Teatro de la Maestranza, jueves 21 de febrero de 2019
Pocas veces tendremos ocasión de escuchar la música de Lully siguiendo cánones propios de primera mitad del siglo XX. Al compositor francés lo redescubrimos ya en época de rigores historicistas, a partir sobre todo de Jordi Savall y su banda sonora para Todas las mañanas del mundo, con la Marcha turca abriendo precisamente película y disco. En esta breve suite arreglada por el músico también francés pero del siglo XIX Jean-Baptiste Weckerlin los aires ligeros y galantes del barroco francés son sustituidos por una estética más suntuosa y reposada, también más espesa, que Zhong dirigió con confianza y seguridad y la reducida orquesta tradujo en majestuosidad palaciega, poco asociada al espíritu del autor de Armide pero evocadora de una fantasía romántica que echa la vista atrás con mirada nostálgica. La orquesta respondió con ejemplaridad, también en un Concierto nº 9 de Mozart, para tantos y tantas su primera obra maestra rotunda, exhibido con cierta superficialidad y ligereza, no en los tonos, ritmos ni tiempos, pero sí en su expresividad, lejos del drama y la vitalidad que exuda la sensacional partitura del genio de Salzburgo. La batuta resolvió satisfactoriamente sus múltiples novedades de estilo y forma, y logró transmitir el tono íntimo y triste de su prodigioso andantino, aunque se quedara corta en cuanto al carácter doloroso y estremecedor de la pieza. El diálogo entre orquesta y solista resultó fluido, y las formas se mantuvieron elegantes en todo momento. Faltó en todo caso ese fuego juvenil que caracteriza la obra, pero aun así mantuvo la magia y la cantabilidad de la página. Xu Zhong logró después conmover con un muy paladeado Intermezzo en La mayor de Brahms, extraído de sus Klavierstücke Op. 118.
Sin duda la segunda parte del concierto resultó antológica, con una interpretación de El burgués gentilhombre de Strauss extraordinaria a todos los niveles. Sin renunciar a su tono burlón casi grotesco, pero atenuándolo respecto a otras versiones más convencionales, y ahondando más en el estilo más reconocible del autor, exuberante y sensual, Zhong ofreció una versión irrepetible de la pieza que Strauss concibió como prólogo de Ariadna en Naxos. Los solistas se plegaron soberbiamente a sus cometidos, muy especialmente Eric Crambes, que bordó su amplia participación en la pieza, sobre todo una Entrada y danza del sastre a la que imprimió de gracia y desparpajo, potenciando su carácter bohemio y danzarín y logrando elevar por encima de la media la espléndida versión ofrecida por el director y una orquesta más cómplice que nunca y visiblemente entusiasmada. Y encima el público mantuvo un comportamiento ejemplar a todos los niveles.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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