martes, 7 de octubre de 2025

FRANCO FAGIOLI, DOMINIO SENTIMENTAL

Franco Fagioli, contratenor. Michele D’Elia, piano. Programa: Arias y canciones de Cavalli, Scarlatti, Cesti, Loti, Haendel, Giacomelli, Mozart, Bellini, Donizetti, Rossini y Mercadante; Sonata en sol menor K.347 de Domenico Scarlatti; Marche et Réminiscences pou mon dernier voyage, de Rossini. Teatro de la Maestranza, lunes 6 de octubre de 2025


Uno de los platos fuertes del Maestranza esta temporada, lo que no es poco teniendo en cuenta la suculenta oferta del coliseo, fue este recital de uno de los más afamados contratenores del momento. Ya saben, esa tesitura que tanto enamora y tanta admiración provoca entre los nuevos públicos. Enmarcado hábilmente en el Festival de Ópera, la de Fagioli fue una nueva oportunidad, siete años después de aquella memorable ocasión en la que acompañado por Il Pomo d’Oro nos deleitó en el Espacio Turina, para dejarnos seducir por su cálida y bien entonada voz.

Con la voz aún más cristalina y esmaltada que en aquel concierto del 2018, y una tesitura más asentada en el rango más agudo, a menudo casi de soprano, Fagioli hizo un interesante recorrido por el arte de los castrati, su medio natural, para avanzar después por el repertorio de las mezzosopranos y las contraltos, hasta adentrarse bien en el siglo XIX, entre el Clasicismo y el Romanticismo.

Todo un viaje emocional en el que destacó la habilidad del contratenor para extraer puro sentimiento de cada nota y vivirlas con absoluta naturalidad, disimulando hasta el extremo el falsete obligado. Su rostro evidenció en todo momento ese sentimiento y el enorme gozo experimentado en un repertorio exigente y extenuante, sólo aliviado por los dos únicos momentos, uno en cada parte del concierto, en los que el pianista acompañante actuó en solitario.

De la ópera arcaica al umbral romántico

Con un repertorio muy similar al que presentaba Cecilia Bartoli en su legendario registro Arie Antiche, Fagioli comenzó el recorrido con un aria de Il Giasone, de Cavalli. La escuela veneciana estuvo así representada con toda la melancolía y ternura de la que fue capaz la voz increíblemente homogénea del contratenor.

La otra gran escuela, la napolitana, llegó de la mano de Scarlatti padre. Con Già il sole dal Gange, de su ópera de juventud L'honestà negli amori, dio rienda suelta a su facilidad para la coloratura, una ornamentación profusa y una energía contagiosa. Pero fue con Intorno all’idol mio, canción de Orontea de Marc’Antonio Cesti, con la que apuntó directamente a nuestro corazón por primera vez, con un canto en extremo piadoso.

También resultó encantador y amable en el aria de concierto Pur dicesti, o bocca bella, de Antonio Lotti, ya a las puertas del Clasicismo. Tiempo hubo después para la tormenta y la agitación, de la mano por supuesto de Haendel en el rol de Rinaldo, pieza antológica para el repertorio de castrato, que defendió con una energía apabullante y una ornamentación al alcance sólo de los más dotados, logrando que cada matiz brillara con un dominio absoluto del instrumento en toda su extensión.


Sólo ocasionalmente asomó el obligado cambio de registro en las notas más graves, pero con considerable menor frecuencia que en otras voces también aclamadas. Caso curioso es el del aria Sposa, non mi conosci, de La Merope de Scarlatti, más popular como Sposa disprezzata tras ser adaptada por Vivaldi en su ópera Bajazet. Combinando melancolía con fuerza y rabia como Sesto en Parto, parto, ma tui ben mio, de La clemenza di Tito de Mozart, terminó una triunfal primera parte.

Los máximos exponentes del Bel canto

Bellini, Donizetti y Rossini protagonizaron la segunda parte, completada con Mercadante. Dos de las composiciones de cámara de Bellini sirvieron para descubrir al Fagioli más encantador (Ma rendi pur contento) y rabioso o enfurecido en la muy temperamental Malinconia, ninfa gentile. Igualmente con Donizetti mostró su lado más tierno, con la arietta de quien se sabe moribundo Amore e morte, y el más alegre y despreocupado en la simpática Me vojo fa una casa, típica canción napolitana.

Tiempo para la exhibición de coloratura y el más refinado bel canto en el aria de La donna del lago de Rossini, Mura felici, auténtica apoteosis del género antes de terminar con Saverio Mercadante y la cavatina Dove m’aggiro de Andronico, seguida del broche agitado final, Era felice un dí, de la misma ópera. Después las obligadas propinas, otro aria de Andronico, la hermosa y sentimental canción La rosa y el sauce del compositor argentino del XX Carlos Guastavino, y ese éxito napolitano tan cerca de la opereta que es Non ti scordar di me, de Ernesto de Curtis, inmortalizada por Beniamino Gigli en la película de 1935 del mismo título.

El acompañamiento a piano ahí donde tocaba orquesta barroca, conjunto reducido o clave, resultó efectivo gracias al buen hacer y el sentido de la responsabilidad de Michele D’Elia, que en solitario se mostró contenido y detallista con la Sonata en sol menor K. 347 de Domenico Scarlatti, y algo menos jocoso de lo conveniente en la sorprendente Marcha y recuerdos de mi último viaje, de los Péchés de viellesse (Pecados de la vejez) de Rossini, donde se citan hasta ocho óperas del compositor pesarese, de Tancredi a Guillermo Tell, pasando por La cenerentola, El barbero de Sevilla y Semiramide.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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