierto a millones de gente aficionada a la música con mayúsculas, la que denominamos clásica y atesora a los más grandes e influyentes compositores de todos los tiempos, trazar un perfil merecido y meritorio de estas dos significativas figuras se convierte en una responsabilidad además de un inmenso placer. Nos encontramos una vez más ante un reconocimiento que llega si no tarde muy avejentado, cuando ambos artistas cuentan ochenta y ocho (Williams) y noventa y un años (Morricone) de edad. Una constante en este mundo de los reconocimientos y los homenajes. Tiempo hubo para dedicarles toda la atención que merecen, mucho hace que son referentes en su campo y tantos otros. No obstante, en ambos casos cuentan con una dilatada carrera en premios, Oscar, Bafta, David di Donatello o Cesar no se les han resistido, aunque en el caso de Morricone el de Hollywood tardó en llegar y de forma algo errática. Fue junto a Henry Fonda y Paul Newman de los pocos que recibieron un Oscar honorífico a toda la carrera antes de recibir el más preciado en competición. Tanto el primero como el segundo lo recibieron un año después de merecer el honorífico, por En el estanque dorado y El color del dinero respectivamente, mientras Morricone necesitó casi una década para que un título suyo, Los odiosos ocho, de la mano de Tarantino, que nunca ha disimulado su admiración por el compositor romano, lograra el codiciado premio. Williams sin embargo acumula cinco Oscar y un récord en nominaciones, cincuenta y dos, solo superado por Walt Disney. Y no es la única diferencia en dos autores tan dispares y con trayectorias tan distintas, pero que cuentan con legiones de admiradores y admiradoras en todo el mundo.

Las marchas de John Williams

Poco antes de la pandemia que nos ha mantenido confinados y ha alterado nuestra rutina, John Williams celebró en Viena el que quizás hay sido su concierto más ambicionado y emblemático, junto a la orquesta más prestigiosa del mundo y con una solista de excepción, nos referimos a la Filarmónica de Viena y la violinista Anne-Sophie Mutter. Con ella editó hace apenas un año un sensacional registro titulado Across the Stars, como el inspiradísimo tema de amor de El ataque de los clones, y con la emblemática orquesta lanzará en breve otro que recoge este magnífico acontecimiento celebrado en el Musikverein, la icónica sala de los conciertos de año nuevo. Meticuloso en el planteamiento de sus partituras, que nunca deja al azar ni se conforma con completar con arreglos y variaciones sobre un mismo tema, Williams no tiene una filmografía tan frondosa como Morricone, hay pocos artistas que la tengan, pero son muchas sus bandas sonoras que han alcanzado una popularidad extrema, especialmente sus marchas e himnos. ¿Quién no reconoce los pegadizos temas principales de Superman, Indiana Jones, Parque Jurásico o La guerra de las galaxias? ¿Quién no se ha emocionado con el vuelo de Elliot y E.T. gracias fundamentalmente a la excitante y emotiva música de John Williams? ¿Quién no se ha conmocionado con ese violín que Itzhak Perlman hace llorar al ritmo de La lista de Schindler? Todos son logros de un compositor que probó fortuna en todas las vertientes musicales que su formación y talento le permitieron hasta llegar a ser el más popular de los compositores de música sinfónica que hoy existen.

Tras un largo periplo que abarcó prácticamente toda la década de los años cincuenta del pasado siglo, en el que Williams participó en algunas de las orquestas y big bands más importantes de Estados Unidos, el compositor empezó a edificar una carrera como autor de bandas sonoras partiendo de influencias muy identificables del momento, especialmente Henry Mancini, cuya sombra le persiguió hasta bien avanzada la década siguiente. Son los años de partituras como Código del hampa, remake dirigido por Don Siegel en 1964 de la película de Robert Siodmak Forajidos, que emula sin disimulo los títulos iniciales de Sed de mal, o toda una serie de comedias que firmó como Johnny Williams, entre las que se incluyen Bachelor Flat, Bromas con mi mujer… no, Penélope o Guía para el hombre casado, donde alternaba el toque pop con reminiscencias del Barroco, como estaba de moda entonces, clave incluida, y añadía canciones a cargo de grupos populares de la época. De esa época basta comparar Two Lovers, el tema de amor de Cómo robar un millón y…, con cualquiera de las canciones de Mancini en cuyas bandas sonoras participó como pianista. Pero también en películas de aventuras como El señor de Hawaii y Todos eran valientes se aprecia la influencia del autor de La pantera rosa, paradójicamente responsable de la desaparición del estilo sinfónico que había cultivado Hollywood desde el inicio del cine sonoro, y que Williams se ocuparía de recuperar en los setenta como legado para toda una generación de compositores de cine que van de James Horner a Alan Silvestri pasando por Bruce Broughton, Danny Elfman o James Newton Howard por citar solo algunos.

