jueves, 14 de enero de 2021

GISELLE EN EL MONTE DE LAS ÁNIMAS

Giselle de Adolphe Adam. Compañía Nacional de Danza. Joaquín de Luz, dirección artística y escénica y coreografía. Borja Ortiz de Gondra, dramaturgia. Ana Garay, escenografía. Rosa García Andújar, vestuario. Pedro Chamizo, iluminación y video-creación. Óliver Díaz, dirección musical. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Intérpretes: Haruhi Otani, Alessandro Riga, Ion Agirretxe, Álvaro Madrigal, Eva Pérez, Elisabet Biosca, Toby William Mallitt, Cristina Casa, Yanier Gómez. Teatro de la Maestranza, miércoles 13 de enero de 2021

Todavía con el recuerdo de la extraordinaria impresión que nos causó El Cascanueces que se representó aquí en el Maestranza hace justo un año, y que era responsabilidad aún de su anterior director artístico, José Carlos Martínez, nos reencontramos con la Compañía Nacional de Danza, ahora ya bajo control absoluto de su nuevo director Joaquín de Luz, como si nada hubiera ocurrido entre aquel 9 de enero de 2020 y ayer, cuando tuvo lugar la primera representación en Sevilla de este título, todavía fresco su estreno en Madrid el pasado mes de diciembre. El ambiente ahora más triste y lánguido, la ocupación forzosa de la mitad de aforo del teatro y el cambio obligado a última hora de horario, tan intempestivo para tanta gente trabajadora que asiste asiduamente al coliseo, condicionó quizás en cierta medida nuestra apreciación del trabajo realizado por el personal de baile, equipo artístico y maestros y maestras de la orquesta, en el que sigue siendo el espectáculo de danza más completo del año en nuestra ciudad. 

Alessandro Riga y la bailarina Giada Rossi,
no convocada en los repartos sevillanos
Desde su estreno en 1841 el ballet de Adolphe Adam es uno de los más representados, y forma parte del ilustre conjunto de ballets clásicos capaz de codearse, pese a sus limitaciones musicales, con los grandes ballets rusos de Chaikovski o Prokofiev. Sin traicionar jamás su espíritu clásico, condición indispensable para seguir considerándose como tal, el afán de renovación ha hecho que a lo largo de estos casi dos siglos se hayan introducido variaciones que vayan moldeando cierto aire fresco y renovador en su propuesta, aunque sin llegar jamás a las licencias permitidas en otras disciplinas como la ópera. La versión de Joaquín de Luz, formado con Víctor Ullate y con el Ballet Nacional Americano y el de la Ciudad de Nueva York, aprovecha el recién despedido año de la celebración del ciento cincuenta aniversario de la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer, para ambientar el ballet en su época y su entorno, en este caso la Sierra del Moncayo aragonesa donde concibió sus Rimas y Leyendas. Nada descabellado dada la afición del poeta sevillano a las historias románticas y fantasmagóricas, con las que se emparenta Giselle a la perfección, y que permitió que se introdujera en la coreografía, siguiendo las pautas maestras de la original de Jules Perrot y Jean Coralli, danzas típicamente aragonesas e incorporación en la partitura de instrumentos autóctonos como las castañuelas. Unas novedades meramente coyunturales, junto a una innecesaria por casi inapreciable lectura de poemas del homenajeado autor, unas espectrales proyecciones y un sonido ambiente que permitieran al público sumergirse en la atmósfera evocada a través de bosques y montañas. 

Haruhi Otani
Pequeños detalles que no empañaron ni desvirtuaron el aspecto general de este título, tal como ya lo hemos disfrutado anteriormente en este teatro con cadencias de siete años, en 2006 con el Ballet del Teatro San Carlo de Nápoles y en 2013 con el Ballet Nacional de Letonia. Como su predecesor, de Luz acertó en el diseño de cuadros, con escenarios donde primó el equilibrio y nunca el alboroto, contando con unos decorados dignos y un vestuario exquisito, así como una acertada iluminación según el acto, colorista y brillante en el primero, tenue y azulada en el segundo. Un montaje perfectamente al servicio de lo más importante, el baile, al que se prestaron con holgada solvencia los bailarines y bailarinas de la compañía, prácticamente el mismo elenco que nos visitó en El Cascanueces del año pasado. En el magnífico programa publicado en la página web del Maestranza se puede apreciar el reparto de cada una de las cuatro funciones que se celebran hasta el próximo sábado 16, pudiéndose comprobar que no repiten rol casi ninguno de los artistas, lo que hará que cada función sea considerablemente distinta a la anterior. Nosotros, fijándonos en la del estreno, podemos confirmar el buen trabajo conseguido, la profesionalidad alcanzada y el más que aceptable nivel técnico y expresivo de los artistas, especialmente una Haruhi Otani de una delicadeza extrema y una ternura apabullante, cuya gracilidad, refinamiento y fragilidad se hicieron patentes en un segundo acto en cuyos pasos a dos con una pareja con la que tiene una especial compenetración, Alessandro Riga, parecía levitar gracias a la fuerza y la agilidad atlética de él y el equilibrio de ella, rebosante de elegancia y flexibilidad. En el primer acto destacó, como es habitual, el paso a dos de los campesinos, maravillosamente defendido por unos enérgicos Cristina Casa y Ángel García Molinero. También merece destacarse la fuerza expresiva de Ion Agirretxe como Hilarión, y el sensacional trabajo desplegado por el dramaturgo Borja Ortiz de Gondra, capaz de hacer sencilla y entendible la trama sin necesidad de más recursos que la expresividad de los intérpretes y la ingeniosa dosificación de los recursos. Una fuerte compenetración y un excelente trabajo de equipo consiguieron que los números de conjunto brillaran a la perfección, los campesinos en el primer acto y las willis en el segundo. 

Peores fueron las prestaciones en este caso de la orquesta, uno de los elementos que más categoría confieren a este ballet de principios de año. Aunque Óliver Díaz está familiarizado con la Sinfónica de Sevilla, a la que ha dirigido en dos títulos zarzueleros, La tabernera del puerto y la menos recurrente Los diamantes de la corona, su trabajo ante los músicos no se tradujo en excelencia. Faltó garra y suntuosidad en general, y las intervenciones solistas no estuvieron a la altura de lo que cabe esperar de ellos. El sonido no resultó tan preciso y equilibrado como es habitual, y como han demostrado en sus dos últimos conciertos a las órdenes de Marc Soustrot. Ni que decir tiene que ésta es una apreciación hecha desde la admiración que nos provoca nuestra orquesta, cuya excelencia hace que exijamos de ella siempre el máximo rendimiento. Con todo sigue siendo un lujo poder disfrutar de espectáculos como éste en un escenario tan generoso y con tan buena orquesta en el foso, y más ene stos tiempos tan inciertos y alarmantes, que confiamos pasen pronto y no malogren una programación tan sujeta a cambios y vaivenes.

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