La cita que durante mucho tiempo se denominó Ballet de Reyes es un auténtico regalo para los aficionados a la danza que frecuentan el Maestranza, y un motivo de aplauso y admiración a todos los talentos, dentro y fuera del teatro, que ponen a disposición del público su esfuerzo y dedicación para lograr la depuración que alcanzan espectáculos como el que nos trajo el muy celebrado José Carlos Martínez al frente de una renovada Compañía Nacional de Danza. La ocasión ha supuesto desde su estreno en el Teatro de la Zarzuela de Madrid en 2015, la recuperación del formato clásico para la única compañía en este país heredera de los ballets tradicionales, nacida como alternativa al Ballet Nacional de España, coincidiendo con la instauración del orden constitucional y democrático en el país. Se da la circunstancia además que desde que Nacho Duato se hiciera cargo de su dirección en 1990, ésta es la primera vez que la compañía levanta un ballet clásico completo, por lo que su perfil se identifica más con la danza contemporánea, lo que añade más mérito al trabajo desarrollado por sus artistas y utileros, vistos los óptimos resultados.
Las aventuras de Don Quijote se reducen en esta versión del compositor Ludwig Minkus y los coreógrafos Marius Petipa y Alexander Gorski a un capítulo del segundo volumen de la novela de Cervantes, el que narra las bodas de Camacho y el romance entre Quiteria y Basilio, como reflejo de la devoción del caballero de la triste figura por su amada Dulcinea y pretexto para incluir otros célebres pasajes de la novela, como el manteo de Sancho Panza o la lucha con el molino de viento. Escenas y situaciones que requieren de una efectiva puesta en escena para transmitir su magia, y que la muy adecuada dirección y coreografía de Martínez, inspirada en los ilustres precedentes mencionados, logra en todo su esplendor. Destaca especialmente la perfecta sincronización en los números de conjunto. Aldeanos, toreros, evocaciones del Quijote en forma de ninfas, y gitanos absolutamente coordinados, se añaden a la rutilante facilidad con la que bailarines y bailarinas se han plegado a las líneas básicas de la danza clásica. Respecto a estos últimos cabe destacar el acertado vestuario, con las faldas de ellas alzando el vuelo en cada giro con la gracia que sólo la alta costura es capaz de conseguir. Algo menos logrados sin embargo resultaron los solos y dúos, carentes de una singularidad que los eleve a categoría de excelencia, aunque satisfactorios con carácter general. Esto no impidió que brillaran el dúo de amor que al son de Carmencita, la más inspirada melodía del ballet, bailan Cristina Casa y Yanier Gómez al principio del segundo acto, o el que más adelante escenifican Seh Yun Kim y un más estático Isaac Montllor como Alonso Quijano, entre muy expresivas brumas y neblinas que potencian el carácter mágico de la función. Muy destacables también las intervenciones de Haruhi Otani como Cupido y el muy atlético y acróbata norteamericano Anthony Pina, dando vida al jefe de los gitanos, uno de los más brillantes fichajes de Martínez para la compañía. El toque indispensable para dar seña de identidad al conjunto lo puso Mayte Chico y sus originales coreografías para el fandango y el bolero, que junto a un sentido del color y el ritmo frescos y ágiles, logran ese propósito fundamental para competir con otras compañías más curtidas en el repertorio. Castañuelas, palmas (muchas) y tipismo se tratan aquí con suficiente elegancia para no resultar estridente ni rancio, a pesar de una escenografía con olor a naftalina, quizás lo más endeble de la función.
Pero lo que más singularidad da al ballet del Maestranza de enero es la música en directo, esa ROSS en el foso que nos hace disfrutar de partituras inimitables completas de Prokofiev o Chaikoski, u otras más endebles pero encantadoras de Adam o, como en este caso, Minkus, autor también de la muy célebre La Bayadere. Su música denota en determinados pasajes una acertada familiarización con el estilo español, que fue espléndidamente traducida por Manuel Coves, muy curtido en todo tipo de música escénica, con exquisitez y muy buen gusto, dando a veces incluso la sensación de deslizarse como si fuera una banda sonora de película. Destacamos una vez más la capacidad de la Sinfónica para adaptarse a disciplinas tan distintas en tiempo récord, aplaudiendo una interpretación rica en trasparencia, sensualidad, expresividad y emotividad, lo que hace ganar en calidad una partitura que en otras manos podría resultar rutinaria.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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