Ya es difícil para cualquiera reincorporarse al trabajo después de varios días de descanso, comidas opíparas y fiestas familiares, como para encima enfrentarse a un programa complejo como el ofrecido para esta edición del concierto de Año Nuevo de la Sinfónica. Y eso es lo que hicieron precisamente los profesores y profesoras de la orquesta, evitando el tradicional y coyuntural programa que uno espera en estos casos, para proponer uno más ambicioso y menos convencional para la ocasión. Con una primera parte centrada en la música vienesa y un protagonismo casi absoluto del más prolífico de la saga Strauss y sus característicos valses, pero sin insistir en los más trillados, y una segunda ocupada por el genuino sonido americano del trío de ases que componen Bernstein, Gershwin y Ellington, sin duda lo más sensacional de la noche. Un programa que exige una enorme versatilidad para enfrentarse a estéticas tan diferentes con estilos tan contrapuestos, y un reto difícil de afrontar, sólo al alcance de profesionales tan preparados y disciplinados.
Objetivo tan difícil que ni siquiera la estrella convocada fue capaz de superar. Y es que la muy aclamada soprano alemana Nadja Michael, sobre todo cuando se trata de enfrentarse a la difícil música de Berg, Strauss, Janacek o Shotakovich, exhibió en sus tres breves aportaciones a este singular concierto más debilidades y flaquezas que verdadero virtuosismo. Su registro, profundo y dramático, no es el más apropiado para las heroínas románticas y ligeras de Johann Strauss y Franz Léhar. Con un marcado acento folclórico andaluz, tal como lo entendían los seguidores de Bizet, su recreación de Giuditta pecó de una enorme impostura y falta de naturalidad, exceso de temperamento y bruscos cambios de registro y color, sin encontrar el tono adecuado casi en ningún momento. Algo parecido le ocurrió en Klänge der Heimat de El murciélago, sin la gracia ni la volatilidad que se supone, notable falta de control del legato y más tiranteces de lo recomendable. Defectos que se entrevieron también en un Summertime fuera de estilo y muy anclado en un registro extremadamente grave. Pero el estrellato es lo que tiene y el público respondió con agradecimiento su presencia en el escenario sevillano.
Aunque el arranque del Vals del Beso resultó lánguido, Axelrod dirigió éste y el del Tesoro, ambos basados en temas de operetas de Johann Strauss jr., con aplomo y sentido del ritmo y la elegancia, tal como discurrió el breve vals con aires de ländler Sólo se vive una vez, y el más famoso Voces de primavera, que aunque concebido para soprano solista, no contó con la aportación de Michael, quien para la ocasión vistió sensual pero poco acorde a su figura y tono de piel. La agradecida Obertura de Candide de Bernstein sirvió de aperitivo para una temporada en la que se interpretarán muchas piezas del músico americano, y que a pesar de su estrecha colaboración con el director de la ROSS, éste no supo traducir con la ironía y la elegancia que la página demanda. Lo mejor de la noche llegó de la mano de Duke Ellington y los arreglos que junto a Billy Strayhorn realizó en los sesenta de varios de los números más significativos de El Cascanueces de Chaikovski. Como si de la Sinfónica de Birmingham a las órdenes de Simon Rattle se tratara, en un mítico registro en el que se recreaban varias piezas del jazzista de Washington, la formación hispalense respondió en Harlem Nutcracker perfectamente en estilo, con refuerzos de jazz pero también lucimiento en estas lides de integrantes habituales del conjunto, haciendo las delicias de propios y extraños a esta compleja y delicada disciplina musical, y lográndose una perfecta cohesión entre big band y cuerda sinfónica. Todo un alarde de versatilidad que culminó con la inevitable Marcha Radetzky y los deseos de todo lo mejor para el año que comienza.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
No hay comentarios:
Publicar un comentario