Atrás quedó hace tiempo la propuesta inicial de acabar la presente temporada con una versión de concierto de Diálogo de carmelitas, para ser sustituido por el programa actual, asimismo patrocinado por la Academia Internacional de Música Francesa que lleva el nombre de nuestro director honorífico, Michel Plasson. Quienes se hayan quedado con morriña de escuchar la ópera de Poulenc pueden acercarse a Jerez de la Frontera precisamente este mismo fin de semana y disfrutarla con puesta en escena incluida. Después, más recientemente, ha sido precisamente Plasson quien se ha tenido que apear de este décimo concierto del ciclo Gran Sinfónico de la ROSS. En su auxilio ha acudido afortunadamente el más joven director, también francés, Jean-Luc Tingaud, quien a pesar de la sustitución de última hora, se ha debido emplear a fondo en los ensayos para haber logrado unos resultados tan gloriosos como los experimentados por el público asistente al concierto. Solo Sophie Koch, experimentada mezzosoprano también francesa aunque con ascendencia alemana, ha sobrevivido a tanto cambio – iba a formar parte del elenco de Diálogo de carmelitas como protagonista – junto a la orquesta, naturalmente. Por cierto, ha sido una muy agradable sorpresa, tanto a nivel musical como sentimental, contar de nuevo con Éric Crambes como concertino en este programa todo francés, con el consiguiente júbilo prácticamente generalizado de sus compañeros y compañeras de plantilla.
Casi desde sus inicios, raro es el año que la Sinfónica no se embarca en un programa todo francés. Precisamente eso es lo que ha acercado tanto la orquesta a sus actuales directores titular y honorífico, Soustrot y Plasson respectivamente. Una pieza muy frecuentada en este sentido ha sido La tumba de Couperin, de la que Tingaud ofreció muna versión de tempi rápidos y ágiles, que en su preludio evidenció más el vuelo de un moscardón que un discreto burbujeo, igualmente dejando constancia de la atmósfera eminentemente campestre, etérea y envolvente de la partitura. Batuta y plantilla acertaron a imprimir toda la pieza de una excelsa belleza y una elocuente melancolía, que en el minueto se tradujo en ternura y gracilidad. Sarah Roper ayudó sobre manera a trasladar este espíritu de ensoñadora belleza y profunda tristeza con sus solos de oboe, de igual forma que los metales dominaron en el rigaudon final, alcanzando ese equilibrio perfecto entre lo arcaico y lo indiscutiblemente moderno que atesora la obra.
Una voz hermosa y envolvente
La mezzo Sophie Koch imprimió vigor y seguridad a las tres piezas que conforman el ciclo Shéhérazade también del compositor vasco francés. Su voz, muy bien proyectada y de agradable y sedoso timbre, ayudó a identificar la sensualidad inherente al personaje que recita los poemas de Tristan Klingsor inspirados en el poema sinfónico de Rimsky-Korsakov que tanto impresionaron a Ravel. Koch supo combinar la generosa voluptuosidad y el lirismo sereno de la página sin caer en ningún momento en la tan temida languidez. Tingaud, que a través de su profesor Manuel Rosenthal debe conocer muy bien el universo raveliano, acompañó con mucho respeto y consideración, añadiendo sensualidad a la propuesta sin escatimar vigor en esos ascensos de intensidad emocional que procura la pieza. Así transcurrió Asia, la canción inicial, mientras las más breves La flauta encantada y El indiferente, deambularon por similares derroteros con resultados muy evocadores y proclives a la ensoñación.
El programa destiló fuerza expresiva, con pasajes rotundamente gloriosos y majestuosos en la Sinfonía de Chausson con que terminó, sin por ello caer en la brocha gorda o el simple anhelo de epatar. Puede que la ROSS haya interpretado anteriormente esta monumental obra, pero debió ser hace mucho tiempo y sinceramente no lo recordamos; sí que se han interpretado sus poemas, por eso este cambio añadía un aliciente más al programa. Chausson depositó gran parte de su efervescente personalidad en esta página que combina sus influencias de Franck y su profusa admiración por Wagner, consiguiendo con ella hacer evolucionar el sinfonismo galo, así como avanzar, aunque solo fuera por unos años, algunos de los logros y destellos de la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák. Tingaud se hizo eco de su solemnidad regalándonos una interpretación esmerada y entusiasta, lírica y dramática en su introducción, que deviene en un impulso rítmico de renovados ánimos ya más optimistas. Luego se mostró ceremonioso en el movimiento central, casi un lamento que no desaprovecha la ocasión para emerger grande y potente, hasta acabar con un vigoroso final, con metales refulgentes e impecables, un espíritu global triunfante y una cuerda muy disciplinada en sus continuos cambios rítmicos y melódicos. La próxima cita con nuestro buque insignia será dentro de tres semanas con esa Traviata de ¡julio!
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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