Enfrentarse a un programa tan exigente como éste no está alcance de cualquiera; requiere mucha disciplina y dedicación, y un trabajo en equipo de enorme compromiso y responsabilidad. Es así como trabajan estos y estas jóvenes que integran cada año el programa académico que hace ya doce años se bautizó como Orquesta Sinfónica Conjunta. Gracias a profesores como Juan García Rodríguez o Camilo Irizo, este singular conjunto se enfrenta prácticamente cada cita a piezas de nuestro tiempo, al menos compuestas a partir de la segunda mitad del pasado siglo, lo que lo diferencia de otros conjuntos similares que tanto se prodigan afortunadamente en los últimos tiempos. El Auditorio de la Escuela Superior Técnica de Ingenieros sirvió de nuevo de escenario para que una vez más el milagro se hiciera realidad. Lástima que se mantuvieran encendidas las luces de sala prácticamente durante todo el concierto, afectando a la concentración del oyente, salvo en la pieza final, las danzas de Bartók.
Algo más de cien jóvenes se subieron a escena entre las plantillas reducidas de las tres primeras piezas, y la increíble aglomeración dedicada a Bartók, donde por supuesto coincidieron también muchos y muchas de las intérpretes que tocaron antes. Las Cinco piezas para orquesta de Webern, las más breves que compuso jamás este amante de la miniatura, exigen multitud de timbres instrumentales, incluida una vasta representación de percusión, una guitarra y una mandolina, pero prácticamente con una sola voz por instrumento y una participación exigua en la mayoría de los casos, no en vano su duración total apenas alcanza los cinco minutos. Esto hace que la plantilla resulte completa pero muy reducida, y que cada uno y una queden muy expuestos, de forma que si no se domina el instrumento a la perfección, se nota demasiado. Fue precisamente lo que ocurrió en esta lectura algo deslavazada de la obra, donde los temibles metales evidenciaron endebleces y la combinación de timbres y texturas no acabó de funcionar. El clarinetista cordobés Jesús Berdonces vino a paliar la agridulce sensación que nos dejó Webern, con un control extraordinario de la respiración y un fraseo impoluto que sirvió para dejarnos una versión impecable del concierto de Nielsen, donde todas sus cadencias, figuras retóricas y vericuetos varios quedaron perfectamente recreados en la sensacional escritura de Berdonces. García le acompañó con mucho respeto y cuidado, sin embargo la seca acústica del lugar impidió ese sonido etéreo y atmosférico que caracteriza la obra del compositor danés. Por el contrario, el duelo con el tambor resultó sobresaliente, tanto en los momentos más airados como en los más dialogados.
En la segunda parte, la Conjunta estrenó una obra escrita expresamente para ella de la mano del profesor catalán Víctor Estapé. Malva toda y oro es algo más de diez minutos de cuerda sostenida y continuos juegos armónicos, con aires misteriosos e inquietantes muy en estilo Bartók, bien articulado y orquestado con mucha intención, pero que conforme avanza se va antojando rutinario y su discurso se va agotando. Con todo, un detalle de quien es director académico del Centro Superior de la Fundación Conservatori Liceu, que eleva aún más la categoría y la presencia de esta orquesta que tan felices nos hace. Precisamente el compositor austrohúngaro fue el protagonista del final del concierto, con una plantilla de infarto (hasta ocho contrabajos) para poner en pie con una destreza y una coordinación al alcance de los más depurados y experimentados, la Suite de danzas que compuso en 1923 por encargo del ayuntamiento de Budapest para celebrar el décimo quinto aniversario de la unión de las tres ciudades a orillas del Danubio. Su estilo accesible no exento de rigor intelectual, hizo las delicias de un público embelesado con el buen hacer de tan generosa orquesta, con sus seis danzas entrelazadas dejando ver las raíces folclóricas fundamentalmente eslavas que las informan, gracias a un trabajo exquisito de compenetración, empaste y control de dinámicas, que permitió disfrutar con el carácter y el temperamento de la obra, su ritmo trepidante y su intensa luminosidad.
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