Magia por los cuatro costados es lo que desprendió anoche este montaje de El Cascanueces. Tiene mucho mérito, porque la Compañía Nacional de Danza no es precisamente especialista en poner en escena ballets clásicos e imperiales. Durante mucho tiempo se ha dedicado a la vanguardia, el ballet contemporáneo y el llamado neoclásico, para solo en los últimos años entrar en el campo de los grandes ballets clásicos y presentar sus propias propuestas sobre los títulos archiconocidos del repertorio. Si hace un par de temporadas nos sorprendieron gratamente con su Don Quijote, ahora nos han convencido definitivamente con esta sensacional versión del célebre ballet de Chaikovski, de la mano de su anterior director artístico José Carlos Martínez, todavía disfrutando de las mieles que le ha reportado ser el primer coreógrafo español encargado de los ballets del Concierto de Año Nuevo vienés, y que es el responsable en este título de su espléndida coreografía y dirección escénica.
Magia desde el primer momento, con una Sinfónica describiendo de manera tan sutil como precisa su Obertura, bajo la muy lúcida batuta de Manuel Coves, que ya sabe lo que es dirigir esta magnífica formación tras su paso en 2015 con ese Don Quijote apuntado. A continuación todo un alarde de refinamiento y exquisitez con esa celebración navideña burguesa, esta vez adelantada unos años hasta principios del siglo XX, lo que da pie a un maravilloso vestuario y una portentosa dirección escénica capaz de ensamblar todos los personajes y situaciones que se dan cita en el escenario sin caer por ello en el caos ni el desorden. Muy al contrario, tan calculado y elegante que casi podíamos sumergirnos en esa fiesta como si sus invitados estuvieran realmente celebrándolo, incluidos los muy disciplinados niños y niñas del Conservatorio Nacional de Danza de Sevilla “Antonio Ruiz Soler”. Y eso que la escenografía es muy escueta, casi minimalista pero muy efectiva, apoyada en grandes bolas doradas y una expresiva iluminación como principales baluartes. Todo perfecto y delicado, entre danzas de sociedad perfectamente coordinadas, travesuras de niños y conversaciones copa en mano de los refinadísimos invitados y anfitriones. Un magnífico comienzo rematado con sorprendentes trucos de magia de la mano de un muy bien adiestrado Ion Agirretxe como Drosselmeyer. Más magia hasta llegar al muy controlado y ejemplarmente avituallado ataque de los ratones y el primer paso a dos entre Clara, de nuevo Cristina Casa, Dulcinea en Don Quijote, y el Cascanueces, interpretado por quien fuera joven promesa de la compañía, hoy reconvertido en talento gimnástico Ángel García Molinero, bailado de forma tan ejemplar técnicamente como romántica a nivel expresivo, y que sirvió a la pareja para promocionar un día antes el espectáculo en el centro histórico de la ciudad. Aquí tuvo mucho que ver el emocionante trabajo de la ROSS y Coves, con crescendi apabullantes y un sentido de la emoción más que evidente. El primer acto se cerró con la intervención vocal y angelical, perfectamente entonados y precisos, de los niños y niñas de la Escolanía de Tomares, y la perfecta sincronización de las bailarinas en la danza de los copos ya en el reino de las nieves.
Más centrado en la danza que en la narrativa, el segundo acto estuvo también marcado por una lectura prodigiosa de la partitura, sin estridencias ni siquiera en el aparatoso Trepak ruso, y siempre con la elegancia y la sutileza extremas como bandera. Y aquí hicieron presencia las estupendas prestaciones del ballet español de Antonio Pérez, la sensualidad de Erez Illan, que en el primer acto fue un flexible arlequín, en la danza árabe, la más perjudicada por el terrorismo acústico del público del Maestranza, o la magnífica danza china de Giulia Paris, que en el acto anterior incorporó a una increíblemente rígida Colombina digna de Hoffman, sin olvidar la enérgica daza rusa de Juan José Carazo, Miquel Lozano y Anthony Piña, hasta desembocar en otro gran número coral, el precioso Vals de las flores comandado por la otra gran pareja artística de la noche, integrada por Haruchi Otani como Hada Azúcar y la primera figura de la compañía, Alessandro Riga, ambos portentosos también en sus dinámicas piruetas y vuelos prodigiosos, especialmente en los pasos a dos finales que la orquesta recreó de forma absolutamente majestuosa. Al llegar al vals del gran final todos y todas estábamos encantados y lo manifestamos con muy efusivas y merecidas ovaciones, dejando claro que este Cascanueces supera con creces al ofrecido hace cinco años en este mismo espacio por el Ballet Nacional de Estonia.
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