En una jornada en la que asistimos ilusionados a la nueva programación del Maestranza, debido al regreso por fin de grandes orquestas internacionales a nuestra escena (la Mahler Chamber o la Filarmónica de Viena) y de las producciones líricas propias (Tristán e Isolda o Nabucco en coproducción), y la presencia de grandes batutas como Andrea Marcon, Daniele Gatti, Vasily Petrenko o Teodor Currentzis, Juventudes Musicales de Sevilla revalidó también su compromiso con el teatro sevillano de nuevo en la forma de alternativas de cámara. Y si el mes pasado su propuesta se extendió al flamenco, con el espectáculo Senderos del alma, este le ha tocado el turno al género del cuenta cuentos, tan apropiado para un público infantil que no fue precisamente el que abundó en la sala Manuel García, como para otro más maduro ávido de revivir algunos de los pasajes más memorables de nuestra vida y que tanto tienen que ver con nuestros primeros pasos. Una forma que tiene esta asociación cultural de extenderse a otras disciplinas y ampliar así su potencial creativo.
Foto: Guillermo Mendo |
De eso se encargaron los jóvenes integrantes andaluces del Al-Ándalus Clarinet Quartet, ataviados con sus clarinetes en todos sus registros y con un amplio reconocimiento en la escena nacional e internacional. Ellos ilustraron con sus propias adaptaciones de clásicos como Mi madre, la oca de Ravel o El sombrero de tres picos de Falla, el cuento escrito por uno de sus componentes, el barbateño Christian Okawara. Con muy loables intenciones, su texto aborda la necesidad de recuperar la magia y la fantasía que aportaría la lectura de los cuentos infantiles a los niños que hoy andan perdidos entre consolas y ordenadores. El problema es que para ello echa mano de un ideario rancio y poco afortunado que recrea reinos, brujas y villanías múltiples sin caer en la cuenta de que hoy son personajes y escenarios que deberían estar superados en favor de valores más acordes a las nuevas realidades. No cabe duda de que detrás de todo ello hubo esfuerzo y empeño, pero quizás se erró desde el punto de vista conceptual.
El actor sevillano Nacho Terceño, especializado en cuenta cuentos y talleres de interpretación y risoterapia, fue el encargado de narrar este cuento haciendo gala de una vitalidad envidiable y una agilidad física y mental encomiable, apoyado siempre en un talante entre el mimo y el payaso, quizás algo atropellado en algunas ocasiones, lo que propició algún desajuste puntual. El experimento nos recordó en un principio a aquel programa de Radio Clásica de la última década del pasado siglo en el que una narración enviada por algún o alguna oyente se ilustraba con piezas de música seleccionadas al efecto. Pero mientras ahí la música era lo fundamental y podía apreciarse en su integridad, aquí quedaba en un segundo plano bajo el torrente léxico y las ocurrencias varias del narrador, de forma que poco pudimos apreciar del delicado y compenetrado toque de los cuatro andaluces, que incluso se arrancaron por bulerías para corroborar todavía más el marcado acento andaluz de la propuesta. Se anunciaron proyecciones y juegos de luz que brillaron por su ausencia en el primer caso, y por su tenue discreción en el segundo, lo que unido a problemas en la amplificación, nos llevó a ahondar en la idea de que al espectáculo le falta cocción y, de momento, se nos antoja desafortunado.
Foto: Guillermo Mendo |
No nos cabe duda de que todos sus artífices habrán puesto mucho cariño en el proyecto, pero disfrutar del Al-Ándalus Clarinet Quartet en un recital convencional, apreciando su buen hacer tanto en la interpretación como en la adaptación, nos hubiera resultado más gratificante. Pero bueno, una cosa es lo que piense el crítico y otra la reacción del público, que pareció disfrutar de lo lindo.
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