Aunque comenzó a cultivar ese estilo sinfónico tan característico suyo en títulos como Una dama entre vaqueros de 1966 o Los rateros de 1969, donde se aprecia además una de sus influencias más notorias, la de Aaron Copland y el amplio y singular sinfonismo genuinamente americano del que Los cowboys constituye el ejemplo más significativo, no fue hasta la siguiente década que afianzó esa tendencia, especialmente de la mano de Irwin Allen, al que conoció como productor de algunas de las series de ciencia ficción a las que puso música la década anterior, como Perdidos en el espacio o El túnel del tiempo. La aventura del Poseidón y dos años después El coloso en llamas lo especializaron en catástrofes, añadiéndose Terremoto y Tiburón, que cuando se estrenó se catalogó en este género, aunque con el tiempo haya perdido toda etiqueta para convertirse en un clásico incontestable. Precisamente fue esa la película que inauguró la cadena de éxitos que disfrutó con su relación más fructífera, la que mantiene con Steven Spielberg, solo interrumpida en 1985 cuando el director prefirió un compositor afroamericano para El color púrpura, y en 2015, cuando por motivos de agenda tuvo que sustituirle Thomas Newman en El puente de los espías. El otro gran pilar de su carrera cinematográfica lo constituye la saga de las galaxias, cumpliendo a lo largo de más de cuarenta años el cometido de ponerle música a cada uno de los títulos que la integran, y que hoy constituye sin duda el bloque sinfónico más ambicioso y dilatado compuesto recientemente. Es ahí donde mejor se perfila ese estilo hollywoodiense basado en autores clásicos como Wagner o Strauss además de los grandes compositores de la edad de oro del cine, como Korngold o Waxman. Mientras, cultivó también otro de perfiles más vanguardistas, a menudo atonal con aires de Ligeti, en películas como Encuentros en la tercera fase, quizás uno de sus títulos más fascinantes, así como otro estilo más intimista y reposado en películas como El turista accidental, una de sus más bellas y contenidas partituras. Otras han sido vehículos perfectos para el virtuosismo individual, como Las brujas de Eastwick, El patriota o La terminal, y todas cuentan con un trabajo de orquestación que las sitúan entre lo mejor y más meticulosamente compuesto para el cine de los últimos cincuenta años.

Williams ha desglosado además una prolija carrera como director, especialmente frente a la Boston Pops, o lo que es lo mismo la Sinfónica de Boston cuando interpreta programas populares, y como compositor de música de concierto, con piezas para violín, flauta, violonchelo, oboe o trompeta, y solistas de la talla de Mutter, Perlman, Isaac Stern, Gil Shaham o Yo-Yo Ma, así como directores como Dudamel han confiado en su talento. Piezas para Juegos Olímpicos, programas de televisión y eventos culturales y humanitarios en todo el Mundo completan su valioso repertorio.

