Nada suena mejor que cuando lo hace en el Maestranza. Su milagrosa caja acústica hace que la música brille más y mejor, y de eso se benefician conjuntos como la espléndida Barroca de Sevilla que anoche revalidó su presencia allí, envolviendo con su magisterio y excelencia la rutilante voz de Nuria Rial, una de las sopranos rendidas al rigor historicista que más y con mayor justicia ha triunfado en los últimos años en el escenario nacional e internacional. Junto a ella brillaron también el violín de Stefano Barneschi, que ejerció también como director, siempre ligado a su decisivo paso por Il Giardino Armonico, y el oboe de Josep Domènech, de nuevo arropado por el conjunto hispalense.
El Concierto nº 4 para teclado de Bach, reconstruido para oboe d’amore, sirvió para arrancar la velada, con un Domènech rendido a su pulcra caligrafía, logrando tal ligereza y transparencia que parecía una pluma de cristal flotando sobre el conjunto, muy en sintonía. Las agilidades de los allegros extremos se conjugaron a la perfección con la delicadeza del larghetto, enriquecido con amplias y muy melódicas frases que el oboísta desgranó con un control absoluto de la respiración y un gusto exquisito por el fraseo y la ornamentación. Por su parte, Barneschi evidenció cierta rusticidad, traducida en un sonido áspero y seco, en sus primeras intervenciones como solista, incluida la Obertura de la Suite nº 1 de Johann Bernhard Bach, primo de Johann Sebastian y compañero de Telemann, cerrando así el círculo de compositores invocados en los atriles. Pero a partir del exquisito Air su sonido se volvió más dulce y envolvente, logrando intervenciones tan rutilantes como la voz de Nuria Rial a la que acompañó en diversos pasajes de la Cantata BWV 202 de Bach.
La soprano catalana imprimió de ternura y compasión sus arias de Telemann, que ella misma ha recuperado en su grabación con la Orquesta de Cámara de Basilea, muy especialmente Komm o Schlaf de Germanicus, donde se evidenció una facilidad extraordinaria para recorrer diversos registros y proyectar la voz con absoluta naturalidad y generosa potencia. Su timbre dulce, controlado y esmaltado logró embelesarnos en páginas como el aria Verstumnt, ihr holden Saiten de la Cantata bachiana BWV 198, y sobre todo en una exuberante BWV 202, cantata nupcial en la que estuvo acompañada por el tutti orquestal en sus pasajes extremos, y por un continuo excepcional (Ruiz, Múlder, Rico y Casal) en el resto, además de la impagable, ágil y equilibrada intervención de Domènech. El único pero que ponemos es que se trató una vez más de un concierto demasiado vaporoso, echándose de menos una pizca de empuje, rabia y fogosidad, claro que el programa elegido no daba para muchos aspavientos. Eso sí, lo que hubo fue incontestablemente hermoso.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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