Guión y dirección Juan Carlos Rubio Fotografía Roberto Fernández Intérpretes Daniel Muriel y Kiti Manver Estreno en el Festival de Cine Europeo de Sevilla 8 noviembre 2017; en Madrid 19 enero 2018
Dentro de una semana se entregan en Sevilla los trigésimos premios Asecan, que otorgan los y las críticas de cine de Andalucía. Esta película y El mar nos mira de lejos de Manuel Muñoz Rivas, copan seis y cinco nominaciones cada una, y aunque han podido verse en algunos certámenes celebrados en nuestra comunidad, entre ellos el de Cine Europeo de Sevilla, han llegado esta semana sólo a los cines de Madrid, que no es precisamente la novena provincia de Andalucía. Algo falla en nuestra cultura, que no se permite que veamos nuestro trabajo ni siquiera en nuestra tierra; algo que debería cambiar ya con la ayuda de instituciones y exhibidores y la creación de una plataforma que dé visibilidad a nuestros cineastas y artistas. Mientras tanto debemos conformarnos con la opinión versada por quienes ejercen el poder de la crítica en este país, afincados en Madrid y, de momento, Barcelona. Las heridas del viento salta del teatro al cine de la mano de su propio creador, Juan Carlos Rubio, que no disimula su origen escénico para destacar las inseguridades e insatisfacciones de sus dos personajes, un hijo en busca de la verdadera identidad de su padre justo cuando recibe su legado, y el amante homosexual del difunto, transformista recluido en una antigua mansión a la que el primero no duda en acudir para encontrar esa identidad misteriosa y oculta de quien nunca llegó a conocer de verdad en vida. Sus intérpretes son los mismos que la recrearon en las tablas, dándose la particularidad de que al amante envejecido le da vida Kiti Manver, tan empeñada en parecer (y lo consigue) un hombre que borra prácticamente cualquier huella de amaneramiento, tan consustancial a un transformista en toda regla. El ejercicio descansa sobre el carisma de sus dos intérpretes y el frondoso texto que fluye entre monólogos y diálogos seguramente llenos de verdad pero torpemente puestos a disposición de un público con el que difícilmente sintonizará, generando más desinterés que la esperada complicidad que persigue. Las canciones de Mina y la preciosista fotografía en blanco y negro contribuyen a dar mayor empaque a una producción en exceso literaria y discursiva, más proclive a la impostura que a esa verdad intangible y presuntamente emotiva que persigue. Con todo, un trabajo interesante en su singularidad y su elaborada epidermis.
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