Ennio Morricone, el prolífico

Dos veces ha visitado Morricone nuestra ciudad, y siempre de la mano de los llorados Encuentros de Música de Cine. En mayo de 1988 tocó en el Lope de Vega junto a la Orquesta y Coro Nacionales de España, y en 1999 los protagonizó con dos conciertos de cámara acompañado de sus incondicionales Gilda Buttá al piano, Luca Pincini al violonchelo y Paolo Zampini a la flauta, y otro de música orquestal con la Sinfónica de Sevilla y solistas de renombre como Dulce Pontes y Angelo Branduardi. Aunque su carrera como compositor abarca prácticamente los mismos años que la de Williams, el número de sus composiciones es manifiestamente mayor. Más de medio millar de bandas sonoras, más de veinte en algunos años de las décadas de los sesenta y setenta, entre películas, telefilms, series y documentales. Una extensísima y fatigosa carrera que inició como arreglista de grandes voces de la canción popular italiana, como Gino Paoli, Gianni Morandi, Jimmy Fontana o Mina, que más tarde se extiendió también a internacionales como Joan Baez, Paul Anka o más recientemente Amii Stewart. Posee además un interesante catálogo de música contemporánea en el que se atisba un autor más comprometido y atrevido con los dictámenes de la música de vanguardia, aunque los resultados no siempre vayan de la mano de la calidad exigida.

La de Morricone es una carrera de géneros, del spaghetti-western que le dio popularidad con Segio Leone y su trilogía del dólar (Por un pulado de dólares, La muerte tenía un precio, El bueno, el feo y el malo), luego revalidada con la trilogía americana (Hasta que llegó su hora, ¡Agáchate, maldito!, Érase una vez en América) y muchos más que compuso para directores como Sergio Corbucci, con Los compañeros a la cabeza, paradigma de la desvergüenza desplegada por el autor en muchas de sus partituras. También el giallo o terror alla’italiana, especialmente de la mano de Dario Argento (El pájaro de las plumas de cristal, El gato con nueve colas) y el policiaco francés (El clan de los sicilianos, El marginal), así como la comedia picantona al estilo de Supongamos que una noche, cenando… y su famosa bossa nova, o directamente erótica, como Maddalena, así como el cine de denuncia social y política que tanto proliferó en la Italia de aquellos setenta, como Investigación de un criminal libre de toda sospecha o La clase obrera va al paraíso. Algunos descubrimos a Morricone a través de melodías tan hermosas como la que compuso para Por las antiguas escaleras, luego inmortalizada por Dulce Pontes en un conmovedor Barco abandonado, mientras otros lo hicieron de la mano de dos grandes creadores como Bertolucci (Novecento, Antes de la revolución, La tragedia de un hombre ridículo) o Pasolini (Las mil y una noches, El Decamerón, Saló o los ciento veinte días de Sodoma), o más recientemente el sentimental Giuseppe Tornatore, a quien le debemos la sensible y popular Cinema Paradiso, la sobria Una pura formalidad o la inquietante La mejor oferta.

Hollywood tardó algo en rendirse a sus pies, y lo hizo con obras memorables como Días del cielo de Terence Malick, su primera nominación al Oscar, Los intocables de Eliot Ness, primera de sus colaboraciones con Brian de Palma, La cosa de John Carpenter, una de las bandas sonoras más enigmáticas del cine de ciencia ficción de los ochenta, o Bugsy de Barry Levinson. Pero sin duda es La misión de Roland Joffé la película que le proporcionó mayor rédito, convirtiéndose en una de las bandas sonoras más vendidas de todos los tiempos, donde combinó sinfonismo tradicional e inspirado melodismo típicamente morriconiano con percusión étnica y coros religiosos, con resultados ciertamente espectaculares. Aquel era un Oscar cantado que le arrebató un icono del jazz afroamericano, Herbie Hancock, por coordinar y arreglar los temas incluidos en la banda sonora de Alrededor de la medianoche de Bertrand Tavernier. Quentin Tarantino se convirtió prácticamente desde su primera película en ferviente admirador de Morricone, incluyendo en casi todas sus bandas sonoras algún título extraído de sus múltiples spaghetti westerns, hasta que en Django desencadenado logró que le compusiera una canción original, y en Los odiosos ocho que se hiciera cargo de su primera banda sonora íntegramente original, lo que le valió por fin el Oscar en competición, nueve años después de merecer uno honorífico. El Princesa de Asturias, dos años después de celebrar su última gira internacional, se une ahora a un excelente palmarés y una vida extraordinaria que ha dejado un legado indeleble y proporcionado, como Williams, toneladas de placer a melómanos y melómanas de todo el mundo.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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