viernes, 8 de febrero de 2019

UNA TABERNERA TEATRALMENTE APAGADA Y SIN GANCHO

Zarzuela de Pablo Sorozábal, con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw. Óliver Díaz, dirección musical. Mario Gas, dirección de escena. Bárbara Lluch, ayudante de dirección de escena. Ezio Frigerio y Riccardo Massironi, escenografía. Franca Squarciapino, vestuario. Vinicio Cheli, iluminación. Álvaro Luna, proyecciones. Con María José Moreno, Ángel Ódena, Antonio Gandía, Ernesto Morillo, Ruth González, Vicky Peña, Pep Molina, Ángel Ruiz, Abel García, Carlos Martos y Agustín Ruiz. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Íñigo Sampil, director. Producción del Teatro de la Zarzuela. Teatro de la Maestranza, jueves 7 de febrero de 2019

Para Mario Gas este emblemático título de Pablo Sorozábal, uno de los últimos intentos de mantener vivo el género justo antes de la Guerra Civil, supone un reto personal de alto contenido nostálgico, por cuanto el director teatral nació en Argentina porque su padre estaba representando este título allí, y lo ha vivido entre bambalinas en posteriores reposiciones ya en nuestro país. Su producción se estrenó en el Teatro de la Zarzuela en mayo pasado y no escatimó en recursos para convertirse en un evento teatral y musical de primera categoría. Nuestro género sin duda lo merece, pero también que se le quite ese olor a rancio y a naftalina que una y otra vez nuestros directores se vanaglorian de haber conseguido, aunque la mayoría de las ocasiones no sea así.

La tabernera del puerto saluda al público que abarrotó el Maestranza con un prometedor video, actuando como telón que recrea los títulos de crédito de una producción cinematográfica de la época en que se concibió la pieza. Pero estamos volviendo atrás en muchos aspectos de nuestra vida política y social, y la respuesta entusiasta de un público entregadísimo, en su mayoría de elevada edad y precaria salud a juzgar por las continuas toses que hicieron que los diálogos fueran difíciles de seguir (menos mal que todo estuvo subtitulado), nos convenció de que hay un amplio sector de la ciudadanía encantada de que esto sea así. No cabe duda de que lo rancio vuelve, y que argumentos como éste, con tanto machismo y mensaje reaccionario, convencen a las mismas personas que están arrojando décadas de progreso y bienestar por la borda. El tándem Ezio Frigerio y Franca Squarciapino sigue considerándose una garantía de calidad, pero lo cierto es que su puesta en escena no pudo resultar más convencional y anodina, y apenas dejó entrever el paisaje marítimo en el que se desarrolla la historia, por muy puerto del norte que sea. Hubo que esperar al arranque del tercer acto para atisbar algo de creatividad visual con la escena de la barca y la tormenta, lograda a fuerza de transparencias y proyecciones. También los movimientos de escena fueron convencionales y decididamente conservadores, echando mano de todos los tópicos del género, sin limar ninguno ni aligerar los más inconvenientes. Así no faltaron los personajes cómicos, borrachos y pendencieros cuando no amanerados, que Vicky Peña, Pep Molina y Ángel Ruiz resolvieron con la profesionalidad que se les supone. Aunque estén en el libreto, un buen director debería permitirse aligerarlos y pulirlos para adaptarse a públicos lamentablemente menos inocentes que los que lo disfrutaron en su estreno. 

Afortunadamente mereció la pena en el apartado musical. La partitura de Sorozábal es muy inspirada y no contiene ningún número desechable; todas sus romanzas, cuadros y canciones son hermosas, y la orquestación sutil, elegante y muy trabajada. Óliver Díaz, la orquesta y el elenco vocal se hicieron eco de esa excelencia, pero aun así acusaron en general un tono apagado que no hizo justicia plena al material de partida. La sensación de que aquello no iba con nosotros, tangible en lo escénico, se apoderó también de lo musical, apenas destacando números tan inspirados como la canción de Simpson, muy por encima del género, y el buen hacer de María José Moreno en la célebre En un país de fábula, cuyas agilidades salvó con frescura y habilidad. También Antonio Gandía hizo brillar la famosísima romanza ¡No puede ser!, mientras el veterano Ángel Ódena puso empeño en el asunto pero no pudo disimular una voz tremolante y poco sugerente en el fraseo. Moreno y Ernesto Morillo, a pesar de las virtudes apuntadas, evidenciaron dificultad de proyección en la zona grave, y en lo escénico la pareja protagonista exhibió poco gancho emocional. El personaje del enamorado Abel tuvo en Ruth González también un incómodo tufillo a vetusto, a pesar de las solventes cualidades canoras de la soprano. Como siempre o casi, el coro hizo un buen trabajo, impecable en fragmentos antológicos como Eres blanca y hermosa. La zarzuela es un género que atesora música muy hermosa pero que requiere, por su alto contenido meramente teatral, no precisamente del bueno, de mucho trabajo para limarla y adaptarla. A nuestro juicio esta producción no lo ha conseguido. Pero es una opinión y que nadie se moleste.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

2 comentarios:

  1. Mario Gas nació en Montevideo, Uruguay.

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  2. Gracias por el apunte, Andrés. Y que me perdone Gas tanto por este desliz como por no haber valorado su montaje positivamente. No cabe duda de que una carrera tan exitosa como la suya ha de estar cimentada en buenas producciones, aunque ésta a mí particularmente me parezca una excepción.

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