El
Maestranza se convirtió en una enorme fiesta, y un lugar de reencuentro con tantos y tantas amigas que participaron de
tan emocionante evento y dieron todo de sí para que el experimento saliese tan bien
como pudiéramos imaginar. La combinación de coros de voces aficionadas, una
orquesta extremadamente implicada y una
batuta con las ideas tan claras como evidente fue su entusiasmo, lograron
el milagro, y todo encajó a la perfección.
También
lo hizo el comportamiento del público. A nadie sorprendió que, tratándose en su
mayoría de noveles en estas lides, aplaudieran tras cada movimiento, e incluso a
mitad del cuarto, pero el silencio fue
considerable, y eso que había muchos niños y niñas haciéndole el honor a
sus padres, titos, titas y demás familiares y amistades. Por lo tanto, la
experiencia sirvió también para intentar
crear nuevos públicos que se entusiasmen con el inmenso placer que otorga la buena música en buenas manos. La
idea partió fundamentalmente del director
gerente de la orquesta, Jordi Tort, que para la ocasión presentó el evento
dirigiéndose cordialmente al público.
Una
versión emocionante y diferente
Resulta
increíble que después de abordar esta irrepetible sinfonía en doble programa la
semana pasada bajo la dirección de Guillermo García Calvo, los y las
integrantes de la orquesta que coincidieron entonces y esta semana, lograran adaptarse a las formas, a menudo tan
diferentes, con que afrontó la gesta la murciana Isabel Rubio.
Pero
fue sobre todo el tercer movimiento el
que más nos sorprendió. Tempi
rápidos y un trabajo dramático más bien desenfadado, con ritmos casi
dancísticos y cierta jovialidad en el aire que demostró hasta qué punto una
música puede ser sometida a tantas
lecturas sin traicionar su gramática. En el cuarto, logró combinar todas
las fuerzas convocadas hasta conseguir esos espléndidos resultados aludidos.
También
el cuarteto solista alcanzó un buen
nivel, con Ricardo Llamas
abriendo la intervención vocal con arrojo, autoridad y sentido dramático. La
soprano noruega nicaragüense Victoria
Ramden destacó en proyección y un bello timbre, mientras Mónica Redondo acompañó dando relieve
al conjunto. El tenor Freddie Ballentine
imprimió energía y entusiasmo a su parte, y en su rostro se evidenció tanto o
más que en los de sus compañeros y compañeras, la satisfacción de participar en tan extraordinario evento.
La
integración en el conjunto del trabajo
audiovisual de Cachito Vallés, fue lo suficientemente discreto como para no
distraer la atención de lo que verdaderamente importa, observar a los y las
integrantes de la orquesta, el coro situado en el escenario, y girando la
cabeza, los emplazados en las terrazas. Lástima que en el cuarto movimiento, un
fallo técnico desluciera el trabajo de Vallés, con un cuadrante de la gran pantalla inhabilitado, que seguramente se
resolverá esta tarde.
La
entrega y el entusiasmo del público cantante, que en esta ocasión no provenía
de coros de la provincia y las adyacentes, sino que se trataba de afición pura e individual, hizo el
resto. Todo un triunfo para María Elena
Gauna, responsable del trabajo coral. Hubo desajustes y no se logró en todo
momento la sincronización deseada, pero fueron problemas menores dentro de una experiencia que logró que la emoción
recorriera cada rincón del Maestranza, y nos encogiera el corazón. Una
muestra de convivencia, solidaridad y trabajo en equipo que da máximo sentido a
tan insigne partitura.
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