Foto: Actidea |
Aunque fue un compositor muy prolífico y admirado en su tiempo, especialmente en Londres, donde residió desde los treinta y seis años hasta su muerte en 1787, víctima del alcoholismo, Carl Friedrich Abel es hoy prácticamente un desconocido, al menos para el gran público, y eso que dejó una buena cantidad de piezas para uno de los instrumentos que más auge ha tenido en los últimos tiempos, la viola da gamba, con la particularidad además de que mantuvo su fidelidad y compromiso con ella incluso cuando ya hacía tiempo que había sido desplazada por el violonchelo. Con ambos instrumentos sobre el escenario, Pablo Garrido y Alejandro Marías, cabeza visible del conjunto La Spagna al que venían representando, desgranaron varias de estas insólitas piezas concebidas para ambos instrumentos al unísono, especialmente los cuatro dúos que Abel compuso para la Condesa de Pembroke, violagambista, y su marido chelista, que forman parte de la conocida como Segunda Colección Pembroke. Algo así como la antigua y la nueva práctica unidas para dejar así constancia de sus diferencias y semejanzas de timbre, técnica y estética, y que sin embargo tan bien casan, con resultados altamente estimulantes, como se pudo comprobar en esta ocasión única y prácticamente irrepetible.
Es ahí donde residió el principal atractivo de un concierto que sirvió para desempolvar el trabajo de un autor todavía bastante desconocido y muy poco transitado, que estuvo muy marcado por su aprendizaje junto a Johann Sebastian Bach y su amistad con uno de sus hijos, Johann Christian. Precisamente con una obra para viola da gamba de estética fugada indiscutiblemente inspirada en el maestro de Leipzig, arrancó el recital de la mano de Marías, que inmediatamente aclaró que tanto él como su compañero dominan ambas disciplinas, a pesar de lo cual tuvimos que esperar a la propina para disfrutar de los roles intercambiados. El magisterio de Marías al violonchelo lo conocemos de sobra por las veces que ha actuado en la ciudad, especialmente como integrante del Cuarteto Francisco de Goya, aunque también su trabajo como violagambista es aquí de sobras conocido. Sin embargo el de Garrido se mantenía prácticamente inédito entre nosotros. Quizás porque las inclemencias del tiempo, y ayer regresó el temido calor, afectan considerablemente a instrumentos como el violonchelo barroco que utilizó el músico madrileño, su participación no brilló con la misma intensidad que la de su compañero. Abundó la falta de afinación y las salidas de tono, si bien mantuvo una muy apropiada musculatura y supo dialogar fluidamente con Marías, fundamental para llevar a buen puerto el programa propuesto.
A partir de ahí los cuatro dúos de la Colección Pembroke discurrieron con gracia y ese punto amable que el compositor alemán supo dar a sus composiciones, sin grandes alardes ni pretensiones, con la única intención de desplegar melodías cálidas y danzables, con un ojo puesto en el Barroco que se quedaba atrás y otro en el Clasicismo, entre la herencia francesa y la premonición germana. En este sentido el concierto discurrió con un alto grado de interés y unas competentes prestaciones de sus intérpretes. En la Sonata para viola da gamba y bajo, resuelto para la ocasión con el violonchelo, Marías tuvo que mantener naturalmente la voz dominante, evidenciando entonces algunas estridencias sin demasiada importancia, mientras Garrido acompañó con mucho cuerpo y buena voluntad. Cuando en la propina repitieron uno de los maravillosos adagios programados, cambiaron sus roles, evidenciando que en el violonchelo el trabajo de Marías es superior, mientras a la viola da gamba Garrido se muestra tan competente como su compañero.
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